El fragor de la batalla encubre muchos otros sonidos que se producen en el entorno de cada combatiente, disfraza otros que pasan de ser conocidos a representar formas ancestrales y primigenias de la expresión humana y también, como sucede ahora, hace creer a los legionarios que escuchan cantos de sirenas en una ensoñación de los sonidos de tubas de legiones que vienen en su rescate. No lo saben aún, pero su sueño es real.
-¡Allá! ¡Allá! ¡El estandarte de la Legio IV Martia! El grito se extiende y se hace clamor entre los legionarios. ¡Centurión, la IV Martia está aquí, viene por el Oriente! Escucha Cayo Lucio.
- ¡Décimo, que el signifer (portaestandarte) ordene retroceso! ¡Hay que reagruparse en torno a la IV Martia, hasta que llegue a nuestras posiciones! Grita Cayo Lucio. ¡Druso Corvo nos ha encontrado!
El sol golpea inclemente. El desierto y el calor no hacen más que avivar la intensidad de la lucha. Los que combaten, parecen brasas, chispas y llamas de un fuego imaginario que no se extingue.
Aun distante, la Legio IV Martia marcha veloz en formación de combate a encontrarse con sus amigos perdidos y a enfrentar a un voraz y enorme ejército beduino que solo parece regurgitar de sus entrañas cada vez más guerreros.
-¡Mira centurión! –dice el tribuno Octavio Cepión Bárbula a Druso Corvo- ¡Éste es el ejército beduino más grande que se ha visto!
-Y por lo que se ve –contesta Druso-, se le están agregando refuerzos que van llegando de otras partes. Toda la fuerza de combate beduina se ha concentrado premeditadamente aquí, lo que indica una planeación de mucho tiempo que nosotros ignorábamos. Nos superan en número y sagazmente han hecho salir de sus fortalezas a una parte de las legiones de este Limes, de esta frontera. Aquí, junto con nuestros compañeros de la Legio VI Ferrata, vamos a librar la batalla por la sobrevivencia o la aniquilación de Roma en estos territorios.
-¡Plaucio! Cuando lleguemos con los de la Ferrata –le dice Druso Corvo a su optio Plaucio Deciano Flama-, cubrimos su retirada y pasamos al frente con los nuestros.
Con sorpresa, la caballería de la Legio IV Martia comandada por Quinto Píctor y Flavio Megelo es la que llega primero al frente y ataca los flancos del ejército beduino con gran estrépito. Los beduinos deben recomponer su formación ante ese ataque inesperado. Que parece equilibrar la lucha por lo menos con los caballeros en liza. Tito Turino y Aelio Prisco, equites de la Ferrata, se animan al ver llegar a sus compañeros de escuadrón y enseguida gritan: ¡A buena hora han llegado, amigos! ¡Hay que dividir la fuerza de la caballería nómada! ¡Que se disperse! Y enseguida forman una flecha o cuña con los caballos que rompe el centro de la caballería beduina.
Ya Cayo Lucio, Décimo y los tribunos Sexto Virgilio y Manio Sabino ven llegar veloz la avanzada de la Legio IV Martia, con el centurión Vilio Sestio al frente.
Décimo Iunio ordena a gritos a los suyos: ¡Formen detrás de los de la IV Martia! ¡Ahora! Y los refuerzos entran al combate haciendo retroceder inmediatamente a los beduinos.
Mientras, Cayo Lucio y Druso Corvo se encuentran. Un saludo rápido pero efusivo. ¿Dónde te habías metido, Cayo, amigo? ¿Crees que es buena hora para llegar sin avisar, Druso? Ambos sonríen y se toman de los hombros.
-¡Cayo, aquí hay como cuatro legiones de beduinos!
-Y tal vez lleguen más de ellos, Druso.
-Bueno, amigo, ya no es tiempo de contarlos sino de enfrentarlos. Ustedes se habían hecho ojo de hormiga pero los hemos encontrado y no en el más allá como se suponía. Ha llegado nuestro turno, centurio, de darles a probar nuestra gladio a estos beduinos. Vamos allá y que sea lo que los dioses hayan dispuesto para nosotros.
Las crestas rojas de los dos centuriones se pierden y se mezclan entre la multitud de legionarios en el frente.