“No somos iguales”, es la frase con la que recurrentemente López Obrador le gusta distinguirse de sus enemigos, adversarios y opositores y de todo aquel que se muestre crítico o no demuestre vasallaje o servilismo para su persona y sus dictados. Esa manida frase también le ha servido para hacer espíritu de cuerpo con sus fieles, seguidores, propagandistas e interesados en medrar en lo que ellos han llamado la “transformación”. Es interesante conocer lo que, de tan repetitivo, resulta tan importante para López Obrador esa su afirmación, a la luz de recientes acontecimientos trascendentales en el país.
El plagio. Una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Yasmín Esquivel, muy probablemente plagió íntegramente su tesis de licenciatura, desencadenando un muy serio problema político, ético, administrativo y jurídico para las instituciones del país, al grado que de resultar fundadas las sospechas -basadas en indicios tan sólidos como el cotejo con la tesis sustentada por otro alumno con anterioridad en el tiempo, que arroja presumiblemente identidad en más de un 90% con la presentada por la ministra-, no sólo la inhabilitarían para contender como pretende para la presidencia de la SCJN, sino que también harían nulo su nombramiento como ministra, toda vez que el artículo 95 de la Constitución, en sus fracciones III y IV, establece como requisito para ser electa ministra de la Suprema Corte que la candidata posea con antigüedad mínima de diez años, título profesional de licenciada en derecho, gozar de buena reputación y no haber sido condenada por delito que amerite pena corporal de más de un año de prisión; pero si se tratare de robo, fraude, falsificación, abuso de confianza y otro que lastime seriamente la buena fama en el concepto público, inhabilitará para el cargo, cualquiera que haya sido la pena. Y bueno, sustentar una tesis plagiada, además de poder ameritar –de confirmarse el plagio- que la UNAM retire el título otorgado, comporta también un daño severo a la buena reputación. Porque esa reputación, buena fama, honorabilidad, es lo que pone en entredicho alguien que se apropia de una obra ajena.
Las mentiras. Celebrando la emisión número mil del ejercicio propagandístico de las mañaneras y de contabilizar cerca de las 94 mil falsedades o 94 mentiras promedio al día (datos de SPIN- Taller de Comunicación Política), López Obrador defiende a la ministra recurriendo, como no podía ser de otra manera, a la mentira diciendo la verdad: dijo que “el golpe a esta candidata tiene que ver con nosotros, porque sostienen que ella es nuestra candidata, cosa que no es cierta”, para después elogiar la “rectitud” de la ministra y reconocer sus “apoyos en la Corte” a los planteamientos del gobierno: “Cuando todos estaban en contra de la Ley Eléctrica, ella defendió nuestra postura y ha votado en contra de todo lo que quieren declarar como inconstitucional. Ella y la ministra Loretta Ortiz y muy poquitos más. Pero Esquivel ha sido consecuente, por eso los del conservadurismo tiene mucho miedo de que pueda ser presidenta, porque está de acuerdo con la transformación del país”. Por parte de la ministra Esquivel, su defensa, además de resultar un insulto a cualquier inteligencia promedio, denota cinismo y una notoria incapacidad para elaborar argumentos defensivos en su favor, haciendo la presunción del plagio todavía más plausible. A la fecha, la ministra ha publicado por lo menos dos versiones distintas, inverosímiles ambas, intentando justificarse, pero ha ignorado deliberadamente su deber institucional con la figura de la responsabilidad política y jurídica de los servidores públicos en los sistemas democráticos, que la obligarían a presentar inmediatamente la renuncia a su cargo. En términos éticos y morales, a esto último (la renuncia) se le llamaría honorabilidad.
El doctor Paul Ekman*, profesor de Psicología de la Universidad de California, asesor del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y del FBI, al tratar en su estudio el tema de si los mentirosos tienen sentimientos de culpa o de vergüenza, afirma que “no habrá jamás mucha culpa por el engaño cuando el engañador no comparte los mismos valores sociales que su víctima. Un individuo se siente poco o nada culpable por mentirle a otros a quienes considera pecadores o malévolos […] cada uno de esos sujetos apela a una norma social bien definida que confiere legitimidad al hecho de engañar al opositor […] pero también puede existir una autorización a engañar a individuos que no son opositores, sino que comparten iguales valores que el engañador”.
Para Ekman existen dos formas fundamentales de mentir: ocultar y falsear. El que plagia oculta que ha tomado una obra ajena presentándola como propia. El mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad nada que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino que presenta información falsa como si fuera cierta. Cuando un mentiroso está en condiciones de escoger el modo de mentir, por lo general preferirá ocultar y no falsear, ya que parece menos censurable. Es pasivo, no activo. Los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aunque en ambos casos sus víctimas resulten igualmente perjudicadas. Lo que el sujeto dice es en sí mismo incoherente o bien discrepa con otros hechos incontrovertibles que ya se conocen en ese momento, o que se revelan más tarde. Los mentirosos se sienten menos culpables cuando los destinatarios son impersonales o totalmente anónimos, dice Ekman: “Cuando el destinatario es anónimo o desconocido es más fácil entregarse a la fantasía reductora de culpa, de que en realidad él no se perjudica en nada, o de que no le importa, o ni siquiera se dará cuenta de la mentira, o incluso quiere o merece ser engañado”.
Una buena reputación solo se consigue actuando con rectitud, máxime cuando aquella se pone en entredicho, momento en que se necesita valor (civil) para asumir su defensa. A falta de valía personal, las mentiras toman su lugar. A principios del siglo XX, el internacionalista y escritor japonés Inazo Nitobe** cita a Confucio, quien en sus Analectas define así el valor: “ver lo que es correcto y no hacerlo, denota falta de valor”. El valor –asevera Nitobe- “solamente es digno cuando se ejerce por la rectitud. La rectitud es hermana gemela del valor, otra virtud marcial del samurái”.
No es honorable cometer plagio. Es deshonroso. Tampoco lo es la mentira, la falsedad, el ocultamiento. López Obrador, la ministra que comulga con la “transformación” y sus demás adeptos, son quienes se proclaman partisanamente –en la acepción de quienes enfrentan a un “enemigo”- que “no son iguales”. En este sentido es bueno constatar las diferencias. Habemos creyentes en la rectitud, el valor, la democracia, los derechos, la Constitución, el honor, la lealtad y la verdad. El mentiroso, así como quien falsea la realidad, confían en la desmemoria, en el olvido. Pero los actos deshonrosos, sin que hayan sido remediados o compurgados, permanecen. Como reza el Bushido –siguiendo a Nitobe- el código de principios morales y éticos que debían seguir los antiguos samuráis (equiparables a los caballeros medievales europeos), imbuidos de un sentido del honor muy particular, caracterizado por una conciencia firme de la dignidad y la valía personal, que propiciaba un buen comportamiento desde niños hasta la edad madura: "Tenía razón aquel samurái que en su juventud se negó a comprometer su carácter con una ligera humillación, 'porque -dijo- el deshonor es como una cicatriz en un árbol, que el tiempo, en vez de borrarla, no hace más que agrandar' ".
*Paul Ekman, Cómo detectar mentiras. Una guía para utilizar en el trabajo, la política y la pareja, Paidós, Barcelona, España, 1991.
**NITOBE Inazo, El Bushido. El alma del Japón, José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, España, 2002.