/ jueves 8 de septiembre de 2022

Ciudadano en la polis | Inteligencia y valores intelectuales para preservar las libertades

El gobierno de López Obrador no amplía las libertades, sino que busca conculcarlas o reducirlas. Los temas que se discuten públicamente en el Congreso y en la Corte de la prisión preventiva oficiosa (no confundir con la prisión preventiva justificada), que va en contra de los derechos humanos, la presunción de inocencia y la garantía del debido proceso reconocidos para todos en la Constitución y que tiene casi a cien mil personas –la inmensa mayoría de ellas, en situación de pobreza o pobreza extrema- en la cárcel, sin haber recibido una sentencia a su proceso, padeciendo por ello un castigo anticipado, muchas veces permaneciendo en prisión preventiva (la oficiosa, la automática de la que ahora se habla) más años que aquellos que le pudieran corresponder purgar si los jueces le dictaran sentencia condenatoria por el delito o delitos por los que la persona fue procesada y el tema de la militarización de la seguridad pública, que el gobierno pretende dar a las Fuerzas Armadas el control total, operativo y administrativo de una tarea que constitucionalmente le corresponde a las corporaciones civiles. Ante la grave crisis de seguridad pública por el fracaso del gobierno en su atención, en vez de fortalecer a las diferentes corporaciones policiacas (civiles) de seguridad en todos los niveles, López Obrador, por décadas propulsor de regresar a los militares a los cuarteles y a cuatro años de haber asumido la presidencia de la república, ahora impulsa la militarización de la vida pública porque ahora, súbitamente, al cuarto para las doce tuvo esta campechana epifanía: “sí, cambié de opinión viendo el problema que me heredaron”. Una huida hacia adelante. No quiere resolver el problema, sino crear otro para el país, aprovechando la buena consideración que las fuerzas armadas tienen entre la población. Pero esa buena consideración no significa que los militares sean aptos para enfrentar y resolver por sí solos los problemas de seguridad pública, ni que sean la única opción, porque para eso están las corporaciones civiles de seguridad en los diferentes niveles de gobierno. Lo mismo ocurre con el tema de la prisión preventiva oficiosa o automática, con la que un buen número de la población está de acuerdo porque crea una falsa sensación de seguridad, que piensa que por tener en la cárcel preventiva y automáticamente a un ejército de imputados, la seguridad ha sido garantizada y los auténticos responsables de los delitos han sido descubiertos, sin importar que aún no se desahogue un juicio ni que se emita una sentencia. Esto es extraño porque son de sobra conocidas las graves debilidades institucionales del ministerio público en la investigación de los delitos, en la judicialización o presentación técnica y sustentable de los casos ante los jueces y en las labores de inteligencia que las fiscalías y corporaciones de seguridad deberían desarrollar tanto para prevenir como para investigar el delito. Los datos muestran que la impunidad es norma.

En el Congreso, con su mayoría en la Cámara de Diputados y la obediencia ciega de sus parlamentarios, a través de cambios a leyes secundarias, López Obrador pretende dar el control operativo, financiero y administrativo de la Guardia Nacional a la Defensa Nacional. En la Suprema Corte, al parecer, se prevé que en la votación de este jueves no sea eliminada esta medida cautelar de la prisión preventiva oficiosa, pese a que el ministro ponente sostuvo que “la prisión preventiva oficiosa es contraria a los derechos humanos y, para armonizar, es necesario optar por la protección de derechos y libertades". Los votos de los ministros nombrados por López Obrador han sido suficientes para que continúe aplicándose discrecionalmente esta medida inconstitucional. Ministros que fueron objeto de una infamante declaración presidencial, días antes de esta votación. López Obrador aseguró que se equivocó con los cuatro ministros que propuso para integrar la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pues dijo que ya no piensan “en el proyecto de transformación” de su gobierno: “Ya una vez que propuse, ya por el cargo o porque cambiaron de parecer, ya no están pensando en el proyecto de transformación y en hacer justicia; ya actúan más en función de los mecanismos jurídicos”. El presidente se quejó porque según él, ya no responden a su proyecto político (que eufemísticamente llama “transformación”) y porque presumiblemente esos ministros de la Suprema Corte de Justicia actúan o actuarían con base en el Derecho, no en base a lo que él quiere que hagan o dejen de hacer. El mundo al revés. Será difícil mostrar con evidencia plausible y razonable, si los diputados de López Obrador (aunque menos), pero, sobre todo, los ministros que presumiblemente votarán hoy por la continuidad del engendro inconstitucional de la prisión preventiva oficiosa han actuado como lo han hecho con base a una convicción o inteligencia profesional, ética o científica, o debido a una concepción ideológica, conveniencia política, temor reverencial o inspiración teológica de seguimiento al líder infalible e iluminado.

Como la primer batalla enconada entre la teología y la ciencia, librada como disputa astronómica entre la creencia sostenida en la edad media por Claudio Ptolomeo en el Almagesto, de acuerdo con la cual la tierra está en reposo en el centro del universo, mientras que el sol, la luna, los planetas y los sistemas de estrellas fijas giran alrededor de ella cada uno en su propia esfera, y la teoría cosmológica de Copérnico (superada posteriormente por Kepler y Galileo) que en 1543 en su Libro de las revoluciones de las esferas celestes, sostenía que la tierra, lejos de estar en reposo, tiene un doble movimiento; rota en su eje una vez al día y gira alrededor del sol una vez al año. En esa época oscurantista, las ideas copernicanas fueron tildadas de ridículas y contrarias al sentido común y combatidas ni más ni menos que por Lutero, quien decía: “El pueblo presta oídos a un astrólogo advenedizo que ha tratado de mostrar que la tierra se mueve, no el cielo o el firmamento, el sol y la luna. Quien quiera ser más inteligente, debe idear algún nuevo sistema que será, sin duda, el mejor de todos. Este necio quiere poner del revés toda la ciencia astronómica; pero las Sagradas Escrituras nos dicen que Josué mandó detenerse al sol y no a la tierra”.

¿Habrá inteligencia en los diputados de López Obrador? ¿Actuarán con valores intelectuales los ministros de la Suprema Corte? En tiempos medievales, como ahora, la inteligencia no estaba de moda, aunque de acuerdo con Aristóteles, la inteligencia puede desarrollarse y perfeccionarse a base de hábitos. Y uno de estos hábitos o virtudes intelectuales es la episteme, que se ha traducido luego como ciencia. La ciencia, o hábito científico, es, pues, dentro de esta concepción, una cualidad intelectual, y no tanto un conjunto de conocimientos sistematizados. El moderno término “intelectual”*, que indica no una cualidad, sino una categoría de individuos, comienza a utilizarse bastante más tarde, en la Francia de finales del siglo XIX, pero, aplicado al entendimiento humano medieval, se encuentra ahí utilizado en relación a la virtud, al conocimiento y al placer. Intelectual significaba entonces algo que es considerado como más elevado y de más valor que su opuesto (estupidez, deshonestidad, perversidad o maldad) e indica una cualidad indiscutiblemente positiva.

En definitiva, con razón ha dicho Bertrand Russell** que el conflicto entre la teología y la ciencia venía a ser un conflicto entre la autoridad y la observación, porque los hombres de ciencia no piden que las proposiciones sean creídas porque alguna autoridad importante ha dicho que son verdaderas; al contrario, apelan a la prueba de los sentidos y sostienen tales doctrinas cuando creen que están basadas en hechos patentes a todos los que hacen las observaciones necesarias.

Sería de esperarse que imperara en los actores políticos un poco de reflexión, entendimiento y mucha inteligencia. Porque a fin de cuentas, la liga entre los términos “intelectual” e “inteligencia”, etimológicamente vienen a significar lo mismo: “capacidad de entender”; aunque Cicerón, con el mismo fin de designar la capacidad para entender, comprender e inventar del ser humano, hace provenir el término inteligencia de intelligentia, compuesto de intus lego, que en iluminador significado denota “leer dentro de mí”.

*FUMAGALLI, Mariateresa, “El Intelectual”, en la obra colectiva de Jacques Le Goff y otros, El hombre medieval, Alianza Editorial, Madrid, 1990.

**RUSSELL, Bertrand, Religión y ciencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.