Durante estos últimos tres años, ha quedado suficientemente claro que el gobierno de la llamada Cuarta Transformación busca restaurar en nuestro país el viejo régimen autoritario, que como bien lo explicó Daniel Cosío Villegas se fundamentó en dos piezas centrales: el presidencialismo exacerbado y un partido oficial hegemónico.
Andrés Manuel López Obrador encarna y reproduce las prácticas más nocivas y antidemocráticas del hiperpresidencialismo mexicano: la concentración desmesurada del poder, el manejo discrecional del presupuesto, el control del poder judicial y de las cámaras de senadores y diputados, el dominio directo sobre las empresas públicas, la colonización de las instituciones autónomas, la alianza con las fuerzas armadas, el excesivo culto a la personalidad, la jefatura indiscutible sobre MORENA y sus dirigentes y candidatos, el predominio abrumador sobre la opinión pública a través de sus conferencias mañaneras.
López Obrador ejerce una presidencia verdaderamente imperial, convertido en el supremo benefactor de la nación, que directamente y sin intermediarios, dispone del presupuesto público para otorgar subsidios, becas y diversos apoyos sociales.
En el viejo autoritarismo, una de las facultades meta-constitucionales del presidente de la república era designar, personalmente, a su sucesor en el cargo. Este era el momento cumbre de la demostración de su poder. De aquí derivó la cultura del futurismo y el “tapadismo”, un juego pernicioso y divertido de la política mexicana.
Durante los años de hegemonía del Partido Revolucionario Institucional, el presidente no anunciaba quienes podían aspirar a sucederlo, ni mucho menos daba a conocer al elegido. Aunque ya se sabía quién tomaría la decisión, se cuidaban las formas y el PRI conducía el proceso de selección.
En el pasado, el presidente en turno alentaba y “muestreaba” a los pretensos. Pero la costumbre era que los sectores del PRI se pronunciaban conjuntamente en favor de uno de los aspirantes que se convertía en el candidato oficial.
Andrés Manuel López Obrador ha roto con esta tradición. Para que no hubiera duda quien manda en MORENA, sin pudor, ni recato, se convirtió personalmente en el “destapador” y dio a conocer, despectivamente, las “corcholatas”, es decir los nombres de donde puede salir la candidata o candidato de MORENA a la presidencia de la república en las elecciones del 2024. Fuera mascaras. Solo el presidente es el que define quienes dentro de su partido entran al juego de la sucesión. Él, y nadie más, es el “destapador”.
¿Por qué López Obrador abrió tan prematuramente, a mitad del sexenio, el juego por la sucesión? Pude ser una más de sus típicas cortinas de humo, para distraer la atención de los graves problemas que enfrenta actualmente el país, como la inseguridad y la violencia desbordada, los escándalos de corrupción de familiares cercanos del presidente, las complicaciones en la economía y el rebrote alarmante y sin control de la pandemia del Covid- 19.
O puede ser también que Andrés Manuel López Obrador haya decidido anticipar el juego sucesorio porque necesita proyectar desde ahora a una candidata o candidato que tenga posibilidades de competir y ganar, para garantizarle su seguridad una vez que deje el cargo y que le dé continuidad al proyecto de la 4T.
Hay aquí también un movimiento estratégico del presidente López Obrador, que abre la baraja de posibles aspirantes con el propósito de proteger a la que se considera que es la “corcholata favorita” del inquilino del Palacio Nacional.
Como sea, lo cierto es que abrir tempranamente la sucesión es una jugada riesgosa que puede debilitar al presidente en funciones. La atención estará ahora en las “corcholatas” más empoderadas y con mayor posicionamiento.
Inicia así, el juego del futurismo y el “tapadismo”, uno de nuestros deportes nacionales por excelencia. Se comenzarán a escrutar las señales que envié cada día Andrés Manuel López Obrador, respecto a las “corcholatas”., dónde se ve cercanía y afecto o indiferencia y frialdad.
Asimismo, se detona la competencia entre los aspirantes que harán todo lo posible, hasta el servilismo, para demostrar su lealtad incondicional al Señor Presidente, a MORENA y al proyecto de la Cuarta Transformación.
Con ello, se vendrán los alineamientos y “cargadas” de las corrientes y grupos de MORENA entorno a las “corcholatas”, lo que afectará el funcionamiento del gobierno federal y seguramente derivará en conflictos, disputas palaciegas y, eventualmente, fracturas en el partido gobernante.
López Obrador es un político formado en esa cultura arcaíca del “tapadismo”, por lo que habrá que estar muy atentos a los mensajes cifrados, a las señales encontradas y a las jugadas de distracción que se envíen desde Palacio Nacional para engañar y ocultar al verdadero “tapado”.
MORENA ya anunció que recurrirá a la encuesta para definir su candidata o candidato a la presidencia de la república. Será una encuesta “patito”, donde nadie conocerá la metodología ni las mediciones de los aspirantes. Se conocerá solo el resultado.
La encuesta será una farsa. El “despatador” será también el Gran Elector. Como en el mejores tiempos del viejo régimen autoritario, Andrés Manuel López Obrador, personalmente y por “dedazo”, decidirá la candidata o candidato de MORENA. Que sea su sucesor en el cargo, eso ya es otra historia.