/ viernes 18 de junio de 2021

La derrota de la izquierda

En México, la presencia de la izquierda ha sido – y es- marginal en la vida política. En 1919 nace el Partido Comunista Mexicano, que en algunos años contó con reconocimiento legal y en otros sobrevivió, de manera difícil y casi heroica, en la clandestinidad.

El PCM logró tener influencia en sindicatos, organizaciones campesinas, universidades y movimientos estudiantiles y urbano-populares. Pero su representación política y electoral fue extremadamente limitada. Lo anterior, debido en parte al hostigamiento y represión gubernamental, pero también por su intoxicación y extravío ideológico, que llevó al comunismo mexicano al dogmatismo, la intolerancia, el sectarismo, la adhesión contradictoria al modelo soviético y al legado de la revolución mexicana, a la defensa a ultranza de la dictadura cubana y al desdén por la democracia “burguesa”. Por estas y otras razones, el PCM nunca llegó a ser lo que quería José Revueltas: la cabeza del proletariado.

Con el liderazgo del distinguido y entrañable sinaloense Arnoldo Martínez Verdugo y Gilberto Rincón Gallardo, y con la participación de intelectuales como Enrique Semo, Roger Bartra y Sergio de la Peña, el PCM inició un proceso de “deshielo” y desestalinización. Los vientos renovadores del eurocomunismo llegaron a México y con ello el PCM actualizó su ideario político, dejando atrás la ortodoxia “marxista-leninista” y el mito de la “revolución socialista”, optando por la vía democrática, institucional y legal de lucha política y por el gradualismo reformador, e incorporando en su plataforma demandas relacionadas con las libertades, derechos humanos, movimiento feminista y cuidado del medio ambiente.

Signos evidentes de esa renovación, los representan la condena que el PCM hizo de la invasión de la extinta Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968, para aplastar la Primavera de Praga, y en 1979 a Afganistán.

La izquierda mexicana emprende un proceso de agrupamiento, que desembocó en la creación del Partido Socialista Unificado de México, en 1981. Sin duda, el PSUM fue lo más aproximado al modelo de una izquierda progresista y socialdemócrata. En su directiva figuraron intelectuales muy reconocidos como Carlos Pereyra, Adolfo Sánchez Rebolledo y José Woldenberg. Su representación parlamentaria ha sido la de mayor calidad en la historia de la izquierda mexicana, destacando diputados como Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Jorge Alcocer y el mismo Arnoldo Martínez Verdugo.

Durante esos años, la izquierda continúo teniendo una presencia marginal en la política mexicana, pero su papel era muy destacado en la vida cultural y académica, en la discusión de las ideas y el debate parlamentario.

En 1987 se concreta el último esfuerzo de unificación de la izquierda mexicana, con la creación del Partido Mexicano Socialista, que para las elecciones presidenciales de 1988 postula como candidato al ingeniero Heberto Castillo.

La campaña de Heberto Castillo naufraga ante la poderosa ola que levanta otro ingeniero, Cuauhtémoc Cárdenas, que funda dentro del Partido Revolucionario Institucional la Corriente Crítica y que es postulado como candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional, integrado por antiguos partidos satélites del PRI (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, Partido Popular Socialista y Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.

En las orillas del abismo, y a regañadientes, Heberto Castillo declina y se suma a la candidatura de Cárdenas, un ex priísta que cuestiona el enfoque neoliberal y plantea un regreso a las políticas del viejo nacionalismo revolucionario.

Haciendo a un lado su ideología, principios y banderas, la izquierda es seducida por el liderazgo caudillista de Cuauhtémoc Cárdenas, que después de ser derrotado en los polémicos comicios de 1988 promueve la creación del Partido de la Revolución Democrática, en 1989, el mismo año que inicia el colapso global de la pesadilla que representó el “socialismo real”.

La izquierda mexicana, sectaria, antropófaga, dogmática y divisionista, nunca hizo un ajuste de cuentas con su pasado; nunca reconoció el fracaso y el fin de la ilusión socialista y comunista, esa esperanza colgada de una tragedia, como dijera Francois Furet.

Desarmada la utopía comunista, la izquierda se quedó sin referentes. En ese estado de orfandad ideológica, la izquierda sucumbió al embrujo de un nuevo liderazgo caudillista y populista, el de Andrés Manuel López Obrador, que capturó al PRD y posteriormente lo vació para conformar su Movimiento de Regeneración Nacional.

Viejos militantes del comunismo y el socialismo se incorporaron a MORENA, y han celebrado sus victorias electorales de manera estruendosa. Creen ver en las políticas y programas de la llamada Cuarta Transformación la cristalización, al fin, de sus antiguas fantasías revolucionarias. La utopía por la que lucharon, sostienen, tardó, pero ha llegado.

Estamos ante otra falsa ilusión. Morena no es de izquierda. Roger Bartra ha dicho que se trata de un movimiento de derecha, conservador y populista, que intenta una restauración del antiguo régimen autoritario y un regreso a la jaula de la melancolía del trasnochado nacionalismo revolucionario.

Mujeres y hombres que pertenecieron a la izquierda socialista, desmemoriados, comparten ahora sin rubor alguno la militancia con quienes fueron sus antiguos perseguidores y adversarios. Ahí están los casos ilustrativos de Andrés Manuel López Obrador, Manuel Bartlett, Esteban Moctezuma, Marcelo Ebrard, Alfonso Durazo, Napoleón Gómez Urrutia, Olga Sánchez Cordero y Ricardo Monreal. Ninguno de ellos trae el ADN de la izquierda. Nunca militaron en esta corriente política.

Pero no se trata solo de trayectorias, sino del ideario, las propuestas y acciones políticas. Los compromisos tradicionales de la izquierda con la democracia, las libertades, los derechos humanos, el feminismo y el cuidado del medio ambiente, están ausentes en Morena.

Se equivocan, o se autoengañan, los que hoy piensan que un programa de izquierda se reduce a la retórica del combate a la corrupción, las draconianas políticas de austeridad y la implementación de programas sociales clientelares. Esta es una muy pobre visión de la izquierda.

Los seguidores de la 4T hablan de que la oposición está derrotada moralmente. Yo creo que después de la caída del comunismo, la izquierda mexicana quedó derrotada históricamente y no tuvo la capacidad para reinventarse. Ahora, una supuesta izquierda que rinde culto a un liderazgo personalista (“el gran timonel”) y apoya un régimen populista; una izquierda pragmática, que hace suyo el axioma de que “el fin justifica los medios” y celebra triunfos electorales empañados, es una izquierda derrotada moralmente.

En México, la presencia de la izquierda ha sido – y es- marginal en la vida política. En 1919 nace el Partido Comunista Mexicano, que en algunos años contó con reconocimiento legal y en otros sobrevivió, de manera difícil y casi heroica, en la clandestinidad.

El PCM logró tener influencia en sindicatos, organizaciones campesinas, universidades y movimientos estudiantiles y urbano-populares. Pero su representación política y electoral fue extremadamente limitada. Lo anterior, debido en parte al hostigamiento y represión gubernamental, pero también por su intoxicación y extravío ideológico, que llevó al comunismo mexicano al dogmatismo, la intolerancia, el sectarismo, la adhesión contradictoria al modelo soviético y al legado de la revolución mexicana, a la defensa a ultranza de la dictadura cubana y al desdén por la democracia “burguesa”. Por estas y otras razones, el PCM nunca llegó a ser lo que quería José Revueltas: la cabeza del proletariado.

Con el liderazgo del distinguido y entrañable sinaloense Arnoldo Martínez Verdugo y Gilberto Rincón Gallardo, y con la participación de intelectuales como Enrique Semo, Roger Bartra y Sergio de la Peña, el PCM inició un proceso de “deshielo” y desestalinización. Los vientos renovadores del eurocomunismo llegaron a México y con ello el PCM actualizó su ideario político, dejando atrás la ortodoxia “marxista-leninista” y el mito de la “revolución socialista”, optando por la vía democrática, institucional y legal de lucha política y por el gradualismo reformador, e incorporando en su plataforma demandas relacionadas con las libertades, derechos humanos, movimiento feminista y cuidado del medio ambiente.

Signos evidentes de esa renovación, los representan la condena que el PCM hizo de la invasión de la extinta Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968, para aplastar la Primavera de Praga, y en 1979 a Afganistán.

La izquierda mexicana emprende un proceso de agrupamiento, que desembocó en la creación del Partido Socialista Unificado de México, en 1981. Sin duda, el PSUM fue lo más aproximado al modelo de una izquierda progresista y socialdemócrata. En su directiva figuraron intelectuales muy reconocidos como Carlos Pereyra, Adolfo Sánchez Rebolledo y José Woldenberg. Su representación parlamentaria ha sido la de mayor calidad en la historia de la izquierda mexicana, destacando diputados como Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Jorge Alcocer y el mismo Arnoldo Martínez Verdugo.

Durante esos años, la izquierda continúo teniendo una presencia marginal en la política mexicana, pero su papel era muy destacado en la vida cultural y académica, en la discusión de las ideas y el debate parlamentario.

En 1987 se concreta el último esfuerzo de unificación de la izquierda mexicana, con la creación del Partido Mexicano Socialista, que para las elecciones presidenciales de 1988 postula como candidato al ingeniero Heberto Castillo.

La campaña de Heberto Castillo naufraga ante la poderosa ola que levanta otro ingeniero, Cuauhtémoc Cárdenas, que funda dentro del Partido Revolucionario Institucional la Corriente Crítica y que es postulado como candidato a la presidencia por el Frente Democrático Nacional, integrado por antiguos partidos satélites del PRI (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, Partido Popular Socialista y Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.

En las orillas del abismo, y a regañadientes, Heberto Castillo declina y se suma a la candidatura de Cárdenas, un ex priísta que cuestiona el enfoque neoliberal y plantea un regreso a las políticas del viejo nacionalismo revolucionario.

Haciendo a un lado su ideología, principios y banderas, la izquierda es seducida por el liderazgo caudillista de Cuauhtémoc Cárdenas, que después de ser derrotado en los polémicos comicios de 1988 promueve la creación del Partido de la Revolución Democrática, en 1989, el mismo año que inicia el colapso global de la pesadilla que representó el “socialismo real”.

La izquierda mexicana, sectaria, antropófaga, dogmática y divisionista, nunca hizo un ajuste de cuentas con su pasado; nunca reconoció el fracaso y el fin de la ilusión socialista y comunista, esa esperanza colgada de una tragedia, como dijera Francois Furet.

Desarmada la utopía comunista, la izquierda se quedó sin referentes. En ese estado de orfandad ideológica, la izquierda sucumbió al embrujo de un nuevo liderazgo caudillista y populista, el de Andrés Manuel López Obrador, que capturó al PRD y posteriormente lo vació para conformar su Movimiento de Regeneración Nacional.

Viejos militantes del comunismo y el socialismo se incorporaron a MORENA, y han celebrado sus victorias electorales de manera estruendosa. Creen ver en las políticas y programas de la llamada Cuarta Transformación la cristalización, al fin, de sus antiguas fantasías revolucionarias. La utopía por la que lucharon, sostienen, tardó, pero ha llegado.

Estamos ante otra falsa ilusión. Morena no es de izquierda. Roger Bartra ha dicho que se trata de un movimiento de derecha, conservador y populista, que intenta una restauración del antiguo régimen autoritario y un regreso a la jaula de la melancolía del trasnochado nacionalismo revolucionario.

Mujeres y hombres que pertenecieron a la izquierda socialista, desmemoriados, comparten ahora sin rubor alguno la militancia con quienes fueron sus antiguos perseguidores y adversarios. Ahí están los casos ilustrativos de Andrés Manuel López Obrador, Manuel Bartlett, Esteban Moctezuma, Marcelo Ebrard, Alfonso Durazo, Napoleón Gómez Urrutia, Olga Sánchez Cordero y Ricardo Monreal. Ninguno de ellos trae el ADN de la izquierda. Nunca militaron en esta corriente política.

Pero no se trata solo de trayectorias, sino del ideario, las propuestas y acciones políticas. Los compromisos tradicionales de la izquierda con la democracia, las libertades, los derechos humanos, el feminismo y el cuidado del medio ambiente, están ausentes en Morena.

Se equivocan, o se autoengañan, los que hoy piensan que un programa de izquierda se reduce a la retórica del combate a la corrupción, las draconianas políticas de austeridad y la implementación de programas sociales clientelares. Esta es una muy pobre visión de la izquierda.

Los seguidores de la 4T hablan de que la oposición está derrotada moralmente. Yo creo que después de la caída del comunismo, la izquierda mexicana quedó derrotada históricamente y no tuvo la capacidad para reinventarse. Ahora, una supuesta izquierda que rinde culto a un liderazgo personalista (“el gran timonel”) y apoya un régimen populista; una izquierda pragmática, que hace suyo el axioma de que “el fin justifica los medios” y celebra triunfos electorales empañados, es una izquierda derrotada moralmente.