/ viernes 26 de julio de 2024

La voz del cácaro | El Apagón de la Gran Potencia

Una semana después de que un tirador de veinte años intentara asesinar a Donald Trump, el pasado viernes 19 de julio el mundo se paralizó por el que se supone ha sido el mayor apagón informático de la historia. Lo que despierta dudas y levanta sospechas es que ambos incidentes, ocurridos en territorio estadounidense, involucran sistemas de seguridad que no respondieron cuando debían. No se les vaya a “caer el sistema” en la próxima elección presidencial.

No sólo los agentes que estaban comisionados para proteger a Donald Trump de un ataque fallaron, sino que falló todo el Servicio Secreto gringo. Eso que ocurrió en Pensilvania es el resultado de una serie de errores y omisiones que pudieron ser fatales. Al menos para los republicanos. Es asimismo una muestra de que el Servicio Secreto gringo no es como nos lo han pintado en las películas de Hollywood. En realidad es tan vulnerable como podría serlo el propio sistema de seguridad nacional estadounidense. Algo que quedó demostrado tan sólo una semana más tarde, cuando un apagón cibernético paralizó en menos de doce horas numerosos sistemas informáticos de los sectores empresarial, sanitario y gubernamental de Estados Unidos. Eso, además de las afectaciones en otros tantos países.

Lo que no nos dijeron

Si en algo pone especial atención el gobierno gringo cada vez que ocurre un acto terrorista o un desastre dentro de su territorio, es en minimizar las causas y las consecuencias. Tienen muy claro lo que el pueblo debe saber y lo que debe ignorar. Y la forma como se desea que sea visto desde el extranjero. Los gringos son expertos en el arte de de la percepción. Manipulan la televisión, los periódicos y las redes con un discurso a modo. Un discurso construido con dichos y “verdades irrefutables” que, para el gringo de a pie, son suficiente explicación. Con eso tiene para estar conforme y hacer lo que el gobierno le pida o le ordene. Y pobre de aquel que no se trague el cuento gubernamental, porque es considerado como un traidor de la libertad y la democracia. En este sentido, lo que se vivió en Estados Unidos el pasado viernes 19 fue un caos monumental, que si bien fue percibido en el resto del mundo como un contratiempo de rutina, para los gringos fue una advertencia de que no se requieren ejércitos ni misiles para causarles un daño enorme. Las máquinas se han vuelto indispensables, a tal grado, que sin ellas el país más poderoso no podría sobrevivir en el mundo que él mismo se ha inventado.

Seguridad nacional

Según la versión oficial, la políticamente correcta, el broncón que se desató fue ocasionado por CrowdStrike, empresa de ciberseguridad, dedicada, entre otras cosas, al desarrollo de un software llamado Falcon, que se supone evita el robo de información (hackeo). Entre los clientes de CrowdStrike se encuentran un montón de empresas globales, entre éstas hay líneas aéreas, bancos y oficinas de gobierno. El mentado software Falcon, interactuó de “forma defectuosa” con ciertas computadoras que corren con Microsoft Windows. Como resultado, en millones de esas computadoras apareció la temida pantalla azul de la muerte, lo cual significa solo una cosa: el colapso del sistema operativo.

Lo que no es del todo conocido es que además del desarrollo de software, CrowdStrike se dedica también a investigar ataques cibernéticos en países de todo el mundo. Lo mismo ha rastreado a los piratas informáticos norcoreanos por más de una década, que se ocupó de las investigaciones del hackeo ruso de las computadoras del Comité Nacional Demócrata durante las elecciones estadounidenses del 2016. En efecto, CrowdStrike es una especie de policía cibernético, el cual colabora regularmente con las agencias de inteligencia gringas y con el propio gobierno. Visto así, no hay que hacer grandes conjeturas para darse cuenta de que en el caso del apagón cibernético, CrowdStrike es juez y parte. Si ellos causaron el problema, lo conducente sería que alguien externo estuviese investigando a la empresa, antes que comprarles con los ojos cerrados la versión de que el desastre se debió a una falla, y no, a un ataque cibernético planeado, como muchos mal pensados podríamos suponer.

Las máquinas tienen el poder

El apagón informático ocurrido en Estados Unidos deja en claro la estrecha codependencia que existe entre los seres humanos y la tecnología. Aterra la facilidad con la que el orden mundial y la vida de las personas pueden ser alterados. Aquel que controle las máquinas tendrá el poder. Ahora supongamos que un nuevo apagón informático se diera durante la próxima elección presidencial en Estados Unidos en noviembre. De ser el caso, ya no estaríamos hablando sólo de retrasos en miles de vuelos y millones de transacciones fallidas, sino de que tanto demócratas como republicanos, muy probablemente alegarían fraude electoral, según les estuviera yendo en la elección. Con ello surgiría un nuevo caos y la posibilidad de que un país, que cuenta con más de tres cientos noventa millones de armas de fuego, se enfrentara contra sí mismo.

Nos alcanzó el futuro

Otro tanto podría pasar durante la Olimpiada de París. A cuya inauguración se espera que asistan más de trescientas mil personas. Un ataque cibernético no sólo se desataría confusión y caos, sino que sería campo propicio para que se dieran ataques de otro tipo. Ataques que podrían cobrar vidas humanas. Quizá todo lo que hemos visto en los últimos meses son sólo advertencias, presagios, de una nueva crisis mundial. La última se dio hace cuatro años con la irrupción del COVID-19, la pandemia que cambió al mundo. Por lo pronto el multimillonario Elon Musk ya anunció que Tesla, su empresa, producirá y venderá dentro de poco un robot humanoide “realmente útil”. Sabrá Dios a qué se refiere Musk con aquello de “realmente útil”. Lo cierto es que el futuro ya nos alcanzó. Hoy las máquinas hacen girar al mundo y el precio de que sea así es muy alto. Llegará el día en que sea impagable.

Una semana después de que un tirador de veinte años intentara asesinar a Donald Trump, el pasado viernes 19 de julio el mundo se paralizó por el que se supone ha sido el mayor apagón informático de la historia. Lo que despierta dudas y levanta sospechas es que ambos incidentes, ocurridos en territorio estadounidense, involucran sistemas de seguridad que no respondieron cuando debían. No se les vaya a “caer el sistema” en la próxima elección presidencial.

No sólo los agentes que estaban comisionados para proteger a Donald Trump de un ataque fallaron, sino que falló todo el Servicio Secreto gringo. Eso que ocurrió en Pensilvania es el resultado de una serie de errores y omisiones que pudieron ser fatales. Al menos para los republicanos. Es asimismo una muestra de que el Servicio Secreto gringo no es como nos lo han pintado en las películas de Hollywood. En realidad es tan vulnerable como podría serlo el propio sistema de seguridad nacional estadounidense. Algo que quedó demostrado tan sólo una semana más tarde, cuando un apagón cibernético paralizó en menos de doce horas numerosos sistemas informáticos de los sectores empresarial, sanitario y gubernamental de Estados Unidos. Eso, además de las afectaciones en otros tantos países.

Lo que no nos dijeron

Si en algo pone especial atención el gobierno gringo cada vez que ocurre un acto terrorista o un desastre dentro de su territorio, es en minimizar las causas y las consecuencias. Tienen muy claro lo que el pueblo debe saber y lo que debe ignorar. Y la forma como se desea que sea visto desde el extranjero. Los gringos son expertos en el arte de de la percepción. Manipulan la televisión, los periódicos y las redes con un discurso a modo. Un discurso construido con dichos y “verdades irrefutables” que, para el gringo de a pie, son suficiente explicación. Con eso tiene para estar conforme y hacer lo que el gobierno le pida o le ordene. Y pobre de aquel que no se trague el cuento gubernamental, porque es considerado como un traidor de la libertad y la democracia. En este sentido, lo que se vivió en Estados Unidos el pasado viernes 19 fue un caos monumental, que si bien fue percibido en el resto del mundo como un contratiempo de rutina, para los gringos fue una advertencia de que no se requieren ejércitos ni misiles para causarles un daño enorme. Las máquinas se han vuelto indispensables, a tal grado, que sin ellas el país más poderoso no podría sobrevivir en el mundo que él mismo se ha inventado.

Seguridad nacional

Según la versión oficial, la políticamente correcta, el broncón que se desató fue ocasionado por CrowdStrike, empresa de ciberseguridad, dedicada, entre otras cosas, al desarrollo de un software llamado Falcon, que se supone evita el robo de información (hackeo). Entre los clientes de CrowdStrike se encuentran un montón de empresas globales, entre éstas hay líneas aéreas, bancos y oficinas de gobierno. El mentado software Falcon, interactuó de “forma defectuosa” con ciertas computadoras que corren con Microsoft Windows. Como resultado, en millones de esas computadoras apareció la temida pantalla azul de la muerte, lo cual significa solo una cosa: el colapso del sistema operativo.

Lo que no es del todo conocido es que además del desarrollo de software, CrowdStrike se dedica también a investigar ataques cibernéticos en países de todo el mundo. Lo mismo ha rastreado a los piratas informáticos norcoreanos por más de una década, que se ocupó de las investigaciones del hackeo ruso de las computadoras del Comité Nacional Demócrata durante las elecciones estadounidenses del 2016. En efecto, CrowdStrike es una especie de policía cibernético, el cual colabora regularmente con las agencias de inteligencia gringas y con el propio gobierno. Visto así, no hay que hacer grandes conjeturas para darse cuenta de que en el caso del apagón cibernético, CrowdStrike es juez y parte. Si ellos causaron el problema, lo conducente sería que alguien externo estuviese investigando a la empresa, antes que comprarles con los ojos cerrados la versión de que el desastre se debió a una falla, y no, a un ataque cibernético planeado, como muchos mal pensados podríamos suponer.

Las máquinas tienen el poder

El apagón informático ocurrido en Estados Unidos deja en claro la estrecha codependencia que existe entre los seres humanos y la tecnología. Aterra la facilidad con la que el orden mundial y la vida de las personas pueden ser alterados. Aquel que controle las máquinas tendrá el poder. Ahora supongamos que un nuevo apagón informático se diera durante la próxima elección presidencial en Estados Unidos en noviembre. De ser el caso, ya no estaríamos hablando sólo de retrasos en miles de vuelos y millones de transacciones fallidas, sino de que tanto demócratas como republicanos, muy probablemente alegarían fraude electoral, según les estuviera yendo en la elección. Con ello surgiría un nuevo caos y la posibilidad de que un país, que cuenta con más de tres cientos noventa millones de armas de fuego, se enfrentara contra sí mismo.

Nos alcanzó el futuro

Otro tanto podría pasar durante la Olimpiada de París. A cuya inauguración se espera que asistan más de trescientas mil personas. Un ataque cibernético no sólo se desataría confusión y caos, sino que sería campo propicio para que se dieran ataques de otro tipo. Ataques que podrían cobrar vidas humanas. Quizá todo lo que hemos visto en los últimos meses son sólo advertencias, presagios, de una nueva crisis mundial. La última se dio hace cuatro años con la irrupción del COVID-19, la pandemia que cambió al mundo. Por lo pronto el multimillonario Elon Musk ya anunció que Tesla, su empresa, producirá y venderá dentro de poco un robot humanoide “realmente útil”. Sabrá Dios a qué se refiere Musk con aquello de “realmente útil”. Lo cierto es que el futuro ya nos alcanzó. Hoy las máquinas hacen girar al mundo y el precio de que sea así es muy alto. Llegará el día en que sea impagable.