A partir de un cortometraje estrenado en 2018, el director británico Philip Barantini nos da a probar la historia de una cocina en llamas. Filmada en una sola toma, “El Chef” retrata con realismo casi documental y ritmo trepidante el acontecer de una noche caótica, en la que el jefe de cocina del famoso restaurante londinense Jones & Sons, y su equipo, se enfrentan a un sinnúmero de contrariedades y conflictos personales, que los pondrán en el filo del cuchillo. El plato se antoja sabroso, pero...
Hay días malos y noches peores. Esa pareciera ser una frase razonable para definir la situación de Andy Jones (Stephen Graham), un experimentado chef, quien atraviesa por una crisis existencial y profesional, precisamente en una de las noches más concurridas del Jones & Sons, previa a la Navidad. Con todos estos ingredientes en el guión, cualquier cosa podría ocurrir. Y ocurre. Y es que ni Barantini, ni James Cummings, su guionista, escatiman a la hora de poner obstáculos a sus personajes y dar vueltas de tornillo a la trama principal.
El Chef es una película cocinada al más puro estilo del cine independiente. Ese cine que se hace casi de milagro, con los mínimos recursos y una creatividad desbordada. En este caso esa creatividad surge desde la elección -por demás afortunada- del director de rodar su historia en una sola toma (plano secuencia). Dicho así de bote pronto, y sin haber visto el tráiler, podría pensarse que se trata de una película aburrida. Nada más alejado de la realidad. El suave ir y venir de la cámara siguiendo a cada personaje, ya sea dentro de la cocina del restaurante o en el área de mesas, junto a los tragones, le aporta a la narración un ritmo que termina por enganchar.
De pronto pareciéramos estar presenciando el capítulo de algún reality show o un docudrama, en el que un puñado de personajes hiperrealistas viven entre el caos del restaurante lleno de gente hambrienta y mamonamente inglesa, y las broncas existenciales de cada uno. En este sentido, la puesta en cámara es sobresaliente. Cada personaje es por sí mismo un pretexto para que la cámara lo siga sigilosamente hacia un lugar en especial, donde nos plantea su conflicto.
Mucho hay de improvisación por parte de los actores. Y no podía ser de otra forma, pues el hecho de plantear el rodaje en una sola toma, implica entre otras muchas cosas, no repetir escenas, de manera que el actor muy pronto se ve en la libertad de seguir, hasta que otro actor le pone el alto. Ciertamente se vuelve un intenso duelo actoral.
Cine al vapor
Según el director Barantini, la película se rodó en sólo cuatro noches. Y eso se nota, sobre todo en la iluminación, la triste iluminación. Ahí sí que se ven los chones. Quizá fue por falta de dinero o simplemente porque el restaurante Jones & Sons no permitió que entrara la tramoya y el equipo de iluminación a sus instalaciones, pero lo cierto es que la imagen de la película deja mucho qué desear. Por fortuna los movimientos de la cámara y los cambios de locación a lo largo del restaurante, resultan tan oportunos e inesperados, que la calidad de la imagen deja de importar.
La historia deja ver inclusive un trasfondo político y social en el que lo mismo se pitorrea del estereotipo del patán inglés -skin head con dinero- que se encabrona por que en vez de ser atendido por una mesera blanca, es atendido por una negra. O el nerd que lleva a su ridícula novia a cenar para pedirle matrimonio, y ésta termina intoxicada por una pizca de nuez. O el inspector de sanidad gubernamental, quien durante los primeros minutos de la cinta se dedica a hacer una inspección minuciosamente mamona de los protocolos de higiene de la cocina, poniendo a Andy Jones y a su equipo a parir chayotes.
Hay también un guiño, un velado homenaje, al junkie de la gastronomía psicodélica, el chef neoyorquino Anthony Bourdain. No es obra de la casualidad que el personaje de Alastair Skye, el ex socio de Andy Jones dentro la historia, guarde un parecido físico con el mítico Bourdain, quien en 2018 se quitara la vida ahorcándose dentro de la habitación de un hotel francés.
Una receta que no termina de cuajar
El recurso de presentar un montón de tramas secundarias y obstáculos que le aportan intensidad y fluidez al relato durante los primeros sesenta minutos, termina por desmoronarse, convirtiéndose en una colección de situaciones que quedan inconclusas al final de la historia. Asimismo el guión es poco explícito al hablarnos de las motivaciones que impulsan a los personajes a comportarse de la manera en que lo hacen. Poco sabemos de la vida personal y familiar de Andy Jones, de quien descubrimos, casi al finalizar la película, que se trata de un adicto al alcohol y al perico. Cuesta creerlo, toda vez que a lo largo del cuento nunca hemos visto explícitamente que el personaje sea un consumidor compulsivo de estimulantes. Algo parecido ocurre con otra de las tantas tramas secundarias, la cual apenas plantea la relación disfuncional entre Andy Jones y su pequeño hijo. Son meros trazos que nunca llegan a desarrollarse. Y mucho menos, conmueven.
Como quiera que sea, a principios de 2022, El Chef se coló entre las nominaciones de la Academia Británica de Cine al premio a la Mejor Película Británica (premio BAFTA). Aunque el director no se salió con la suya, su película no pasó desapercibida. Pues la suya es en muchos sentidos una propuesta cinematográfica que le puede hablar de tú a tú a las producciones de gran calado. Esa clase de cine que encuentra su público en muchas regiones del planeta, y que pone de relieve el hecho de que, habiendo creatividad y algo que decir, cualquier historia puede resultar apetecible. Aun la más trivial.