/ viernes 28 de abril de 2023

La Voz del Cácaro | El Covid Desde Palacio

Luego de varios días de especulaciones e incertidumbre por el desvanecimiento del presidente en su gira por Mérida, surge el video, de más de dieciocho minutos, en el que López Obrador con el semblante muy sonriente y maquillado y un traje gris, aparece frente a la cámara diciéndole al espectador que su salud está muy bien, a la vez que se lanza contra sus adversarios, gente de mala entraña, que desea su desaparición de la faz de la Tierra. Ante tantos irigotes, cabe preguntarse, qué pasaría, si en efecto, el presidente falleciera o quedara impedido para gobernar.


Según el artículo 84 de la Constitución ésa misma Constitución que la clase política vapulea todos los días, en caso de falta absoluta del presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o substituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor de sesenta días, el secretario de Gobernación asumirá de manera provisional la titularidad del Poder Ejecutivo.

Lo que no especifica el artículo 84, ni ningún otro, es qué pasaría si ese presidente que ya no puede desempeñarse como tal, dejara al país en las circunstancias en las que México se encuentra hoy. Es decir: un país en llamas. Un país confrontado y con muchísimos problemas de ingobernabilidad y corrupción. Un país con un gobierno que enfrenta tremendas presiones por parte de los gringos, además de las pugnas internas, como las que hay entre el propio presidente y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

A río revuelto


Continuando con el supuesto de que López Obrador no pudiera seguir gobernando, ¿alguien como Adán Augusto López, poseería la calidad moral y la credibilidad necesarios como para que tanto los partidos políticos, como los demás empresarios, crimen organizado, Ejército, sociedad civil, embajada gringa, se mantuvieran leales y se plegaran ante el nuevo presidente provisional? Para muchos, un vacío de poder podría significar la ocasión propicia para la rebatinga.

Basta imaginar a las “corcholatas presidenciales”. De entrada, si el secretario de

gobernación asumiera la presidencia provisional y, tuviera que convocar a una elección, sus aspiraciones de ser presidente se irían por la borda. ¿Y Marcelo Ebrard? ¿Y Claudia Sheinbaum? Entonces sí, cada uno haría todas las maromas que estuviesen a su alcance con tal de ser el candidato oficial de Morena para las nuevas elecciones. Al carajo las indirectas y los buenos modos. Uno y otra se tirarían a matar. Una lucha frontal por el poder, sin un líder moral para meterlos en cintura. Las tribus de Morena se verían enfrentadas. El proyecto se derrumbaría.

Y claro, ya sin el tlatoani, no faltarían varios más que levantarían la mano. Fernández Noroña y Ricardo Monreal, entre ellos. Si no han llegado más lejos es porque el mismo López Obrador los paró en seco. Pero a río revuelto, ¿qué podría detenerlos? ¿Y los empresarios? Ya se sabe que en México, al primer susto, los dueños del billete sacan sus dólares del país y los ponen a mejor resguardo en bancos extranjeros. ¿Qué garantizaría que millones de dólares no salieran de México, en caso de presentarse un escenario de incertidumbre y volatilidad?

En cuatro años el poder se ha centralizado de tal manera en la figura de un solo hombre, que su presencia es la única garantía de una cierta cohesión. Sí, una frágil cohesión, pero al menos hay un líder que, guste o no, es seguido por millones. Si a estas alturas, faltando un año y meses para la elección presidencial, ese líder no estuviese, muchas cosas quedarían en el aire. ¿El Tren Maya y la refinería de Dos Bocas? ¿Seguirían siendo una prioridad para el que llegase a gobernar? ¿Y qué sucedería si esa elección anticipada la ganara el PRIAN y no Morena como podría esperarse?

La opacidad con la que se ha manejado el tema de la salud del presidente por parte de un vocero presidencial, marrullero e ineficaz, y un secretario de Gobernación, la nueva estrella de las mañaneras, que enfurece cada vez que los canijos reporteros le preguntan algo incómodo, ha generado un vacío de información absolutamente innecesario. Como si fuéramos ciudadanos de segunda, como si no mereciéramos saber la verdad sobre la salud de quien nos gobierna. Es un asunto de Estado.

La vida es una tómbola

Ya es momento de que cada uno de los aspirantes a la Presidencia, y no sólo los de Morena, sino también de la oposición, presenten a los mexicanos su plan de gobierno para el próximo sexenio. Un plan serio, realista, factible. Las circunstancias lo ameritan. Qué distinto sería si la semana anterior, que la senadora Lily Tellez, al borde de la histeria, se apersonó en el Senado para reventar la sesión en la que la escritora Elena Poniatowska recibió la Medalla Belisario Domínguez, en vez de gritonearle airadamente al secretario de Gobernación, le hubiera entregado una carpeta con un plan de gobierno. Menos gritos, más ideas. Y todos serenos y sin hacer muchos irigotes, porque el presidente se recupera del covid-19, y promete regresar a los escenarios mañaneros con más puntadas y nuevos enemigos imaginarios a vencer.

Sin importar qué tan bien o mal lo hayan hecho, no es raro que los presidentes que

encuentran la muerte mientras están en el poder, sean vistos por sus gobernados como héroes, cuando no, como mártires. La muerte en 2013 del ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez, da cuenta de ello. De pronto, las pifias y la corrupción de su gobierno, se desvanecieron de la memoria de una buena parte de los venezolanos; la imagen que el pueblo se inventó de Chávez fue la de un prócer, un estadista, que murió por la “Revolución Bolivariana”. Por lo que se ve, en México, de darse el caso, la historia no sería muy distinta a la de Venezuela. Total, si ya tenemos a “Juan Soldado”, el santo de los inmigrantes indocumentados, ¿por qué no podríamos tener, por ejemplo, al “Santo de Macuspana”, el patrono de los otros datos?

Luego de varios días de especulaciones e incertidumbre por el desvanecimiento del presidente en su gira por Mérida, surge el video, de más de dieciocho minutos, en el que López Obrador con el semblante muy sonriente y maquillado y un traje gris, aparece frente a la cámara diciéndole al espectador que su salud está muy bien, a la vez que se lanza contra sus adversarios, gente de mala entraña, que desea su desaparición de la faz de la Tierra. Ante tantos irigotes, cabe preguntarse, qué pasaría, si en efecto, el presidente falleciera o quedara impedido para gobernar.


Según el artículo 84 de la Constitución ésa misma Constitución que la clase política vapulea todos los días, en caso de falta absoluta del presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o substituto, lo que deberá ocurrir en un término no mayor de sesenta días, el secretario de Gobernación asumirá de manera provisional la titularidad del Poder Ejecutivo.

Lo que no especifica el artículo 84, ni ningún otro, es qué pasaría si ese presidente que ya no puede desempeñarse como tal, dejara al país en las circunstancias en las que México se encuentra hoy. Es decir: un país en llamas. Un país confrontado y con muchísimos problemas de ingobernabilidad y corrupción. Un país con un gobierno que enfrenta tremendas presiones por parte de los gringos, además de las pugnas internas, como las que hay entre el propio presidente y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

A río revuelto


Continuando con el supuesto de que López Obrador no pudiera seguir gobernando, ¿alguien como Adán Augusto López, poseería la calidad moral y la credibilidad necesarios como para que tanto los partidos políticos, como los demás empresarios, crimen organizado, Ejército, sociedad civil, embajada gringa, se mantuvieran leales y se plegaran ante el nuevo presidente provisional? Para muchos, un vacío de poder podría significar la ocasión propicia para la rebatinga.

Basta imaginar a las “corcholatas presidenciales”. De entrada, si el secretario de

gobernación asumiera la presidencia provisional y, tuviera que convocar a una elección, sus aspiraciones de ser presidente se irían por la borda. ¿Y Marcelo Ebrard? ¿Y Claudia Sheinbaum? Entonces sí, cada uno haría todas las maromas que estuviesen a su alcance con tal de ser el candidato oficial de Morena para las nuevas elecciones. Al carajo las indirectas y los buenos modos. Uno y otra se tirarían a matar. Una lucha frontal por el poder, sin un líder moral para meterlos en cintura. Las tribus de Morena se verían enfrentadas. El proyecto se derrumbaría.

Y claro, ya sin el tlatoani, no faltarían varios más que levantarían la mano. Fernández Noroña y Ricardo Monreal, entre ellos. Si no han llegado más lejos es porque el mismo López Obrador los paró en seco. Pero a río revuelto, ¿qué podría detenerlos? ¿Y los empresarios? Ya se sabe que en México, al primer susto, los dueños del billete sacan sus dólares del país y los ponen a mejor resguardo en bancos extranjeros. ¿Qué garantizaría que millones de dólares no salieran de México, en caso de presentarse un escenario de incertidumbre y volatilidad?

En cuatro años el poder se ha centralizado de tal manera en la figura de un solo hombre, que su presencia es la única garantía de una cierta cohesión. Sí, una frágil cohesión, pero al menos hay un líder que, guste o no, es seguido por millones. Si a estas alturas, faltando un año y meses para la elección presidencial, ese líder no estuviese, muchas cosas quedarían en el aire. ¿El Tren Maya y la refinería de Dos Bocas? ¿Seguirían siendo una prioridad para el que llegase a gobernar? ¿Y qué sucedería si esa elección anticipada la ganara el PRIAN y no Morena como podría esperarse?

La opacidad con la que se ha manejado el tema de la salud del presidente por parte de un vocero presidencial, marrullero e ineficaz, y un secretario de Gobernación, la nueva estrella de las mañaneras, que enfurece cada vez que los canijos reporteros le preguntan algo incómodo, ha generado un vacío de información absolutamente innecesario. Como si fuéramos ciudadanos de segunda, como si no mereciéramos saber la verdad sobre la salud de quien nos gobierna. Es un asunto de Estado.

La vida es una tómbola

Ya es momento de que cada uno de los aspirantes a la Presidencia, y no sólo los de Morena, sino también de la oposición, presenten a los mexicanos su plan de gobierno para el próximo sexenio. Un plan serio, realista, factible. Las circunstancias lo ameritan. Qué distinto sería si la semana anterior, que la senadora Lily Tellez, al borde de la histeria, se apersonó en el Senado para reventar la sesión en la que la escritora Elena Poniatowska recibió la Medalla Belisario Domínguez, en vez de gritonearle airadamente al secretario de Gobernación, le hubiera entregado una carpeta con un plan de gobierno. Menos gritos, más ideas. Y todos serenos y sin hacer muchos irigotes, porque el presidente se recupera del covid-19, y promete regresar a los escenarios mañaneros con más puntadas y nuevos enemigos imaginarios a vencer.

Sin importar qué tan bien o mal lo hayan hecho, no es raro que los presidentes que

encuentran la muerte mientras están en el poder, sean vistos por sus gobernados como héroes, cuando no, como mártires. La muerte en 2013 del ex presidente de Venezuela, Hugo Chávez, da cuenta de ello. De pronto, las pifias y la corrupción de su gobierno, se desvanecieron de la memoria de una buena parte de los venezolanos; la imagen que el pueblo se inventó de Chávez fue la de un prócer, un estadista, que murió por la “Revolución Bolivariana”. Por lo que se ve, en México, de darse el caso, la historia no sería muy distinta a la de Venezuela. Total, si ya tenemos a “Juan Soldado”, el santo de los inmigrantes indocumentados, ¿por qué no podríamos tener, por ejemplo, al “Santo de Macuspana”, el patrono de los otros datos?