/ viernes 2 de agosto de 2024

La voz del cácaro | El Destino lo Alcanzó

Qué lejanos parecen aquellos días en los que un López Obrador, desafiante e irónico, le lanzaba bravatas al gobierno gringo desde su mañanera. Hoy, la cosa es distinta.

A menos de dos meses de irse y, con el poco poder que le queda, el presidente comienza a enfrentar la verdadera furia del monstruo de Washington. La inesperada captura en Estados Unidos de Ismael El ‘Mayo’ Zambada, marca el inicio de un final que podría convertirse en una pesadilla.

Pocos son los presidentes mexicanos que, en los últimos treinta años, han dejado el poder sin sobresaltos. Y todo parece que López Obrador no será la excepción. Su paso por el poder podría terminar entre tropiezos y sustos con dedicatoria desde Washington. Nunca entendió el presidente el pragmatismo del gobierno gringo, ni sus alcances. Pensó que con descalificarlo y criticarlo desde la mañanera lo podía mantener a raya. Y pudo ser así, si López Obrador hubiera sido menos soberbio y mucho más discreto con su actuar. Envalentonado y encandilado por el poder, tras ganar las elecciones de 2018, el presidente sintió que traía al diablo de las orejas. Así que no sólo le plantó cara a los gringos, sino que sin la menor reserva, mostró ante cámaras y micrófonos su estrecha relación con el narco. Y no sólo la suya, sino también la de varios miembros “distinguidos” de la 4T. Unos pocos lo llamaron cinismo, aunque para la mayoría era la muestra de que teníamos un presidente fuerte, entrón, que no se agachaba ante el poder de Washington. Era solo una imagen, la cual distaba en mucho de la realidad.

Una raya más al tigre

La sensación de invencibilidad creció aun más en cuando el gobierno mexicano logró algo que parecía insólito. Presionó al gobierno norteamericano para que liberara al general Salvador Cienfuegos, Secretario de la Defensa durante el sexenio de Peña Nieto, mejor conocido entre los bajos fondos como El Padrino, quien fuera arrestado en octubre de 2020 en el aeropuerto de Los Ángeles, acusado por la DEA de tráfico de drogas y lavado de dinero. Quién sabe qué tantos corridos le sabía (y le sabe) el general, tanto a gringos como a mexicanos, que para todos fue mejor mandarlo a sano y salvo de regreso a su casa. Nomás faltó que le dieran una medalla. Y en efecto, la medalla llegaría tres años más tarde, cuando el presidente, en franco desafío a los gringos y al sentido común, tuvo el mal tino de condecorar al general Cienfuegos con la medalla “Bicentenario del Heroico Colegio Militar”, la cual distingue a los mandos del Ejército por sus contribuciones al Colegio. Semanas previas a la flamante condecoración del general, López Obrador ya había tenido la ocurrencia de invitar al Ejército de Rusia (eterno enemigo de Estados Unidos) para que marchara en el desfile del 16 de septiembre. Y mientras tanto, la reacción de Washington se mantenía indiferente, calculadora. Ya llegaría el momento de cobrarse a lo chino.

Incógnitas y especulaciones

El temido momento llegó el 25 de julio pasado, cuando un misterioso avión, presuntamente salido de Hermosillo, aterrizó en un aeropuerto de Nuevo México con Joaquín Guzmán López, hijo de El Chapo Guzmán, e Ismael El ‘Mayo’ Zambada a bordo. El efectivo, el innombrable, aquel que por más de cuarenta años de andar en el jale macizo se había librado de pisar una cárcel, por fin estaba en manos de la DEA. Las versiones de los hechos que llevaron a su detención abundan. Que si se entregó, que si lo traicionaron, que si se lo robaron los agentes de la DEA. Todo cabe en la crónica de un arresto, que pareciera haber sido sacado de alguna novela del español Pérez Reverte (La Reina del Sur, Alfaguara 2002). Aunque por ahora la versión más socorrida es que Zambada fue llevado a Estados Unidos contra su voluntad. Por supuesto que las formas importan; no es lo mismo que se haya entregado por una decisión personal, a que haya sido secuestrado, como afirma el propio abogado de Zambada. Pero la película apenas comienza. Lo más delicado está por venir. Cuando Zambada, a petición de los gringos, tenga que soltar todo el corrido. No, no va a hablar de políticos de poca monta, ni de narquillos, sino de los peces más gordos. Es muy probable que en ese mar de dichos y declaraciones salga a relucir el financiamiento de las campañas de López Obrador y de otros tantos presidentes y gobernadores mexicanos. Como sea, la detención de Zambada marca el inicio de una nueva relación bilateral entre los gobiernos de México y Estados Unidos que, al menos en lo que respecta a temas de seguridad y narcotráfico, está marcada por la desconfianza y la incertidumbre.

El final se acerca ya

Los gringos le han arrebatado la agenda al presidente. Y ahora son ellos los que marcan los tiempos y los temas, las verdades y las mentiras. Y todo parece que con Claudia Sheinbaum harán exactamente lo mismo, a menos que la presidenta electa dé un giro en su obstinación por seguir los pasos del maestro.

De poco le sirvieron a López Obrador tantos arrebatos y bravuconadas a lo largo del sexenio. ¿Para qué? Si final de cada controversia con los gringos, el gobierno mexicano terminó bailando al son que Washington le marcaba. Si alguien le hubiera dicho al presidente que podría concluir su mandato en la mira del gobierno norteamericano, tal vez solo habría lanzado una carcajada. “Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes”, dijo el propio López Obrador con la voz quebrada ante más de ciento cincuenta mil personas, en aquel discurso que dio en el Zócalo, luego de ganar la Presidencia en 2018. A la vuelta de casi seis años, eso ha cambiado. La gran diferencia es que hoy la suerte del presidente ya no le pertenece al pueblo, sino a las vueltas del destino.

Qué lejanos parecen aquellos días en los que un López Obrador, desafiante e irónico, le lanzaba bravatas al gobierno gringo desde su mañanera. Hoy, la cosa es distinta.

A menos de dos meses de irse y, con el poco poder que le queda, el presidente comienza a enfrentar la verdadera furia del monstruo de Washington. La inesperada captura en Estados Unidos de Ismael El ‘Mayo’ Zambada, marca el inicio de un final que podría convertirse en una pesadilla.

Pocos son los presidentes mexicanos que, en los últimos treinta años, han dejado el poder sin sobresaltos. Y todo parece que López Obrador no será la excepción. Su paso por el poder podría terminar entre tropiezos y sustos con dedicatoria desde Washington. Nunca entendió el presidente el pragmatismo del gobierno gringo, ni sus alcances. Pensó que con descalificarlo y criticarlo desde la mañanera lo podía mantener a raya. Y pudo ser así, si López Obrador hubiera sido menos soberbio y mucho más discreto con su actuar. Envalentonado y encandilado por el poder, tras ganar las elecciones de 2018, el presidente sintió que traía al diablo de las orejas. Así que no sólo le plantó cara a los gringos, sino que sin la menor reserva, mostró ante cámaras y micrófonos su estrecha relación con el narco. Y no sólo la suya, sino también la de varios miembros “distinguidos” de la 4T. Unos pocos lo llamaron cinismo, aunque para la mayoría era la muestra de que teníamos un presidente fuerte, entrón, que no se agachaba ante el poder de Washington. Era solo una imagen, la cual distaba en mucho de la realidad.

Una raya más al tigre

La sensación de invencibilidad creció aun más en cuando el gobierno mexicano logró algo que parecía insólito. Presionó al gobierno norteamericano para que liberara al general Salvador Cienfuegos, Secretario de la Defensa durante el sexenio de Peña Nieto, mejor conocido entre los bajos fondos como El Padrino, quien fuera arrestado en octubre de 2020 en el aeropuerto de Los Ángeles, acusado por la DEA de tráfico de drogas y lavado de dinero. Quién sabe qué tantos corridos le sabía (y le sabe) el general, tanto a gringos como a mexicanos, que para todos fue mejor mandarlo a sano y salvo de regreso a su casa. Nomás faltó que le dieran una medalla. Y en efecto, la medalla llegaría tres años más tarde, cuando el presidente, en franco desafío a los gringos y al sentido común, tuvo el mal tino de condecorar al general Cienfuegos con la medalla “Bicentenario del Heroico Colegio Militar”, la cual distingue a los mandos del Ejército por sus contribuciones al Colegio. Semanas previas a la flamante condecoración del general, López Obrador ya había tenido la ocurrencia de invitar al Ejército de Rusia (eterno enemigo de Estados Unidos) para que marchara en el desfile del 16 de septiembre. Y mientras tanto, la reacción de Washington se mantenía indiferente, calculadora. Ya llegaría el momento de cobrarse a lo chino.

Incógnitas y especulaciones

El temido momento llegó el 25 de julio pasado, cuando un misterioso avión, presuntamente salido de Hermosillo, aterrizó en un aeropuerto de Nuevo México con Joaquín Guzmán López, hijo de El Chapo Guzmán, e Ismael El ‘Mayo’ Zambada a bordo. El efectivo, el innombrable, aquel que por más de cuarenta años de andar en el jale macizo se había librado de pisar una cárcel, por fin estaba en manos de la DEA. Las versiones de los hechos que llevaron a su detención abundan. Que si se entregó, que si lo traicionaron, que si se lo robaron los agentes de la DEA. Todo cabe en la crónica de un arresto, que pareciera haber sido sacado de alguna novela del español Pérez Reverte (La Reina del Sur, Alfaguara 2002). Aunque por ahora la versión más socorrida es que Zambada fue llevado a Estados Unidos contra su voluntad. Por supuesto que las formas importan; no es lo mismo que se haya entregado por una decisión personal, a que haya sido secuestrado, como afirma el propio abogado de Zambada. Pero la película apenas comienza. Lo más delicado está por venir. Cuando Zambada, a petición de los gringos, tenga que soltar todo el corrido. No, no va a hablar de políticos de poca monta, ni de narquillos, sino de los peces más gordos. Es muy probable que en ese mar de dichos y declaraciones salga a relucir el financiamiento de las campañas de López Obrador y de otros tantos presidentes y gobernadores mexicanos. Como sea, la detención de Zambada marca el inicio de una nueva relación bilateral entre los gobiernos de México y Estados Unidos que, al menos en lo que respecta a temas de seguridad y narcotráfico, está marcada por la desconfianza y la incertidumbre.

El final se acerca ya

Los gringos le han arrebatado la agenda al presidente. Y ahora son ellos los que marcan los tiempos y los temas, las verdades y las mentiras. Y todo parece que con Claudia Sheinbaum harán exactamente lo mismo, a menos que la presidenta electa dé un giro en su obstinación por seguir los pasos del maestro.

De poco le sirvieron a López Obrador tantos arrebatos y bravuconadas a lo largo del sexenio. ¿Para qué? Si final de cada controversia con los gringos, el gobierno mexicano terminó bailando al son que Washington le marcaba. Si alguien le hubiera dicho al presidente que podría concluir su mandato en la mira del gobierno norteamericano, tal vez solo habría lanzado una carcajada. “Yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes”, dijo el propio López Obrador con la voz quebrada ante más de ciento cincuenta mil personas, en aquel discurso que dio en el Zócalo, luego de ganar la Presidencia en 2018. A la vuelta de casi seis años, eso ha cambiado. La gran diferencia es que hoy la suerte del presidente ya no le pertenece al pueblo, sino a las vueltas del destino.