/ viernes 12 de julio de 2024

La voz del cácaro | El General que no fue

En México, cada seis años, hay dos tipos de sucesiones: la presidencial y la del Secretario de la Defensa. En la primera el pueblo vota por un candidato. En la segunda no hay voto de por medio ni democracia de valga; todo sucede en lo oscurito, donde el Secretario saliente le entrega al presidente electo una lista de generales que podrían sucederlo. No son tomados en cuenta aquellos que han sido poco sumisos o, que de plano, han tenido diferencias con el Secretario en turno. El poder desgasta sobre todo cuando no se tiene.

1976. Estamos todos alrededor de la enorme televisión. Es una Philco a color con perilla dorada para cambiar los canales. El único que falta es mi abuelo, el general. No quiso ver el noticiero de Jacobo Zabludovsky. Prefirió quedarse en su estudio. Mamá y la abuela están nerviosas. Lo que está a punto de anunciar Zabludovsky en su noticiero podría cambiar el destino de toda la familia. Con un poco de suerte y el dedazo de José López Portillo, el nuevo presidente, el abuelo podría ser nombrado Secretario de la Defensa. Varios periódicos lo ponen como uno de los favoritos entre la lista de generales con posibilidades de quedarse con el hueso. Ser Secretario de la Defensa en México es casi como ser el presidente. El poder que se adquiere es descomunal. Eres una especie de Dios. Pocos se atreven a cuestionar o a pedirle cuentas a un Secretario de la Defensa. Tiene en su mano toda la fuerza del Estado para que se haga lo que él ordena. Hasta los narcos y los guerrilleros se le cuadran. Y más le vale al presidente y a su gabinete apoyarlo. Claro que para llegar ahí no bastan los méritos, hacen falta obediencia y sumisión absolutas. Y el abuelo no es muy sumiso que digamos. Peor aun, siempre se pone del lado del pueblo.

Si por eso terminó mentándole la madre al general Hermenegildo Cuenca, Secretario de la Defensa. Cuando el abuelo era el comandante de la veintisiete zona militar en Acapulco, Cuenca quería que el Ejército le aplicara mano dura, tanto a Lucio Cabañas (líder guerrillero egresado de la escuela normal Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa), como a la gente de la montaña de Guerrero. Quería acabar con la guerrilla del modo rudo, al más puro estilo del PRI del sesenta y ocho. Y el abuelo se negó. Le dijo que él no era un asesino y muy respetuosamente lo mandó a la chingada. Mala idea. Si hay algo que posee un Secretario de la Defensa, además de poder, es un ego gigantesco. Y el que se la hace, se la paga. El abuelo fue removido de Acapulco y enviado a “la banca”. Y ya sin cargo, el general Cuenca le fabricó una investigación judicial. Si el abuelo no pisó la prisión militar fue porque obtuvo un amparo, que le permitió llevar el proceso judicial en libertad. Al mismo tiempo alguien le advirtió que no se parara en el Hospital Militar, donde había sido requerido para que se practicara un examen médico, pues corría el peligro de que ahí mismo le diera un infarto al corazón. En la tele anuncios y más anuncios. De pronto el rostro de Zabludovsky ocupa la enorme pantalla de la Philco a color. Mamá y la abuela se miran una a la otra. En sus caras brilla la esperanza. Pinche Zabludovsky, mira cómo nos tienes. Suelta ya la sopa.

Las reglas no escritas

“Como le comenté antes de ir a los anuncios -dice Zabludovsky mirando a la cámara-, hoy se dio a conocer el nombre del general que será el Secretario de la Defensa durante el sexenio del licenciado José López Portillo”. Mamá está muy pensativa. La abuela tiembla, tiene los dedos de las manos entrelazados; cuando se pone así hay que darle su Valium. “Me dicen que otra vez vamos a comerciales. Pero volvemos en un momento con el nombre del próximo Secretario”, dice Zabludovsky con una sonrisa torva sellada en su cara. La espera es tensa, eterna.

Aparece de nuevo Zabludovsky en la pantalla con su sonrisa torva. Sin darle más vueltas al asunto, suelta de pronto: “El próximo Secretario de la Defensa es el general de División Félix Galván López…” En la recámara de la abuela todo se vuelve silencio, un silencio sepulcral. Nos miramos unos a otros estupefactos, mientras la voz de Zabludovsky se escucha como un eco lejano, casi imperceptible. La abuela tiene el rostro descolocado, mi mamá observa la pantalla de la televisión callada e inmóvil. La suerte está echada. Se ha cumplido a cabalidad aquella regla, no escrita, del Ejército que dice que nada se olvida más despacio que una ofensa. El abuelo sabía de antemano que después del encontronazo con el general Cuenca, era imposible que lo nombraran Secretario. El propio presidente López Portillo se lo dijo. Aun así no quiso quebrar las esperanzas de mamá y la abuela.

La guerra invisible

Y así como en aquel lejano 1976 se le esfumó al abuelo la posibilidad de ser el Secretario de la Defensa en el sexenio de López Portillo, se les ha esfumado el mismo sueño a otros tantos generales que ya se veían a sí mismos como los elegidos. Todo parecía estar de su lado, hasta que contravinieron una orden superior o fueron víctimas de intrigas y traiciones. Y es que en México la sucesión del Secretario de la Defensa es un asunto muy serio que se define en el último momento, cuando ya no hay vuelta atrás. Y mientras eso ocurre, dentro del Ejército, cada general apoyado por su respectivo grupo, se enfrenta a los demás contendientes en una guerra silenciosa, pero feroz. Cómo estarán las cosas en el Ejército en este sexenio, que Claudia Sheinbaum, presidenta electa, ya dijo que anunciará el nombre de su Secretario de la Defensa, hasta unos días antes de asumir su mandato el 1 de octubre. ¿Será que la caballada está muy flaca?

En México, cada seis años, hay dos tipos de sucesiones: la presidencial y la del Secretario de la Defensa. En la primera el pueblo vota por un candidato. En la segunda no hay voto de por medio ni democracia de valga; todo sucede en lo oscurito, donde el Secretario saliente le entrega al presidente electo una lista de generales que podrían sucederlo. No son tomados en cuenta aquellos que han sido poco sumisos o, que de plano, han tenido diferencias con el Secretario en turno. El poder desgasta sobre todo cuando no se tiene.

1976. Estamos todos alrededor de la enorme televisión. Es una Philco a color con perilla dorada para cambiar los canales. El único que falta es mi abuelo, el general. No quiso ver el noticiero de Jacobo Zabludovsky. Prefirió quedarse en su estudio. Mamá y la abuela están nerviosas. Lo que está a punto de anunciar Zabludovsky en su noticiero podría cambiar el destino de toda la familia. Con un poco de suerte y el dedazo de José López Portillo, el nuevo presidente, el abuelo podría ser nombrado Secretario de la Defensa. Varios periódicos lo ponen como uno de los favoritos entre la lista de generales con posibilidades de quedarse con el hueso. Ser Secretario de la Defensa en México es casi como ser el presidente. El poder que se adquiere es descomunal. Eres una especie de Dios. Pocos se atreven a cuestionar o a pedirle cuentas a un Secretario de la Defensa. Tiene en su mano toda la fuerza del Estado para que se haga lo que él ordena. Hasta los narcos y los guerrilleros se le cuadran. Y más le vale al presidente y a su gabinete apoyarlo. Claro que para llegar ahí no bastan los méritos, hacen falta obediencia y sumisión absolutas. Y el abuelo no es muy sumiso que digamos. Peor aun, siempre se pone del lado del pueblo.

Si por eso terminó mentándole la madre al general Hermenegildo Cuenca, Secretario de la Defensa. Cuando el abuelo era el comandante de la veintisiete zona militar en Acapulco, Cuenca quería que el Ejército le aplicara mano dura, tanto a Lucio Cabañas (líder guerrillero egresado de la escuela normal Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa), como a la gente de la montaña de Guerrero. Quería acabar con la guerrilla del modo rudo, al más puro estilo del PRI del sesenta y ocho. Y el abuelo se negó. Le dijo que él no era un asesino y muy respetuosamente lo mandó a la chingada. Mala idea. Si hay algo que posee un Secretario de la Defensa, además de poder, es un ego gigantesco. Y el que se la hace, se la paga. El abuelo fue removido de Acapulco y enviado a “la banca”. Y ya sin cargo, el general Cuenca le fabricó una investigación judicial. Si el abuelo no pisó la prisión militar fue porque obtuvo un amparo, que le permitió llevar el proceso judicial en libertad. Al mismo tiempo alguien le advirtió que no se parara en el Hospital Militar, donde había sido requerido para que se practicara un examen médico, pues corría el peligro de que ahí mismo le diera un infarto al corazón. En la tele anuncios y más anuncios. De pronto el rostro de Zabludovsky ocupa la enorme pantalla de la Philco a color. Mamá y la abuela se miran una a la otra. En sus caras brilla la esperanza. Pinche Zabludovsky, mira cómo nos tienes. Suelta ya la sopa.

Las reglas no escritas

“Como le comenté antes de ir a los anuncios -dice Zabludovsky mirando a la cámara-, hoy se dio a conocer el nombre del general que será el Secretario de la Defensa durante el sexenio del licenciado José López Portillo”. Mamá está muy pensativa. La abuela tiembla, tiene los dedos de las manos entrelazados; cuando se pone así hay que darle su Valium. “Me dicen que otra vez vamos a comerciales. Pero volvemos en un momento con el nombre del próximo Secretario”, dice Zabludovsky con una sonrisa torva sellada en su cara. La espera es tensa, eterna.

Aparece de nuevo Zabludovsky en la pantalla con su sonrisa torva. Sin darle más vueltas al asunto, suelta de pronto: “El próximo Secretario de la Defensa es el general de División Félix Galván López…” En la recámara de la abuela todo se vuelve silencio, un silencio sepulcral. Nos miramos unos a otros estupefactos, mientras la voz de Zabludovsky se escucha como un eco lejano, casi imperceptible. La abuela tiene el rostro descolocado, mi mamá observa la pantalla de la televisión callada e inmóvil. La suerte está echada. Se ha cumplido a cabalidad aquella regla, no escrita, del Ejército que dice que nada se olvida más despacio que una ofensa. El abuelo sabía de antemano que después del encontronazo con el general Cuenca, era imposible que lo nombraran Secretario. El propio presidente López Portillo se lo dijo. Aun así no quiso quebrar las esperanzas de mamá y la abuela.

La guerra invisible

Y así como en aquel lejano 1976 se le esfumó al abuelo la posibilidad de ser el Secretario de la Defensa en el sexenio de López Portillo, se les ha esfumado el mismo sueño a otros tantos generales que ya se veían a sí mismos como los elegidos. Todo parecía estar de su lado, hasta que contravinieron una orden superior o fueron víctimas de intrigas y traiciones. Y es que en México la sucesión del Secretario de la Defensa es un asunto muy serio que se define en el último momento, cuando ya no hay vuelta atrás. Y mientras eso ocurre, dentro del Ejército, cada general apoyado por su respectivo grupo, se enfrenta a los demás contendientes en una guerra silenciosa, pero feroz. Cómo estarán las cosas en el Ejército en este sexenio, que Claudia Sheinbaum, presidenta electa, ya dijo que anunciará el nombre de su Secretario de la Defensa, hasta unos días antes de asumir su mandato el 1 de octubre. ¿Será que la caballada está muy flaca?