No se recuerda de algún presidente mexicano, en la historia reciente, que haya terminado su mandato con una aprobación tan alta como la de López Obrador. Los analistas se quiebran la cabeza preguntándose cómo fue que el ex presidente pudo ser tan popular y querido, si el suyo fue gobierno mediocre e impredecible. La respuesta es sencilla: el ex presidente se mochó con el pueblo. Y eso, para la mayoría, significó mucho más que la inseguridad y la violencia que imperaron durante su sexenio.
Alguna vez alguien le preguntó al profesor Carlos Hank González, destacado priista y cacique del Estado de México, que cómo había hecho para amasar una fortuna tan grande como la que poseía. “Muy simple -respondió Hank González-, yo cuando me baño, siempre salpico. La cosa estaba más que clara, lo que el profesor quería decir con esa analogía es que siempre que le caía algún dinerillo, producto de alguna chapuza, él se mochaba con aquellos que estaban a su alrededor. Fue así como se ganó su agradecimiento, su lealtad y su admiración. Y eso fue precisamente lo que hizo López Obrador, repartir lo que encontró. Y no sólo entre sus cuates, sino también entre el pueblo. Y el resultado fue el mismo que con Hank González. La gente lo adoró.
Esa misma gente que durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón se quejaba amargamente de los panistas; pero no por que robaran a manos llenas, sino porque robaban, pero no se mochaban con el pueblo. Eran mezquinos con aquellos que los habían encumbrado en el poder. Y por eso, ese mismo pueblo les dio una patada en el trasero. López Obrador lo supo hacer diferente. Soltó dinero en efectivo a manos llenas por medio de becas y programas. Así fue como pudo tejer una gigantesca red de clientes, en el mejor estilo de la vieja escuela priista.
La promesa del bienestar
¿Al final qué se consiguió? Todo depende de cómo se quieran mirar las cosas. En términos prácticos y financieros muy poco. Difícilmente el AIFA, sustituto del mega aeropuerto de Texcoco, reportará alguna ganancia en los próximos años. Tampoco con la refinería de Dos Bocas veremos algún retorno de la inversión en el mediano plazo. Ni siquiera con el Tren Maya. Pero si hablamos en términos políticos, ahí las cosas pintan muy distintas. Porque la estrategia de dar sin pedir nada a cambio, más que lealtad y sumisión, reportó enormes beneficios para el ex presidente y su movimiento. Tantos, que Claudia Sheinbaum hoy gobierna México.
¿Pero se podría decir que el ex presidente logró operar una transformación real en los mexicanos? Guste o no, López Obrador nos hizo vernos en el espejo de nuestra propia idiosincrasia. Nos desnudó y nos mostró nuestras virtudes y defectos como ciudadanos. Él mismo ex presidente fue la personalización del mexicano de a pie. Ese que anda en camión y que se desayuna un tamal. Ese que es dicharachero y bonachón. Ese que promete, pero nunca dice cuándo habrá de cumplir. Ese mismo que en público aborrece a los gringos, pero que en lo oscurito los admira. Tal vez otro de los grandes cambios es que hoy somos más exigentes respecto al precio que, como ciudadanos, pensamos cobrar a nuestros políticos a cambio de darles nuestro voto. Luego de un sexenio de recibir dinero y “apoyos”, a muy pocos mexicanos les parecería atractivo votar por algún candidato que, entre sus promesas de campaña, no les asegure que les va a entregar alguna ayuda económica. “El bienestar” llegó para quedarse.
El precio del bienestar
¿Pero cuánto le va a costar al pueblo la generosidad del ex presidente? Mucho. Tan solo la deuda que Sheinbaum ha heredado del gobierno obradorista ronda en los siete billones de pesos. Eso, más todo el dineral que hay que seguirle inyectando a los proyectos que están inconclusos, con la peregrina esperanza de que algún día se vuelvan autosustentables. ¿Pero se le podría reprochar al ex presidente que haya endeudado al país en aras de mocharse con su pueblo? No. Sería injusto quejarse. Después de todo, el pueblo fue por lo que votó. El pueblo escogió su destino. Por supuesto muchos podrían alegar que a ellos nadie les preguntó si estaban de acuerdo en que el gobierno abriera la llave del dinero y lo regalara. Pero así es la democracia. La mayoría manda. Aunque no necesariamente tenga la razón. Eso sí, hasta el momento no ha aparecido un inconforme que salga a protestar por los apoyos que él o sus familiares reciben del gobierno. O un valiente que se atreva a devolver el dinero que le depositan en su Tarjeta del Bienestar cada bimestre.
El bienestar transforma
Una viejilla se paró frente a un changarro de zapatos en un mercado. Aunque traía las ropas lamparientas de mugre y deshilachadas, se veía que era de buena familia. La viejilla se quedó mirando unas pantuflas que costaban un poco más de cien pesos. De pronto se acercó a la dueña del changarro y le soltó sin el menor empacho: “¿Me podría regalar esas pantuflas?” La dueña, una señora más o menos de la misma edad, sólo sonrió. “Mire -le dijo de buena gana- si me ayuda a acomodar los zapatos y a sacudir, le puedo pagar con las pantuflas. ¿Cómo ve?” ¡Uh! Fue como si le hubieran mentado la madre a la viejilla. Sus ojos claros se clavaron como dos puñales en la dueña. A continuación sacó su flamante tarjeta del Bienestar y mostrándola a la dueña, le rezongó: “No se confunda, señora. Yo tengo mi pensión. No necesito limosnas. ¡Abusiva!” En fin, López Obrador ya se fue. Bueno, de los reflectores y de farándula política. Pero seguirá haciendo home office desde la sombrita. Ojalá le vaya bien a la presidenta Sheinbaum. En la medida que le vaya bien a ella, nos irá bien a todos. Ojalá y “el bienestar” dé para otro sexenio.