Corría el año de 1982 cuando Miguel Nazar Haro, director de la Dirección Federal de Seguridad, fue detenido en California, acusado por el FBI de liderar una banda de robacoches. A pesar de las acusaciones del procurador de San Diego, William Kennedy, inexplicablemente, Nazar quedó libre días después y volvió a México. Hoy, la historia pareciera repetirse de algún modo con el juicio de Genaro García Luna en la Corte del Distrito Este de Nueva York, donde tras varios días de reality show, podría ocurrir que el acusado sea devuelto a su casa con un “disculpe usted”.
Nazar Haro era un tipo reservado, esa clase de hombre que habla poco y escucha mucho. Cuando narraba la historia de su arresto en San Diego, sólo lo hacía entre sus más cercanos, aquellos que eran de su entera confianza. Una historia que difiere mucho de la versión oficial, la que apareció en periódicos y noticieros de aquella época. “Me agarraron unos agentes de la FBI en el aeropuerto -solía decir- pero no me interrogaron. Simplemente me dijeron que sabían que yo no robaba coches en California, pero que también sabían que yo conocía perfectamente a quienes sí se los robaban.
El trato era muy sencillo: yo les ponía al “bueno”, al jefe de la banda de robacoches, y ellos me dejaban volver a México sin pisar la cárcel. Pero como yo sé ser leal, y no soy chiva, me quedé callado, y no empiné al hijo de un buen amigo, un político mexicano muy conocido, que iba a ser candidato del PRI a la Presidencia. A sí que mandé a los gringos a chingar a su madre. Y me tuvieron que dejar ir con un “disculpe usted”. Porque si alguien sabe qué tan larga tienen la cola los gringos, ése soy yo. Así que entre gitanos no nos leemos la mano. Ronald Reagan tuvo que correr al procurador de justicia de San Diego por andarse metiendo”.
En efecto, don Miguel, como lo llamaban sus conocidos, era considerado por la CIA como una pieza clave del espionaje que los gringos practicaban, tanto en México como en Centroamérica, en su obsesión por erradicar el comunismo. Nada se movía sin que Nazar lo supiera.
Él era la inteligencia, el espionaje, el efectivo. Poseía muchísima información. Conocía vida y obra de los poderosos, y sabía de qué pie cojeaba cada uno; eso incluía a la clase política mexicana y también a la de la Washington. A cada quien le sabía su “corrido” y por eso fue intocable en un país y en otro.
Lo que sabe García Luna
Al igual que Nazar Haro, Genaro García Luna tuvo una relación muy cercana con las agencias federales gringas, sobre todo con el FBI y la DEA. En su papel de súper policía encargado de hacerle la guerra al narco por órdenes del presidente Felipe Calderón, conocía perfectamente a los líderes de los principales cárteles de la droga mexicanos, tanto, como conocía los tejes y manejes que hacían las autoridades gringas para que la mota, el perico, la metanfetamina, el fentanilo y la heroína se distribuyeran sin problemas desde la frontera a todo Estados Unidos.
Visto así no sorprende que la Fiscalía de Nueva York haya anunciado que sólo se espera la declaración de un último testigo y eso será todo; no llamará a más personas a la Corte. Con ello el juicio pareciera estar próximo a llegar a su fin. Si se mira el vaso medio vacío, bien podría decirse que los propios gringos han hecho todo lo que está en sus manos para facilitarle las cosas al acusado. Por ejemplo el hecho de que los fiscales hayan basado el caso en las declaraciones de testigos cooperantes y protegidos; finísimas personas que hasta ahora no han presentado pruebas sólidas, más que dimes y diretes. Eso sí, se han prestado a ser parte de un montaje teatral, armado para simular que del largo brazo de la ley (gringa) nadie escapa.
¿Cómo es posible que después de más de tres años de reunir pruebas para demostrar la culpabilidad de García Luna, sólo exista humo en su contra? ¿No hay un video o una grabación que lo inculpen? ¿Será que los gringos ya se dieron cuenta que llevar el caso al siguiente nivel significaría que también ellos saldrían raspados? Para empezar, muchos funcionarios de alto perfil tendrían que dar explicaciones. Desde directores regionales de la DEA, hasta gobernadores, pasando por jefes de aduana, jefes de policía, y por supuesto, varios directores de la peliculesca Border Patrol.
No sería extraño que al final del reality show, García Luna regresara a México. O quizá no tan rápido, quizá el juez Cogan, el mismo que sentenció al Chapo a cadena perpetua, le dé una temporadita en cana. Nomás para taparle el ojo al macho. Pero como en todo, hay niveles. Porque no es la misma suerte la que corrió García Luna, desde su arresto en 2019, a la que corrió alguien como al general Salvador Cienfuegos, cuando también lo atoraron en Los Ángeles en 2020, acusado por la DEA de cuatro cargos relacionados con el tráfico de drogas. Ahí sí, el gobierno mexicano usó toda la artillería para sacar a “el Padrino” de la bronca. En aquella ocasión la más alta cúpula de la Defensa Nacional presionó a López Obrador para que trajera a Cienfuegos de regreso. El general sólo estuvo 33 días en Estados Unidos, antes de ser deportado a México.
Los dos policías
Entre los pocos que frecuentaban a Nazar Haro había un comandante de la PGR, con el que se sentaba a platicar. El comandante le contó a Nazar que una vez conoció a un tipo, un agente de la DEA. Al calor de la plática, el comandante le pidió al agente de la DEA, que desde su punto de vista, le explicara qué hacía distinto a un policía mexicano de un policía gringo. El agente de la DEA sonrió y le respondió: “En el fondo somos muy parecidos, pero las formas son distintas. Ustedes cuando van a pedir trabajo de policías, llegan sumisos y jodidos. Ah, pero ya que tienen la chamba, a la vuelta de un mes, se vuelven prepotentes; andan subidos en una troca con cadenas de oro alrededor del cuello y una texana en la cabeza, con un cuerno de chivo con errajes de oro y bota de armadillo. Los gringos cuando vamos pedir chamba también estamos jodidos; pero a diferencia de ustedes, nos quedamos así toda la vida: jodidos. Bueno, eso es lo que hacemos creer a los demás. Pero al final del día, cuando nadie nos ve, desenterramos el cofre y sacamos parte del tesoro. Eso sí, mucho cuidado tenemos de seguir siendo invisibles”.