A punto de cumplirse un mes de que Claudia Sheinbaum asumiera la Presidencia del México bronco, que López Obrador le heredó, varias ciudades del país se han convertido en campos de batalla. Dos enfrentamientos ocurridos la semana pasada, uno en Sinaloa y el otro en Guerrero, en los que murieron decenas de presuntos sicarios a manos del Ejército, dan cuenta del intento de gobierno por enfrentar a la maña. Pero se necesitan más que balazos para que la cosa funcione
Que se recuerde, a lo largo de los seis años del gobierno de López Obrador nunca se registró un enfrentamiento entre el Ejército y la maña en el que hubiera decenas de muertos. Muy distinto a lo ocurrido hace unos días en Culiacán, Sinaloa y en Técpan de Galeana, Guerrero, donde de manera sorpresiva el Ejército se olvidó de los abrazos y tiró a matar. El saldo: 39 presuntos sicarios muertos. Lo que sorprende es que no hubiera habido una sola baja, ni siquiera algún herido, por parte de los soldados. Se podrían especular muchas cosas al respecto, pero todas terminan suscitando las mismas reflexiones y las mismas sospechas: ola capacidad de fuego del Ejército fue muy superior a la de sus enemigos, o el Ejército sorprendió a sus enemigos y los castigó con severidad. A menos que exista algún video, lo más probable es que nunca lo sepamos a ciencia cierta lo que ocurrió.
Según Claudia Sheinbaum, en su gobierno no habrá una guerra contra el narco, como la que hubo en el sexenio de Felipe Calderón. Ni se permitirán ejecuciones extrajudiciales. Pero los hechos parecieran mostrar algo muy distinto. Luego de la zacapela en Sinaloa, tanto el general Trevilla, Secretario de la Defensa, como García Harfuch, Secretario de Seguridad, salieron a dar la cara frente a los medios para justificar la ferocidad del ataque. “El Cártel de Sinaloa es más violento tras los arrestos que ha hecho Estados Unidos de tres de sus líderes…”, aseguró el general Trevilla en la mañanera de Palacio. En efecto, los hechos y la historia ponen de nueva cuenta al Ejército mexicano frente al estigma que, como un fantasma, lo ha perseguido desde el movimiento estudiantil de 1968: cómo enfrentar al enemigo sin trastocar sus derechos humanos. “¿Cómo les doy en la madre, sin que me acusen de gandalla?” Ha sido la pregunta por décadas.
Golpes de relumbrón
Se le puede regatear a la presidenta el hecho de que ante las cámaras y los reflectores diga una cosa y, fuera de Palacio, haga otra. Pero no se puede negar que, al menos, en apariencia, las incursiones militares en Culiacán y en Técpan de Galeana, marcaron una cierta distancia respecto a la fallida estrategia de seguridad, implementada por el gobierno de López Obrador. Pero una cosa es dar golpes espectaculares, cada tanto, como antídoto, para sacudirse, aunque sea por un momento, la presión de los gringos y de los medios y las redes, y otra es actuar para obtener resultados a largo plazo. Y es que si lo que se desea es recuperar el control del país y la credibilidad de cara al pueblo, solo queda ser consistente, sistemático. Y eso implica, entre otras cosas, que la presidenta no solo reconozca la bronca que tiene entre manos, sino que cumpla la ley y que haga que esta se cumpla sin excepciones. Mientras la presidenta insista en desdeñar la ley y las instituciones, no puede haber estrategia de seguridad que funcione.
Si la presidenta hubiera llamado a cuentas al gobernador de Sinaloa hace un mes, muy probablemente se pudiera haber detenido la guerra que hoy tiene al estado en llamas. Sheinbaum pudo dar el manotazo sobre la mesa y dejar muy claro que su gobierno tiene toda la intención, el compromiso y el poder para poner orden. Para gobernar. Pero no lo hizo. Era suya y la dejó ir. De poco sirve ver a García Harfuch, vestido de saco y corbata, como si nos estuviera dando el pronóstico del clima, presumiéndonos los centenares de malandros que han sido detenidos por el largo brazo de la Guardia Nacional, si no hay una solución de fondo. Contundente. A López Obrador se le podía ocurrir cualquier disparate; fuera mentira, verdad o media verdad, el pueblo se lo compraba. Pero a Sheinbaum no tanto. Su personalidad retraída y taciturna, la cual dista mucho de la figura bonachona y paternal del tabasqueño, marca una notoria distancia entre la presidenta y una buena parte del pueblo.
Consecuencias peligrosas
Los titubeos presidenciales han ido creando un clima de incertidumbre y de duras críticas hacia Sheinbaum. Pero más allá de las opiniones de la prensa o de las redes, es muy cierto que una política de mano de hierro contra la delincuencia organizada podría tener consecuencias insospechadas. Pues la respuesta del oponente promete ser feroz. Los coches bomba, que explotaron hace unos días en Guanajuato, son solo un pálido adelanto de lo que podría ocurrir. Basta imaginar el caos que se desataría si un coche bomba o, cualquier explosivo, estallara en el centro de la Ciudad de México o en un Estadio de fútbol. En ese momento el país y su economía literalmente se derrumbarían. Hasta ahora Sheinbaum se ha negado a calificar dichos bombazos como “narcoterrorismo”, pues sería como dar carta blanca al gobierno americano para que persiga y combata el terrorismo“hecho en México” con todo su arsenal.
De cualquier forma, la presión será más dura a partir de que los gringos elijan al que será su presidente por los próximos cuatro años. Por donde se le vea no son especialmente buenas noticias, toda vez que, tanto Kamala Harris como Trump, los dos candidatos presidenciales, ya le cantaron el tiro al gobierno mexicano. No importa quién llegue a la Casa Blanca, ambos prometen cambiar radicalmente la estrategia de seguridad y de migración que el gobierno de Joe Biden ha seguido hasta ahora. Hoy, la gran pregunta que flota en el aire es si todo esto que vimos, tanto en Sinaloa como en Guerrero, va a ser replicado por el gobierno en otros estados, como Chiapas, Michoacán o Guanajuato. Si es así, vienen tiempos peligrosos. Y si no, también.