/ viernes 8 de noviembre de 2024

La voz del cácaro | La Mexicanización de la Violencia

Luego de la muerte de un adolescente durante en un tiroteo en la ciudad de Poitiers, Francia, originado por un ajuste de cuentas entre dos cárteles rivales, el ministro del interior, Bruno Retailleu, salió a expresar su preocupación de que el país se “mexicanice”. La violencia extrema al estilo del narco mexicano ha traspasado fronteras. Y hoy es referente y motivación para mañosos de otros lados. ¿Abrazos o balazos? El gobierno del presidente Emmanuel Macron tiene que poner un alto, antes de que los muertos comiencen a pesar.

La violencia que define al narco mexicano no es nueva. Viene de varias décadas atrás. Sin embargo en la administración de López Obrador se volvió más feroz y letal. Los casi doscientos mil muertos al final del “sexenio de la transformación” dan cuenta de ello. La permisividad del gobierno obradorista llegó a tal grado, que carreteras y pueblos enteros le fueron arrebatados a los ciudadanos por parte de la maña, a punta de tiros y bombazos.

Fue así como la industria del terror se expandió de manera descomunal. Los rifles de asalto y las pistolas “matapolicías” no desaparecieron, pero en muchos casos fueron sustituidos por armas más poderosas, como los lanzacohetes y los drones bombarderos. Muy pronto, los mañosos, adiestrados por desertores del Ejército mexicano y mercenarios de otros países, salieron a las calles para adueñarse del país. La “mexicanización de la violencia”, le ha llamado el ministro Retailleu. Un fenómeno social que comienza a replicarse en varios países del primer mundo. Por lo pronto, en Francia ya están sintiendo pasos.

Los narcohéroes

La crudeza y efectividad que los cárteles mexicanos suelen imprimir a sus ataques, se ha exportado alrededor del planeta en forma de noticieros, series y películas. Y ha influido profundamente en los segmentos más pobres de muchas sociedades. En el caso de Francia, personajes como el Chapo Guzmán, son vistos por los mañosos con reverencia y admiración. El Chapo es la personificación del gangster latinoamericano de altos vuelos, astuto y bragado, millonario y derrochador, que no sólo corrompía por igual a presidentes, políticos y militares, sino que además tenía su propio ejército para combatirlos en caso de que fuera necesario. ¿Qué narco, de cualquier lugar del mundo, no desearía ser tan poderoso como para quitar y poner gobernantes a su antojo?

La guerra tocando la puerta

Lo ocurrido en Poitiers, una “tranquila” ciudad situada en la Francia central, es un duro baño de realidad para aquellos gobiernos europeos, que solían ver las masacres y los tiroteos del narco mexicano como algo lejano, que sólo ocurre en los noticieros. Había una visión casi romántica de ese México bronco, convulso y anárquico, tierra de caciques y bandoleros, donde todo mundo tiene su precio. Hoy ese romanticismo de novela se ha se transformado en una salvaje realidad para los franceses.

Lo que está por verse la respuesta del gobierno de Macron para serenar al avispero. Por lo pronto, llama la atención que el ministro Retailleu, haya mencionado que el problema también es responsabilidad de los ciudadanos. Muy distinto a México, donde el gobierno de corte popular-paternalista mucho cuidado tiene de jamás responsabilizar al pueblo de sus propios infortunios. Aunque sea el mismo pueblo el causante de los mismos. Para los franceses la solución no sólo está en el gobierno, sino también en la gente.

Aprender de los mexicanos

Francia le ha declarado la guerra al narco. Y el narco le ha declarado la guerra al gobierno. Esta situación representa un enorme desafío para Macron y su política de seguridad. Guste o no, muy pronto tendrá que decidir entre “los abrazos” o una acción contundente y feroz, si lo que se busca es evitar que la situación alcance niveles irreversibles. Puede que le vaya bien en el intento. Pues allá, a diferencia de México, todavía no salen a relucir sendos narcopolíticos o narcogobernadores. Además, quienes dirigen el barco, comenzando por el propio presidente, suelen respetar las leyes. Y eso hace todo más fácil. Sin embargo los franceses tienen mucho que aprender de la “mexicanización de la violencia”; sobre todo para no cometer los mismos errores que los mexicanos y sus gobiernos. Tienen frente a ellos el ejemplo de un país que apostó por la corrupción y se asoció con los mañosos. Un país que la vio fácil y no puso límites a la ambición de sus gobernantes y empresarios. Un país empeñado en derrumbar las pocas instituciones que le quedaban, cegado por la azarosa promesa de una “transformación”.

La generación del Bienestar

Hoy, ocho millones de jóvenes mexicanos reciben alguna de las becas del Bienestar. Se supone, desde la lógica de “papá gobierno”, que sus hijos, buenos y enjundiosos, aprovechan esa lanita para estudiar, siempre alejados de la maldad y del vicio. Y por supuesto de los mañosos. Pero en la vida real las cosas son ligeramente distintas, pues para algunos, lo de la beca, no alcanza más que para las chelas. Los lujos y las botellas de Buchanans se pagan con lo que sale de andar jalando con algún cártel del crimen organizado. Ciertamente Francia no es muy distinta a México, respecto a las ambiciones de sus jóvenes. Allá, como aquí, el dinero y el poder obnubilan.

Para muchos morros, hijos de migrantes pobres, que apenas sobreviven en los guetos de las ciudades francesas, es más atractivo andar jalando con la maña, que andar repartiendo pizzas o limpiando baños. Mejor vivir poco, pero como príncipe; que vivir muchos años, pero jodido, dirían algunos. Pero para que un delito como el narcotráfico prospere en cualquier país, es indispensable que las autoridades de ese país sean cómplices y clientes de la maña. Si no, no es negocio. Así que los franceses, además de lamentarse de la “mexicanización”, harían bien en investigar a su policía y a su ejército. Y por supuesto a sus políticos. Es muy probable que terminaran descubriendo que el enemigo no viene de afuera, sino que duerme en la misma cama. Sí. Como en México.

Luego de la muerte de un adolescente durante en un tiroteo en la ciudad de Poitiers, Francia, originado por un ajuste de cuentas entre dos cárteles rivales, el ministro del interior, Bruno Retailleu, salió a expresar su preocupación de que el país se “mexicanice”. La violencia extrema al estilo del narco mexicano ha traspasado fronteras. Y hoy es referente y motivación para mañosos de otros lados. ¿Abrazos o balazos? El gobierno del presidente Emmanuel Macron tiene que poner un alto, antes de que los muertos comiencen a pesar.

La violencia que define al narco mexicano no es nueva. Viene de varias décadas atrás. Sin embargo en la administración de López Obrador se volvió más feroz y letal. Los casi doscientos mil muertos al final del “sexenio de la transformación” dan cuenta de ello. La permisividad del gobierno obradorista llegó a tal grado, que carreteras y pueblos enteros le fueron arrebatados a los ciudadanos por parte de la maña, a punta de tiros y bombazos.

Fue así como la industria del terror se expandió de manera descomunal. Los rifles de asalto y las pistolas “matapolicías” no desaparecieron, pero en muchos casos fueron sustituidos por armas más poderosas, como los lanzacohetes y los drones bombarderos. Muy pronto, los mañosos, adiestrados por desertores del Ejército mexicano y mercenarios de otros países, salieron a las calles para adueñarse del país. La “mexicanización de la violencia”, le ha llamado el ministro Retailleu. Un fenómeno social que comienza a replicarse en varios países del primer mundo. Por lo pronto, en Francia ya están sintiendo pasos.

Los narcohéroes

La crudeza y efectividad que los cárteles mexicanos suelen imprimir a sus ataques, se ha exportado alrededor del planeta en forma de noticieros, series y películas. Y ha influido profundamente en los segmentos más pobres de muchas sociedades. En el caso de Francia, personajes como el Chapo Guzmán, son vistos por los mañosos con reverencia y admiración. El Chapo es la personificación del gangster latinoamericano de altos vuelos, astuto y bragado, millonario y derrochador, que no sólo corrompía por igual a presidentes, políticos y militares, sino que además tenía su propio ejército para combatirlos en caso de que fuera necesario. ¿Qué narco, de cualquier lugar del mundo, no desearía ser tan poderoso como para quitar y poner gobernantes a su antojo?

La guerra tocando la puerta

Lo ocurrido en Poitiers, una “tranquila” ciudad situada en la Francia central, es un duro baño de realidad para aquellos gobiernos europeos, que solían ver las masacres y los tiroteos del narco mexicano como algo lejano, que sólo ocurre en los noticieros. Había una visión casi romántica de ese México bronco, convulso y anárquico, tierra de caciques y bandoleros, donde todo mundo tiene su precio. Hoy ese romanticismo de novela se ha se transformado en una salvaje realidad para los franceses.

Lo que está por verse la respuesta del gobierno de Macron para serenar al avispero. Por lo pronto, llama la atención que el ministro Retailleu, haya mencionado que el problema también es responsabilidad de los ciudadanos. Muy distinto a México, donde el gobierno de corte popular-paternalista mucho cuidado tiene de jamás responsabilizar al pueblo de sus propios infortunios. Aunque sea el mismo pueblo el causante de los mismos. Para los franceses la solución no sólo está en el gobierno, sino también en la gente.

Aprender de los mexicanos

Francia le ha declarado la guerra al narco. Y el narco le ha declarado la guerra al gobierno. Esta situación representa un enorme desafío para Macron y su política de seguridad. Guste o no, muy pronto tendrá que decidir entre “los abrazos” o una acción contundente y feroz, si lo que se busca es evitar que la situación alcance niveles irreversibles. Puede que le vaya bien en el intento. Pues allá, a diferencia de México, todavía no salen a relucir sendos narcopolíticos o narcogobernadores. Además, quienes dirigen el barco, comenzando por el propio presidente, suelen respetar las leyes. Y eso hace todo más fácil. Sin embargo los franceses tienen mucho que aprender de la “mexicanización de la violencia”; sobre todo para no cometer los mismos errores que los mexicanos y sus gobiernos. Tienen frente a ellos el ejemplo de un país que apostó por la corrupción y se asoció con los mañosos. Un país que la vio fácil y no puso límites a la ambición de sus gobernantes y empresarios. Un país empeñado en derrumbar las pocas instituciones que le quedaban, cegado por la azarosa promesa de una “transformación”.

La generación del Bienestar

Hoy, ocho millones de jóvenes mexicanos reciben alguna de las becas del Bienestar. Se supone, desde la lógica de “papá gobierno”, que sus hijos, buenos y enjundiosos, aprovechan esa lanita para estudiar, siempre alejados de la maldad y del vicio. Y por supuesto de los mañosos. Pero en la vida real las cosas son ligeramente distintas, pues para algunos, lo de la beca, no alcanza más que para las chelas. Los lujos y las botellas de Buchanans se pagan con lo que sale de andar jalando con algún cártel del crimen organizado. Ciertamente Francia no es muy distinta a México, respecto a las ambiciones de sus jóvenes. Allá, como aquí, el dinero y el poder obnubilan.

Para muchos morros, hijos de migrantes pobres, que apenas sobreviven en los guetos de las ciudades francesas, es más atractivo andar jalando con la maña, que andar repartiendo pizzas o limpiando baños. Mejor vivir poco, pero como príncipe; que vivir muchos años, pero jodido, dirían algunos. Pero para que un delito como el narcotráfico prospere en cualquier país, es indispensable que las autoridades de ese país sean cómplices y clientes de la maña. Si no, no es negocio. Así que los franceses, además de lamentarse de la “mexicanización”, harían bien en investigar a su policía y a su ejército. Y por supuesto a sus políticos. Es muy probable que terminaran descubriendo que el enemigo no viene de afuera, sino que duerme en la misma cama. Sí. Como en México.