Imaginemos por un momento que cualquiera de nosotros tuviera la terrorífica oportunidad de ser presidente de México, pero no por seis años, sino solo por una semana. Con la única consigna de tomar las decisiones que lleven a recuperar a un México tomado por la delincuencia organizada. ¿Usted por dónde comenzaría? ¿Se lanzaría con todo contra los mañosos o seguiría siendo su cómplice?
Sin saberle mucho al asunto, cualquiera que llegara a la presidencia de México, ya sea por obra de la casualidad o de la imaginación, y tuviera que pacificar al país en una semana, probablemente lo primero que haría sería recurrir al Ejército o a la Guardia Nacional, para que lo sacaran del broncón. Si para eso es comandante supremo de las fuerzas armadas. Claro que conforme fueran pasando los días de su mandato, el hipotético presidente comenzaría a darse cuenta de que varios altos mandos de ese Ejército que, se supone es su aliado, están coludidos con la maña. Es tal la complicidad entre unos y otros, que en un pueblo de Michoacán apareció una narcomanta con un mensaje insólito. Surrealista. En el mensaje los mañosos le reclaman amargamente al comandante de la 21/a Zona Militar, con sede en Morelia, por no respetar los pactos que ya se habían acordado. Y por no dejarlos “trabajar”. Y por supuesto amenazan al comandante y, de refilón, también a la tropa. Pero no sería la única sorpresa funesta para el “presidente por una semana”, pues muy pronto caería en la cuenta de que, al igual que los militares, varios de nuestros gobernadores tienen la cola muy larga que les pisen Y si están en el poder de sus respectivos estados es porque contaron y cuentan con la bendición de la maña. ¿Conocen a alguno?
Al diablo con las leyes
Después de ver que no cuenta ni con los militares, ni tampoco con los gobernadores, a nuestro “presidente por una semana” tal vez se le estrellaría en la cara otra realidad que hace muy complicado pacificar a un país en llamas. Y es que en México la ley no se aplica para todos por igual. En México a los amigos del poder se les juzga de una manera y a los adversarios de otra. A los compas se les solapa, se les protege. A los adversarios se les deja caer todo el peso de la ley. No se puede pensar en un estado de derecho, cuando la ley se aplica de manera discrecional. Y ya entrado en los entuertos de las leyes y los jueces, el “presidente por una semana” pronto llegaría a la conclusión de que eso de elegir a jueces y magistrados por medio del voto popular, es otra mala idea, si lo que se está buscando es aplacar a la delincuencia. Pues se abre la posibilidad para que la maña se convierta en el “patrocinador oficial” de las campañas de los nuevos aspirantes a jueces y magistrados, y los ponga a impartir justicia a modo. Con tantas sorpresas es muy posible que la calentura de gobernar del “presidente por una semana” comenzara a disminuir.
A calzón quitado
Para resolver un problema, lo primero es aceptar que se tiene uno. En este sentido, ¿qué pasaría si el “presidente por una semana” se parara frente a las cámaras y micrófonos de la mañanera de Palacio, y reconociera que su gobierno tiene un grave problema de seguridad nacional, el cual no puede ser resuelto sin la ayuda del pueblo? En pocas palabras, la bronca es de todos y no sólo del gobierno. ¿Y si además del reconocimiento del problema, se llamara a un pacto nacional entre el gobierno y sus ciudadanos? Un pacto en el que el presidente se olvidase del partido al que pertenece y, de paso, se deshiciera de la sombra del ex presidente López Obrador. Claro está que pedir a los mexicanos que participen en el remedio, implicaría hacerlos corresponsables, tanto de la corrupción, como de las malas decisiones que nos han llevado a este momento tan peligroso. Siendo así, no debería asombrarnos que tan pronto como el “presidente por una semana” terminara de dar su flamante discurso, sus índices de aceptación y popularidad cayeran estrepitosamente. A los mexicanos nos gustan las soluciones rápidas y sin dolor. Bueno, bonito y barato. Tal y como nos lo ha vendido el gobierno de la 4T durante más de seis años.
El séptimo día
Llegado el séptimo día de su mandato, nuestro “presidente por una semana” se vería obligado a cumplir con uno de los deberes más ingratos del presidencialismo mexicano: elegir a aquel o aquella a quien le heredará el poder. Vaya cosa. Y aquí es donde la situación podría ponerse complicada, pues no contaría con muchas opciones. En todo caso tendría que escoger entre entregarle el poder a un candidato que continuara siendo socio y comparsa de los mañosos, o a uno que estuviera determinado a cambiar las cosas a cualquier precio. Pero antes de escoger a su sucesor, nuestro “presidente por una semana” debería hacer una reflexión acerca del Ejército. No se puede esperar que ese Ejército sea exitoso en su misión de darle seguridad al pueblo, si antes no ocurre una profunda transformación en su interior. Una verdadera “reforma estructural de las fuerzas armadas”, la cual, entre otras cosas, acabe por completo con la enorme brecha que existe entre los altos mandos y la tropa. Una brecha que termina por generar corrupción, servilismo e injusticias. Esa cantaleta obradorista de “primero los pobres”, nunca ha aplicado en nuestro Ejército, excepto a la hora de repartir las culpas por los errores cometidos. Entonces sí, los primeros en quedar ante el paredón de fusilamiento son los “pobres” soldados. Y nunca los mandos que les dieron las órdenes. Ahora sí, nuestro “presidente por una semana” ya se podría retirar. Si no tranquilo, al menos informado de por qué esto que nos está ocurriendo es una guerra sin ganador y sin final.