/ viernes 8 de septiembre de 2023

La Voz del Cácaro | Sonido de Libertad

Hasta el momento la cinta producida por el actor Eduardo Verástegui y dirigida por Alejandro Monteverde, ha recaudado 180 millones de dólares en su exhibición a nivel mundial. Es el campanazo del año para el cine de Hollywood hecho por latinos y con latinos. Al público la ha gustado, a la crítica no. Sonido de Libertad es un thriller telenovelero con factura hollywoodense. Cursilón, medianamente entretenido y con un discurso manipulador, el cual trata de convencernos, entre otras cosas, de que no importa qué tan mal esté el mundo, por fortuna existen los gringos para salvarnos.

Cuando vemos en la pantalla a un tipo con la determinación y la suerte de Tim Ballard (Jim Caviezel), el agente gringo del Departamento de Seguridad Nacional que protagoniza Sonido de Libertad, sólo podemos lamentarnos de la mala fortuna que tenemos los mexicanos, de no contar en nuestra heroica Guardia Nacional con alguien de ese calibre. Con una veintena de Tims Ballard que tuviera nuestra Guardia Nacional, los mañosos estarían temblando de miedo. Y es que Tim es la personificación de todo lo que debería ser un héroe, al menos en el mundo Barbie. Padre amoroso, luchador incansable y, sobre todo, un ser humano (de raza blanca) con un sentido inquebrantable de la ética y la justicia. El ideal de un auténtico republicano.

Sólo alguien así se podría enfrascar en una misión, casi humanitaria, en la que el objetivo es rescatar a dos niños de las garras de un cártel latinoamericano, dedicado a la trata de menores. Para lograrlo, el valeroso Tim tendrá que ir a Colombia para infiltrarse entre los mañosos y tenderles una trampa. Muy al estilo de las tramas de las películas de espías. Historias parecidas, hemos visto más de las que podemos recordar. En ésta la única diferencia es que el héroe no anda tras la pista de un cártel de narcotraficantes, sino tras un montón de robachicos. Más allá de eso, Sonido de Libertad es pan con lo mismo.

La mano de Dios

No son pocos los momentos en los que la cinta hace referencia a Dios y a la fe como las grandes soluciones para acabar con la maldad y el crimen. Incluso, hay una escena en la que Tim, más que un agente policíaco, pareciera el pastor de alguna de las tantas iglesias evangélicas que pululan en Estados Unidos. La cámara lo encuadra en un plano medio mientras nos receta, con el ojito lloroso, algo que se podría parecer a un sermón. Nomás le faltó decirnos: ¡arrepiéntanse, canijos! Eso del ojito lloroso es otra particularidad del personaje de Tim.

A diferencia de los héroes rudos del cine de acción de Hollywood, desde Jason Statham, hasta Dwayne Johnson, Tim no tiene el menor empacho en soltar una lagrimita cuando las cosas se le ponen difíciles. No es ese macho duro y arrogante, que rara vez sonríe. Tim tampoco es de echar bala ni de tirar muchos golpes. Más bien, su eficiencia como castigador de malvados, depende de su tremenda buena suerte. Y por supuesto, de la ayuda divina. Eso sí, en algunos momentos al guión se le pasan las cucharadas, de manera que tanta buena suerte termina por hacer que el cuento caiga en el terreno de lo inverosímil.

La danza de los estereotipos

Los gringos tienen una visión muy particular respecto a cómo debe ser un mañoso latinoamericano, tanto física como psicológicamente. No importa si es mexicano, colombiano o argentino, para Hollywood todos son iguales: feos, viejos y tontos. Así que mientras en la vida real vemos que los mañosos de nuestros países son gente muy joven, casi adolescentes, en Sonido de Libertad nos los retratan como hombres y mujeres ya maduritos y no menos torpes. Tan torpes que un agente gringo sólo necesita de su buena suerte y su bonhomía para borrarlos del mapa.

Aun así Sonido de Libertad es una cinta de suspenso que tiene sus momentos palomeros. Momentos en los que el director se regodea chantajeándonos emocionalmente. El tema de los niños secuestrados y usados como carne de cañón para prostituirlos en el mercado de la pederastia, se presta, como pocos, para ablandar el corazón del respetable o para endurecerlo. ¿Quién podría no sentir indignación cuando la foto de uno de los niños secuestrados (Teddy Bear) le es mostrada a un cliente prospecto, como parte de un extenso catálogo de chiquillos “en renta”? Un catálogo, por cierto, que incluye también bebés de unos pocos años de edad.

Un éxito de taquilla inesperado

Si hay algo que contribuye a que la cinta no se convierta en un ladrillazo, es el trabajo de edición. Con todo lo cursi e inverosímil que pudieran resultar ciertos pasajes de la cinta, ésta corre con agilidad durante las más de dos horas de duración. Aunque de pronto pareciera más una serie hecha para el streaming, que un largometraje pensado para ser visto en salas de cine. Aun así, logra mantener al público metido en el cuento. Bueno, al menos hasta que surge el primer bostezo.

Los buenos números alcanzados en la taquilla por Sonido de Libertad son una muestra de lo que significa hacer una película mediocre y exitosamente comercial, en tiempos en los que las plataformas de streaming son dueñas del mercado de la exhibición de cine. La ecuación del éxito contiene distintas variables. Se trata de una historia que toca un tema en boga y no menos escabroso, el cual tiene resonancia en todo el planeta. A eso habría que añadirle una buena factura y una improbable estrategia de marketing, basada en la indignación del público, como detonador, para que éste recomiende la película de boca en boca.

Pocos mensajes quedan después de ver Sonido de Libertad, quizá uno de los más contundentes es que los gringos siempre estarán ahí para hacer la chamba que los corruptos gobiernos latinoamericanos deberían hacer y no hacen, es decir, combatir a la delincuencia organizada en sus respectivos países. ¿Habrá alguna dedicatoria especial para México?