/ viernes 6 de septiembre de 2024

La voz del cácaro | Tras el Cuarto Poder

Una vez que la reforma judicial de López Obrador sea aprobada, es probable que la siguiente “reforma” sea la de los medios de comunicación. Esos medios que durante seis años lucraron y se beneficiaron a costa de los desatinos y disparates de un presidente incendiario. Los ratings llegaron al cielo, al grado que periodistas como Carlos Loret de Mola (Loretito) o Ciro Gómez Leyva, por momentos, se convirtieron en contrapeso del gobierno. ¿Seguirá siendo así o con Claudia Sheinbaum llegará la mordaza?

Para un medio de comunicación una de las peores cosas que le puede ocurrir es que no pase nada. Los medios viven de hechos y noticias. Y les va mejor cuando esas noticias se convierten en escándalos. Sí, el escándalo vende. Y vende bien. Cosas abominables como “La Casa de los Famosos” no tendrían el rating que tienen, si quienes se presentan frente a las cámaras de televisión no generaran disputas y conflictos. Una mañanera de López Obrador sería aun más aburrida de lo que ya es, si el presidente no saliera todos los días a pelearse con alguien.

En efecto, el comportamiento porril y desenfrenado del presidente le ha hecho el caldo gordo a los medios de comunicación durante seis años. Llámese medios audiovisuales, prensa escrita o redes sociales. ¿Qué anunciante, en su sano juicio, dejaría ir la oportunidad de mostrar su producto en un programa como Latinus, en aquella emisión en la que Loret de Mola balconeó los negocios y las chapuzas de Andy y Bobby, los hijos del presidente? ¿Qué fabricante de champú resistiría la tentación de cacarear su marca en un noticiero en el que el tema principal es la captura del Mayo Zambada y las pifias de la Fiscalía General de la República? De ser voceros de noticias, los medios de comunicación se convirtieron en gritones del morbo, producto de los desatinos presidenciales.

Una criatura mediática

Ciertamente los medios no crearon al personaje de López Obrador. El personaje se creó a sí mismo desde años atrás, pero los medios ayudaron a lanzarlo al estrellato. Lo encumbraron para acabárselo poco a poco durante seis años. Muy pronto se dieron cuenta de que había un público ávido de sangre. Y se dedicaron a darle a ese público lo que pedía a gritos. Nunca faltó tela de dónde cortar. Es cierto que el presidente dividió a los mexicanos con su discurso incendiario, pero también es verdad que los medios fueron cómplices de esa división con su amarillismo. Fue muy buen negocio a cambio de una mínima inversión. Bastaba con chutarse la mañanera y “refritear” los dichos del presidente, aderezándolos con una crítica feroz. López Obrador daba la nota y los medios simplemente la hacían explotar. Vaya negocio.

Los medios a temblar

De concretarse la reforma al Poder Judicial, el presidente bien podría ufanarse de que en seis años logró poner a sus pies a los tres poderes que conforman al Estado mexicano. Si así fuera, sólo faltaría doblegar al “cuarto poder”, el de la prensa y los medios de comunicación. Así, no sería descabellado pensar en una reforma a los medios y a la libertad de prensa. Las Cámaras, de mayoría morenista, están listas para aprobar lo que sea que se les ordene desde la silla Presidencial. Sólo habría que poner a chambear a los ideólogos de la 4T para que se inventen un buen argumento, que les permita silenciar las voces que discrepan del oficialismo. No hay que buscarle mucho, basta con poner como pretexto “la seguridad nacional”. Por eso no es coincidencia la enorme difusión y visibilidad que los medios le han dado a todos aquellos que están en contra de la reforma al Poder Judicial. No sólo es un intento, por parte de los propios medios, de influir en la opinión pública y provocar que ésta enfrente a un gobierno con tintes autoritarios. Es también un vistazo al futuro, un ensayo de lo que podría ocurrirles en caso de que el gobierno entrante, el de Claudia Sheinbaum, decidiera ponerles una mordaza. Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. Dice el viejo refrán.

¿Hasta dónde?

Cualquier estado que se precie de ser democrático, necesariamente requiere contrapesos que equilibren el ejercicio del poder. En el caso de México, ante la falta de una verdadera oposición, los medios se han sido ese contrapeso. Y lo han sido porque les ha dado mucho dinero. Por supuesto, en ese camino han caído en toda clase de excesos y tergiversaciones de la realidad. A modo de desquite, el gobierno no ha hecho mucho, por no decir que nada, para investigar los casos de las decenas de periodistas que han sido asesinados por la delincuencia organizada durante este sexenio. Ellos se lo buscaron, por metiches y bocones, pareciera ser el mensaje lanzado desde Palacio Nacional. Si no, que le pregunten a Ciro Gómez Leyva, quien a casi dos años de haber sufrido un atentado, ya mejor decidió renunciar a su noticiero para autoexiliarse en Estados Unidos.

Alguna vez el comediante Víctor Trujillo, enfundado en su personaje de Brozo, arremetió duro y macizo contra el presidente en uno de sus sketches. Le dijo de todo, hasta que terminó llamándolo “pinche presidente”. En la época de PRI, haber dicho tal cosa, le podría haber costado a Víctor Trujillo, no sólo la chamba, sino la vida. Pero los tiempos han cambiado. López Obrador aguantó vara y pasó por alto la ofensa. Aun así cabría cuestionarse, ¿cuáles son los límites que no deberían ser traspasados por un periodista o un comunicador a la hora de hablar de un presidente? ¿En dónde termina la crítica periodística y dónde comienzan las injurias? ¿Tiene un presidente derecho de criticar en público la vida privada de un periodista incómodo? No sabemos cuánto más pueda durar el juego de “tírele al presidente”. Mucho dependerá de Claudia Sheinbaum, quien por cierto, en eso de tolerar la crítica de los medios, tiene la mecha muy corta. Ojalá y no nos salga a la primera de cambio con la cantaleta de que, por ser mujer, es víctima de violencia política de género. Porque el “cuarto poder” se la va a comer viva.

Una vez que la reforma judicial de López Obrador sea aprobada, es probable que la siguiente “reforma” sea la de los medios de comunicación. Esos medios que durante seis años lucraron y se beneficiaron a costa de los desatinos y disparates de un presidente incendiario. Los ratings llegaron al cielo, al grado que periodistas como Carlos Loret de Mola (Loretito) o Ciro Gómez Leyva, por momentos, se convirtieron en contrapeso del gobierno. ¿Seguirá siendo así o con Claudia Sheinbaum llegará la mordaza?

Para un medio de comunicación una de las peores cosas que le puede ocurrir es que no pase nada. Los medios viven de hechos y noticias. Y les va mejor cuando esas noticias se convierten en escándalos. Sí, el escándalo vende. Y vende bien. Cosas abominables como “La Casa de los Famosos” no tendrían el rating que tienen, si quienes se presentan frente a las cámaras de televisión no generaran disputas y conflictos. Una mañanera de López Obrador sería aun más aburrida de lo que ya es, si el presidente no saliera todos los días a pelearse con alguien.

En efecto, el comportamiento porril y desenfrenado del presidente le ha hecho el caldo gordo a los medios de comunicación durante seis años. Llámese medios audiovisuales, prensa escrita o redes sociales. ¿Qué anunciante, en su sano juicio, dejaría ir la oportunidad de mostrar su producto en un programa como Latinus, en aquella emisión en la que Loret de Mola balconeó los negocios y las chapuzas de Andy y Bobby, los hijos del presidente? ¿Qué fabricante de champú resistiría la tentación de cacarear su marca en un noticiero en el que el tema principal es la captura del Mayo Zambada y las pifias de la Fiscalía General de la República? De ser voceros de noticias, los medios de comunicación se convirtieron en gritones del morbo, producto de los desatinos presidenciales.

Una criatura mediática

Ciertamente los medios no crearon al personaje de López Obrador. El personaje se creó a sí mismo desde años atrás, pero los medios ayudaron a lanzarlo al estrellato. Lo encumbraron para acabárselo poco a poco durante seis años. Muy pronto se dieron cuenta de que había un público ávido de sangre. Y se dedicaron a darle a ese público lo que pedía a gritos. Nunca faltó tela de dónde cortar. Es cierto que el presidente dividió a los mexicanos con su discurso incendiario, pero también es verdad que los medios fueron cómplices de esa división con su amarillismo. Fue muy buen negocio a cambio de una mínima inversión. Bastaba con chutarse la mañanera y “refritear” los dichos del presidente, aderezándolos con una crítica feroz. López Obrador daba la nota y los medios simplemente la hacían explotar. Vaya negocio.

Los medios a temblar

De concretarse la reforma al Poder Judicial, el presidente bien podría ufanarse de que en seis años logró poner a sus pies a los tres poderes que conforman al Estado mexicano. Si así fuera, sólo faltaría doblegar al “cuarto poder”, el de la prensa y los medios de comunicación. Así, no sería descabellado pensar en una reforma a los medios y a la libertad de prensa. Las Cámaras, de mayoría morenista, están listas para aprobar lo que sea que se les ordene desde la silla Presidencial. Sólo habría que poner a chambear a los ideólogos de la 4T para que se inventen un buen argumento, que les permita silenciar las voces que discrepan del oficialismo. No hay que buscarle mucho, basta con poner como pretexto “la seguridad nacional”. Por eso no es coincidencia la enorme difusión y visibilidad que los medios le han dado a todos aquellos que están en contra de la reforma al Poder Judicial. No sólo es un intento, por parte de los propios medios, de influir en la opinión pública y provocar que ésta enfrente a un gobierno con tintes autoritarios. Es también un vistazo al futuro, un ensayo de lo que podría ocurrirles en caso de que el gobierno entrante, el de Claudia Sheinbaum, decidiera ponerles una mordaza. Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. Dice el viejo refrán.

¿Hasta dónde?

Cualquier estado que se precie de ser democrático, necesariamente requiere contrapesos que equilibren el ejercicio del poder. En el caso de México, ante la falta de una verdadera oposición, los medios se han sido ese contrapeso. Y lo han sido porque les ha dado mucho dinero. Por supuesto, en ese camino han caído en toda clase de excesos y tergiversaciones de la realidad. A modo de desquite, el gobierno no ha hecho mucho, por no decir que nada, para investigar los casos de las decenas de periodistas que han sido asesinados por la delincuencia organizada durante este sexenio. Ellos se lo buscaron, por metiches y bocones, pareciera ser el mensaje lanzado desde Palacio Nacional. Si no, que le pregunten a Ciro Gómez Leyva, quien a casi dos años de haber sufrido un atentado, ya mejor decidió renunciar a su noticiero para autoexiliarse en Estados Unidos.

Alguna vez el comediante Víctor Trujillo, enfundado en su personaje de Brozo, arremetió duro y macizo contra el presidente en uno de sus sketches. Le dijo de todo, hasta que terminó llamándolo “pinche presidente”. En la época de PRI, haber dicho tal cosa, le podría haber costado a Víctor Trujillo, no sólo la chamba, sino la vida. Pero los tiempos han cambiado. López Obrador aguantó vara y pasó por alto la ofensa. Aun así cabría cuestionarse, ¿cuáles son los límites que no deberían ser traspasados por un periodista o un comunicador a la hora de hablar de un presidente? ¿En dónde termina la crítica periodística y dónde comienzan las injurias? ¿Tiene un presidente derecho de criticar en público la vida privada de un periodista incómodo? No sabemos cuánto más pueda durar el juego de “tírele al presidente”. Mucho dependerá de Claudia Sheinbaum, quien por cierto, en eso de tolerar la crítica de los medios, tiene la mecha muy corta. Ojalá y no nos salga a la primera de cambio con la cantaleta de que, por ser mujer, es víctima de violencia política de género. Porque el “cuarto poder” se la va a comer viva.