/ miércoles 3 de marzo de 2021

¿Quién ganará las elecciones en Sinaloa este 2021?

¿Quién ganará los comicios en Sinaloa? Es imposible saberlo. Claro, podemos adivinar e incluso atinar. Pero no hay quien pueda anticiparlo a ciencia cierta, pues de otro modo, ¿qué sentido tendría toda contienda electoral sin incertidumbre? Lo que –acaso– podemos hacer es aprender de las lecciones que el pasado nos ha dado.

1. En 2018, Morena fue una aplanadora a nivel nacional que arrasó con porcentajes nunca vistos. Particularmente en Sinaloa, dicho partido obtuvo 22 de los 40 diputados locales (y deben considerarse, además, 3 del PT y 1 del PES). Asimismo, 7 de los 18 municipios están también en manos de Morena. Por otra parte, logró la casi totalidad de las diputaciones federales en nuestro estado, así como 2 de las 3 senadurías que corresponden a Sinaloa. En suma, Morena es el partido más fuerte, con mayor intención de voto y, por lo tanto, es el partido a vencer.

2. Es, sin embargo, muy poco probable que algún partido –grande o pequeño, viejo o de reciente creación como Morena– repita la hazaña de 2018. Aunque la polarización política pueda incentivar el voto durante este año, las elecciones intermedias suelen suscitar menos interés que las presidenciales. En este sentido, dos aspectos deben considerarse. Por un lado, la poca participación tiende a beneficiar, en principio, al partido dominante. No obstante, por otro lado, la intención de voto por Morena –si bien es importante– va a la baja. Dado que la hazaña, como dije antes, es difícilmente repetible, existe una posibilidad de que Morena termine perdiendo posiciones. Y toda posición perdida se traduce en una posición ganada por otro partido.

3. En 2020, se celebraron elecciones de diputados locales en Coahuila y de ayuntamientos en Hidalgo. En ambos casos, el PRI pareció resurgir de los muertos y obtuvo una victoria aplastante. Tan solo en Coahuila ganó el carro completo, esto es, la totalidad de los distritos. Eso muestra que Morena podría perder, no todos los cargos públicos en juego, pero sí su holgada hegemonía actual.

4. También las elecciones de 2020 en Coahuila e Hidalgo revelaron otro fenómeno interesante: los partidos pequeños fueron borrados del mapa con votaciones muy inferiores al 3%. En consecuencia, en 2021, los partidos que no lideran la contienda y que no vayan en coalición, corren el riesgo de perder su registro en Sinaloa. Ello incluso a pesar de apretar los tornillos y sacar sangre a sus maquinarias, estructuras y operaciones de tierra. Por ejemplo, en 2018, ni las carretadas de dinero, ni la susodicha maquinaria del PRI ni las bases del PAN bastaron para evitar la abrumadora derrota. El ambiente de polarización política que se vive hoy en México podría conducir al electorado a votar, con mucha razón, por una de las dos opciones punteras. Es decir, las elecciones en Sinaloa de 2021 podrían ser, no de tres o cuatro, sino de solamente dos bandos.

5. La popularidad de López Obrador al comenzar su sexenio fue estratosférica, con un 80%. Para inicios de 2020 bajó a 60% y, aunque ahí se ha estancado, sigue siendo todavía muy alta. Si bien su carisma puede tener un efecto de arrastre y él buscará influir en la elección, López Obrador y su partido son dos cosas distintas. En Sinaloa, según Consulta Mitofsky, la intención de voto en favor de Morena ronda el 33%, la más alta entre todos los partidos, especialmente si la comparamos con el PRI (28%) y el PAN (10%). Pero, a la vez, hay que decir que es notablemente inferior a la popularidad del presidente. Por lo tanto, el trasvase entre el hombre y el partido no es necesariamente automático.

Para amplios sectores de la población, López Obrador es un líder carismático. Como Trump en EE.UU., el presidente de México ha erigido un gobierno populista basado en la política de la identidad. Muchos mexicanos se sienten identificados con él, y eso vuelve el apoyo aún más emocional y, por lo tanto, menos racional. De ahí que el presidente tenga un teflón al que no se le pega nada, ni paga el costo por sus errores, ni por los videos con fajos de billetes de su hermano, Pío López Obrador, ni los contratos de su prima, Felipa Obrador. De ahí que los simpatizantes más fervientes –impermeables a la crítica– no cedan ni un ápice ni maticen su adhesión ante esas y otras evidencias.

López Obrador tampoco paga el costo por el mal manejo de la pandemia. Sin embargo, lamentablemente se cierne sobre México un desastre cada vez más palpable. El virus no podía evitarse, pero la catástrofe sí. Desestimó el uso del cubrebocas, minimizó la enfermedad (“no pasa nada”, “vino como anillo al dedo”, “la curva está domada”, dijo), privilegió la cantidad de camas por encima de las pruebas y el rastreo de casos –y ahora, oh paradoja, los hospitales están al borde del colapso–. Dijeron que 60 mil muertos sería un escenario catastrófico. Pues bien, llevamos 160 mil fallecidos oficiales. Superamos a la India, que tiene una población de 1,400 millones de habitantes, y ahora somos el tercer país con más defunciones en el mundo. El INEGI informó que cerca del 60% de los fallecimientos por Covid-19 ocurren en casa y, en realidad, hay 45% más muertos que la cifra oficial.

Cada vez más personas experimentan la dolorosa pérdida de un ser querido a causa del coronavirus. Cada vez más personas –sobre todo los jóvenes– ven en el gobierno ocurrencias e ineptitudes. No estoy seguro de lo que ocurrirá en Sinaloa, pero este es un horizonte más que también es posible: que la gente imponga un contrapeso a aquel en quien confió hace tres años.