/ lunes 2 de diciembre de 2024

Sofismas de ocasión | La Desesperanza

Esta semana ya no quería escribir sobra la violencia que vivimos en Culiacán. Tenía lista una columna sobre las amenazas de Donald Trump y la respuesta tipo Juan Escutia que preparó el gobierno mexicano. Justo trabajaba en la revisión final cuando, de nueva cuenta, hechos violentos explotaron en la capital sinaloense.

La semana pasada fue abrumadora para los culichis. 65 cámaras de seguridad fueron “acribilladas” en el transcurso de una madrugada. La destrucción de las cámaras en si mismo es un escándalo, pero la forma en la que lo hicieron fue abrumadora. Personalmente fui despertado a las 2:30 a.m de la por ráfagas de calibres muy altos. Sentía que tenía una guerra encima. Ese mismo sentimiento fue compartido por miles de ciudadanos que despertaron a la misma hora pensando que la ciudad había sido tomada por un ejército. Los primeros rayos del sol mostraron las huellas de la destrucción. Las autoridades nos dijeron que gracias a su intervención el daño no fue peor. ¿Gracias?

La semana avanzó. Un puñado de cadáveres fueron amontonados frente a la entrada de la escuela de agronomía de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Una escena dantesca que nos recordó que la normalidad está muy lejos de regresar. En alguna de las noches fuimos testigos de un vídeo que círculo por redes sociales donde un grupo de futbolistas tuvo que suspender su juego debido a ráfagas de metralletas. Más vídeos nos llenaron de angustia. En Mazatlán, un niño lloró y luchó para que sus padres fueran liberados de un “levantón”. Consiguió liberar a su madre en una escena desgarradora.

Los días avanzaron. Me negaba a escribir de la violencia. Quería explorar otros temas. Trump y Sheinbaum eran los personajes perfectos para enfocar mis baterías en otros temas de la vida pública, pero llegó el jueves. Los malditos jueves en Culiacán son sinónimo de tragedias y de desesperanza. Los jueves son el día elegido por el destino para arrebatarnos el alma. Un día antes, la secretaria de educación declaraba que los padres de familia estábamos recuperando la confianza para mandar a nuestros hijos a la escuela. La confianza nunca existió, pero nuestros hijos no se pueden quedar en la ignorancia eterna. Los y las niñas se preparaban para retomar las aulas después de una semana complicada, pero los dueños de la ciudad tenían otros planes.

El jueves me preparaba para salir a las 6 am cuando escuché la noticia que varios sectores de la ciudad reportaban balaceras (uno de los sectores es donde está la radio donde trabajo). Con miedo y paranoia tuve que salir a la calle. Todo automóvil cerca de mí era un sospechoso en potencia. Los medios hicieron la reseña que algunos restaurantes fueron incendiados. La nota se confirmó. Se tomó la decisión y las clases tuvieron que ser canceladas.

Aún con el anuncio de balazos y establecimientos incendiados. No pude observar ni uno solo de los 11 mil elementos de seguridad que presumen hay en la ciudad. Esto no es nuevo. Entre las 6:00 P.M y 6:00 A.M. es casi imposible encontrar alguna pista que exista gobierno en Culiacán. El sentimiento de desesperanza me embargó de nueva cuenta. Me siento solo. Nos sentimos solos. No hay a quien acudir. Los políticos defienden sus puestos; la oposición defiende sus plurinominales; las fuerzas armadas defienden su reputación (para no ser acusados de masacres), pero nadie defiende a los ciudadanos. Creo que hasta los ateos se encomiendan a Dios porque no hay nadie más que nos acompaña.

Genuinamente hago un llamado desde la desesperanza a las autoridades federales. Por favor solicitó a la presidenta, a los secretarios de MARINA, SEDENA y Seguridad que vengan a vivir a Culiacán una temporada. Si gustan pueden rotarse. Necesitan vivir aquí para entender el pulso de la ciudad. Desde sus escritorios en el altiplano, las cifras no trasmiten la depuración, tristeza, miedo y paranoia con el que tenemos que vivir todos los días. Vengan. Les prometo que van a comer muy bien y ya no hace calor. Es una bonita ciudad. Tienen que verlo por ustedes mismos para que entiendan por lo que están luchando. La invitación está abierta y los sinaloenses lo agradeceremos.


¿Usted qué opina, amable lector? ¿Desesperanza u optimismo?


Esta semana ya no quería escribir sobra la violencia que vivimos en Culiacán. Tenía lista una columna sobre las amenazas de Donald Trump y la respuesta tipo Juan Escutia que preparó el gobierno mexicano. Justo trabajaba en la revisión final cuando, de nueva cuenta, hechos violentos explotaron en la capital sinaloense.

La semana pasada fue abrumadora para los culichis. 65 cámaras de seguridad fueron “acribilladas” en el transcurso de una madrugada. La destrucción de las cámaras en si mismo es un escándalo, pero la forma en la que lo hicieron fue abrumadora. Personalmente fui despertado a las 2:30 a.m de la por ráfagas de calibres muy altos. Sentía que tenía una guerra encima. Ese mismo sentimiento fue compartido por miles de ciudadanos que despertaron a la misma hora pensando que la ciudad había sido tomada por un ejército. Los primeros rayos del sol mostraron las huellas de la destrucción. Las autoridades nos dijeron que gracias a su intervención el daño no fue peor. ¿Gracias?

La semana avanzó. Un puñado de cadáveres fueron amontonados frente a la entrada de la escuela de agronomía de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Una escena dantesca que nos recordó que la normalidad está muy lejos de regresar. En alguna de las noches fuimos testigos de un vídeo que círculo por redes sociales donde un grupo de futbolistas tuvo que suspender su juego debido a ráfagas de metralletas. Más vídeos nos llenaron de angustia. En Mazatlán, un niño lloró y luchó para que sus padres fueran liberados de un “levantón”. Consiguió liberar a su madre en una escena desgarradora.

Los días avanzaron. Me negaba a escribir de la violencia. Quería explorar otros temas. Trump y Sheinbaum eran los personajes perfectos para enfocar mis baterías en otros temas de la vida pública, pero llegó el jueves. Los malditos jueves en Culiacán son sinónimo de tragedias y de desesperanza. Los jueves son el día elegido por el destino para arrebatarnos el alma. Un día antes, la secretaria de educación declaraba que los padres de familia estábamos recuperando la confianza para mandar a nuestros hijos a la escuela. La confianza nunca existió, pero nuestros hijos no se pueden quedar en la ignorancia eterna. Los y las niñas se preparaban para retomar las aulas después de una semana complicada, pero los dueños de la ciudad tenían otros planes.

El jueves me preparaba para salir a las 6 am cuando escuché la noticia que varios sectores de la ciudad reportaban balaceras (uno de los sectores es donde está la radio donde trabajo). Con miedo y paranoia tuve que salir a la calle. Todo automóvil cerca de mí era un sospechoso en potencia. Los medios hicieron la reseña que algunos restaurantes fueron incendiados. La nota se confirmó. Se tomó la decisión y las clases tuvieron que ser canceladas.

Aún con el anuncio de balazos y establecimientos incendiados. No pude observar ni uno solo de los 11 mil elementos de seguridad que presumen hay en la ciudad. Esto no es nuevo. Entre las 6:00 P.M y 6:00 A.M. es casi imposible encontrar alguna pista que exista gobierno en Culiacán. El sentimiento de desesperanza me embargó de nueva cuenta. Me siento solo. Nos sentimos solos. No hay a quien acudir. Los políticos defienden sus puestos; la oposición defiende sus plurinominales; las fuerzas armadas defienden su reputación (para no ser acusados de masacres), pero nadie defiende a los ciudadanos. Creo que hasta los ateos se encomiendan a Dios porque no hay nadie más que nos acompaña.

Genuinamente hago un llamado desde la desesperanza a las autoridades federales. Por favor solicitó a la presidenta, a los secretarios de MARINA, SEDENA y Seguridad que vengan a vivir a Culiacán una temporada. Si gustan pueden rotarse. Necesitan vivir aquí para entender el pulso de la ciudad. Desde sus escritorios en el altiplano, las cifras no trasmiten la depuración, tristeza, miedo y paranoia con el que tenemos que vivir todos los días. Vengan. Les prometo que van a comer muy bien y ya no hace calor. Es una bonita ciudad. Tienen que verlo por ustedes mismos para que entiendan por lo que están luchando. La invitación está abierta y los sinaloenses lo agradeceremos.


¿Usted qué opina, amable lector? ¿Desesperanza u optimismo?