Después de más de 1,500 conferencias matutinas, el presidente López Obrador termina su mandato. El sexenio se mide en mañaneras. Desde ahí gobernó. Qué no quepa duda. En ese espacio se dictó la agenda nacional y se dirigía al gabinete. El mal llamado diálogo circular nunca lo fue. Tuve la ¿oportunidad? de ver todas y cada una de las conferencias del presidente. No se le puede llamar diálogo a monólogos de 40 minutos tras una pregunta de unos cuántos segundos. La duración promedio de ese espectáculo político (a veces decadente) fue dos horas y media, pero eran muy comunes las apariciones de más de tres horas. Llegó, incluso, a registrar una de 4 horas.
La conferencia del presidente era su lugar seguro. Era un show perfectamente montado para cuidarlo. En más de una ocasión fue evidente cómo el maestro de ceremonias del circo hacía malabares para rescatar al artista. Jesús Ramírez manejaba a los paleros como payasos de rodeo que salen a salvar al vaquero caído. Pocas veces se presentaron periodistas dispuestos a enfrentar al Poder y cuando lo hicieron sacaron de quicio al presidente. Los paleros molécula eran inamovibles mientras que los pocos periodistas críticos se presentaban cada vez menos. Las reporteras de Proceso y de Radio Fórmula eran las únicas fuentes críticas con algo de presencia regular; sin embargo, eran utilizadas como depositarias de regaños, rencor y odio disfrazado de pluralidad.
Los loquitos, paleros, porristas, pedigüeños, aplaudidores y fanáticos eran los personajes con más asistencia permitida a ese vodevil. Las preguntas eran meros pretextos para que el presidente lanzara sus peroratas kilométricas llenas de clases de historia mal contadas, casi todas derivadas de libros de la SEP de 1970 o de anécdotas intrascendentes de lo que López Obrador considera historia. Las pocas preguntas comprometedoras eran contestadas con una caja de respuestas muy predecibles: Culpar al pasado, negar todo, señalar a los medios, presumir su popularidad (“ A ver Jesús. Vamos a tirar aceite. Pon la encuesta fulana para que vean como estamos”). La autocrítica jamás apreció. Se justificaba diciendo que la crítica no debería venir de él. En varias ocasiones aceptaba que creaba distracciones a los temas importantes para dar “nota” y hacer enojar a los conservadores.
La conferencia tuvo artistas invitados: Chico Che, Juan Gabriel, Los Tigres del Norte, Calle 13, Chava Flores, Eugenia León eran los musicales preferidos de la presidencia. Cuando un tema estaba candente pedía que le pusieran un vídeo de X artista para que la gente se pusiera feliz. Durante las maratónicas peroratas nunca tomaba agua. Desconozco las causas, tampoco se sentaba. Llegó a pararse a un costado de Pablo Gómez en el atril porque ninguno de los dos quería soltar el micrófono. La propia esposa del presidente, Beatriz Gutiérrez, llegó a pedirle que terminará la conferencia después de más de tres horas y él se negaba. Parecía que sin la conferencia dejaría de existir.
Siempre pedía respeto y aseguraba que nunca insultaba a nadie. Minutos después lanzaba sendas tandas de insultos a los conservadores: Fachos, hipócritas, cretinos, pasquines, váyanse al carajo, corruptos, etc. Siempre decía tener pruebas y nunca las presentaba. Cuando alguien acusaba a él o a los suyos de hacer lo mismo pedía pruebas, pero sólo él consideraba la validez de las mismas.
La conferencia tuvo sus paleros internacionales. En varas ocasiones, de manera “espontanea”, los paleros nacionales cedían sus espacios para dar voz a sus compañeros de otras latitudes. Curiosamente esos colegas se desvivían en loas al presidente y se quejaban por no tener esa calidad de líder en sus países de origen.
En más de una ocasión, el presidente mintió y alguien le hizo saber que la información que publicaba era falsa. Respondía diciendo que su trabajo no era averiguar si la información era verdadera o falsa que ese trabajo era de los medios o de la gente. La sección de las “Mentiras de la Semana” se convirtió en eso: En mentiras. Supuestamente se dedicaba a desmentir noticias falsas de los medios, pero desmentía la mentira con otras mentiras. Nunca hubo consecuencias por mentir tan descaradamente. Supongo que se refugiaban en la filosofía del buen George Constanza: “No es mentira si tú mismo lo crees”. Tal vez se creían las mentiras que ellos se cotaban.
Desde el púlpito oficial se perdonaron agravias, se corrieron colaboradores, se entregaron cargos, se desestimaron pandemias y se reconocieron delitos. Nunca tuvo consecuencias por nada de eso. El fuero de la conferencia siempre fue mayúsculo. Conozco muy pocas personas que vieran más de 5 conferencias completas, sin embargo, los medios se aseguraban que se replicara lo que el régimen quería. Miles de declaraciones que en el pasado hubieran sido noticia se perdieron en la intrascendencia. El promedio de vistas en las páginas oficiales en Youtube era de aproximadamente 500 mil personas. No alcanzaba siquiera los suscriptores a las páginas del presidente que son 5 Millones. Solo el 10% de sus seguidores veía la conferencia, pero la enorme mayoría de los mexicanos veían los extractos. Conozco a muy pocas personas que veían las conferencias del presidente de cabo a rabo. La gente tiene que trabajar y, a diferencia del presidente, no se podían dar el lujo de gastar 3 horas de su día en nada.
Se termina el sexenio y se terminan las conferencias de López Obrador. Seguramente le duele dejar el Poder, pero no me queda ninguna duda que le duele todavía más dejar el foco de atención. Su trabajo era dar la conferencia. Para eso vivía. El espectáculo de la saliva llega a su fin. Ahí quedará el registro para los mexicanos del futuro y la historia juzgará cual fue la función de esas interminables horas de soliloquios soporíferos.
¿Usted qué opina, amable lector? ¿Cuántas mañanera completas tiene en su haber?