Culiacán, Sin.- La historia de Gilberto “Gilillo” Villarreal Solís es rica, es beisbol puro y ante ello, aquí la segunda entrega familiar.
2.2 kilómetros son los que separan al estadio de los Tomateros de Culiacán de aquella casa donde vivió por muchos años el Inmortal Gilberto “Gilillo” Villarreal, ubicada en la calle Cristóbal Colón en el centro de esta gran ciudad.
Ese trayecto de la calle Colón a la casa de la Nación Guinda lo conocemos mi familia y yo de memoria. Esto es gracias a que, después de jubilado tanto de su exitosa carrera en el beisbol profesional como de su rol como entrenador deportivo y mentor de muchas generaciones de estudiantes en la UAS, mi “papá viejo” nunca faltaba a la cita para ir a ver jugar a sus queridos Tomateros.
Nacido en Eldorado, Sinaloa un 26 de diciembre de 1926, pero residente en nuestra capital sinaloense desde que él era sólo un bebé, “Gilillo” Villarreal, miembro del Salón de la Fama al Mérito Municipal, tuvo una vida excepcional y que muchos me incluyo yo aspiran a tener: llena de amistades verdaderas, de mucho amor por parte de su familia, de muchas risas y momentos alegres, así como de innumerables reconocimientos y triunfos a largo de su extensa carrera profesional.
Uno de esos tantos triunfos profesionales le tocó vivir después de que la antigüa Liga de la Costa del Pacífico llegara a su fin y se iniciara la Liga del Noroeste en 1960.
Tepic jugaba contra los Tacuarineros de Culiacán en el entonces llamado Estadio Gral. Ángel Flores.
Esa noche, Culiacán tenía las bases llenas y necesitaba de un hit para vaciarlas y anotarse la victoria.
Gracias a todos sus años de experiencia en el campo, el manager-jugador, “Gilillo” Villarreal sabía perfectamente lo que había qué hacer en estas circunstancias. En una decisión de último minuto, “Gilillo” tomó con firmeza un bat de la guarida de los Tacuarineros y le ordenó a “Pancho” de la Rocha que le cediera su turno. Éste último accedió sin protestar. Cuando la afición se enteró del cambio, hubo un silencio profundo en el estadio.
“Gilillo” se paró firme en la caja de bateo, dispuesto a hacerle frente al pitcher de la escuadra de Tepic. Dos primeros lanzamientos; dos strikes.
Con la paciencia que brindan los años de experiencia, “Gilillo”, sabía que esos lanzamientos no eran los buenos. Su máximo porcentaje de bateo en su paso por la Liga Mexicana de Beisbol (.385) lo avalaba. Un tercer disparo desde el montículo del pitcher, que era una recta: El momento correcto había llegado, súbitamente un cañonazo salido del bat de “Gilillo” se elevó por los cielos, volando sobre el jardín izquierdo y metiéndose en lo más recóndito de las gradas.
Jonrón con bases llenas. El juego había terminado, esa noche, los Tacuarineros se cubrían de gloria y ponían con ello el nombre de Culiacán en todo lo alto.
La reacción del público no se hizo esperar, la afición se paró con emoción de sus butacas para celebrar el triunfo de su club sobre el equipo visitante y vitoreó con fuerza el nombre del autor de aquella proeza, “Gilillo” ese mote que le pusieron sus familiares y con el que lo conocía toda su gente, que fue mucha el júbilo llenó los recovecos del Ángel Flores a tal extremo que la multitud se desbordó sobre el campo de juego y justo ahí, en ese home plate, tan bien conocido por todos aquellos que hemos visitado la Casa Guinda, “Gilillo” fue levantado y cargado en hombros con alegría y cantos como a un torero triunfador luego de una ardua faena. Entre porras y vivas, la afición lo llevó en brazos desde el estadio a lo largo de esos 2.2 kilómetros que su familia bien conoce, justo hasta la puerta de su casa en la calle Colón. Sin lugar a dudas, fue una noche inolvidable para muchos culichis de aquella época, ya que muchas personas en aquel entonces todos jóvenes y niños que estuvieron presentes en ese juego y en ese desfile triunfal, aún recuerdan con alegría aquel extraordinario momento.
Ahora, después de su inesperada partida el pasado 5 de agosto, vienen a mi memoria los muchos días del ayer en los que salíamos con mi “papá viejo” (así le llamamos a “Gilillo” mi hermano y yo) a algún lugar en Culiacán --al banco, al supermercado, a comer en algún restaurante de nuestra ciudad-- y en los cuales, estando en la calle, siempre nos detenía algún conocido para saludarle y recordarle con mucho cariño de aquel momento de gloria del que fueron partícipes.
Era en instantes como este, cuando Don Gil dejaba de ser nuestro “papá viejo” y, detrás de su sonrisa tímida y de los anteojos que escondían esos ojos cansados con el paso del tiempo, se dejaba entrever brevemente la imagen de aquel legendario pelotero de antaño que le brindó tantas alegrías a los amantes del beisbol en nuestra comunidad y en nuestro país. Era en momentos como éste, cuando Don Gil se convertía en “Gilillo”, el héroe del deporte, el sabio mentor, el noble ejemplo a seguir, el ideal más grande.
Nos hacía sentir muy orgullosos cada vez que escuchábamos esta anécdota de la boca de gente con la que nos topábamos por casualidad en las calles de nuestro querido Culiacán. Mi “papá viejo” siempre atesoró ese bello recuerdo en su memoria, el cual ahora todos en mi familia llevaremos por siempre en lo más profundo de nuestros corazones.
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¡Fue grande “Gilillo”, nuestro “papá viejo”! Su pasión por el beisbol, en palabras del famoso periodista Jorge Luis Télles Salazar, le brindó “esa fama que suele arropar a los grandes deportistas, y que los convierte en automático en ídolos populares”.
No obstante, a pesar de ser un verdadero ídolo, “Gilillo” también era un hombre de su pueblo, modesto y humilde, nunca ambicioso ni con aires de superioridad como producto de sus muchos logros alcanzados.
Y con mucha razón, dice Viktor Frankl: No aspiren al éxito: cuanto más aspiren a él y más lo conviertan en su objetivo, con mayor probabilidad lo perderán.
Puesto que el éxito, como la felicidad, no puede conseguirse, debe seguirse...como si fuese el efecto secundario no intencionado de la dedicación personal a algo mayor que uno mismo sigue; su actuar a lo largo de su vida fue siempre para quien lo conocimos, un recordatorio de que, si uno se conduce con responsabilidad, con integridad, con disciplina y con humildad, el éxito llega solo.
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