Culiacán, Sin.- En la memoria de los músicos de antaño que ya no amenizan el paso de los transeúntes del centro, los colegas o “hermanos”, que por años tocaron y cantaron juntos las canciones rancheras, se toman un momento del día para honrarlos, después de haber perdido la batalla contra el coronavirus.
A las 7:00 horas de la mañana, el señor Alejandro Rodríguez Monárrez, de 69 años de edad, se baja del camión en el centro de Culiacán, cargando su acordeón de 50 años de antigüedad, el instrumento que hace 10 años prefirió comprar ya usado por ser más duraderas que las de reciente creación, para así iniciar su jornada de trabajo.
La primera parada es en la calle Ángel Flores, entre Álvaro Obregón y Carrasco, ahí acomoda una javita en la calle y empieza a entonar las primeras canciones del día, mientras, espera que sus colegas músicos lleguen al centro para ver si van a trabajar juntos y si se van a repartir las ganancias del día.
Con unas cuantas monedas y billetes ganados en las primeras tres horas de trabajo, el señor Alejandro, confiesa que salir a la calle le da miedo por el coronavirus, pero que, por la necesidad, no lo queda otra opción más.
El temor aumenta cuando la lista de músicos muertos por un contagio crece y la ausencia de colegas que han preferido seguir en aislamiento por seguridad.
“Como no (va a tener miedo), si se está muriendo mucha gente, la semana pasada un señor músico que aquí venía con nosotros, nos mandaron tocar dos, tres canciones, lo enterraron el lunes pasado”, contó.
Vieja vocación
Desde los 13 años, el “señor del acordeón”, mostró interés en la música, buscó la manera de comprarse su primera guitarra y aprendiendo solo, logró conocer todo lo relacionado al instrumento, su intención era convertirse en un músico.
Con 56 años interno en el mundo de la música, primero en San Andrés de la Sierra, Durango y después en Culiacán, el señor Alejandro, al igual que todas las personas, no esperaba que, a sus casi 70 años, el último adiós a sus “hermanos” músicos fuera por un virus letal.
“Nos mirábamos como hermanos, aquí trabajando todos los días y que ya cayó uno, ya cayó el otro, y pues a ver cuándo nos toca a nosotros, lo que Dios mande”, mencionó.
En el inicio de la pandemia, estuvo tres meses en resguardo total por el temor de sus cuatro hijos de que se enfermera, pero al estar adaptado a una vida de trabajo, en la primera propuesta que tuvo la aprovechó para salir.
En el momento en que regresó a las calles del primer cuadro de la ciudad, el ritmo era totalmente distinto a como era antes del Covid-19, y aunque el flujo de personas subió por meses, ahora vuelve a bajar por la tercera ola de contagios. El señor Alejandro es consciente de las posibles consecuencias y es por eso que cuando fue su turno, acudió al parque Revolución a vacunarse.
“A mí también me da temorcito, pues mucha gente no sabía que está enferma y de un día para otro caen”, reiteró.
Los días buenos y malos siempre están presentes, pero el señor Alejandro no deja, ni dejará de tocar las canciones rancheras, esas que más disfruta y que por años ha tocado con diferentes grupos y colegas.
El recorrido
Los puntos que no fallan en una jornada son el mercado Gustavo Garmendia, el mercadito, el mercado Izabal (en ocasiones) y todas las calles del centro en donde hay más transeúntes.
La música se ha convertido en alimento, por ser su fuente de ingresos, en sus 56 años de trayectoria, ha aprendido a tocar instrumentos como el acordeón, guitarra, bajo sexto, tololoche y tarola. Por 12 años colaboró con un colega, a quien, a cinco años de no trabajar juntos por el traslado de su amigo, aun lo recuerda con cariño.
En su andar por el centro, un lugar en donde inevitablemente todas las personas deben pasar al menos una vez a la semana, el señor Alejandro, es testigo de cómo muchos caminan con una gran carga o pesar y es cuando escuchan el sonido del acordeón, cuando algunos detienen su paso para dejarse llevar por la música.
Recientemente en la semana, unas señoras dejaron sus “vueltas” para tomarse el momento para escucharlos, a simple vista, dice el señor Alejandro, las dos traían un pesar grande, una mujer al seguir prestando atención a la canción, las lágrimas no tardaron en brotar, y acto después les confesaron que estaban muy dolidas.
Son en estos momentos cuando, el músico de antaño se convence de que la música es un alimento para el alma, que ayuda a superar amargos momentos con una melodía y en la vida que le tocó vivir en medio de una pandemia mundial, no dejará de hacer lo que más le apasiona.
Su mensaje final para desconocidos y colegas es: “les deseo muy buena suerte a toda la gente que no les pase nada con el Covid-19, así como me decían a mi buena suerte (…) un saludo para todos los compañeros, que estén bien por ahí, desearle buena suerte a toda la gente”.
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