Auxilio entre amenazas: Socorrista

En ocasiones los paramédicos trabajan bajo presión extrema, y un movimiento en falso puede costarles hasta la vida

Jesús Verdugo / El Sol de Sinaloa

  · sábado 24 de agosto de 2019

Foto: Jesús Verdugo

Culiacán, Sin. - Ya de tardeada íbamos a Culiacán a entregar un paciente al Hospital General. Era un traslado programado y máximo a las ocho ya deberíamos estar de regreso en San Ignacio. El chófer y yo, nada más. El tiempo fue el que esperábamos y, aunque los médicos demoraron más de lo normal en recibir al joven, apenas rondaban las 9 cuando íbamos en carretera a nuestra estación.

El ritmo era normal; sirenas apagadas y con la cautela adecuada para las horas y el camino. A la altura de Quilá vemos que un grupo de personas a la orilla del camino nos hacen algo, miro de reojo a mi compañero y con discreción detiene la marcha.

"Ayúdenos, tenemos un niño herido".

Con cierto recelo volvemos a preguntar qué pasó, era en esos años cuando las cosas en Sinaloa estaban "muy calientes" y, detenerse en medio de la noche a recoger extraños, no era algo recomendable. Pero nosotros somos paramédicos, nuestros valores nos dictan no hacer diferencias en las emergencias.

Me bajo y sí, un niño con el rostro lleno de sangre está tendido junto a un pequeño barranco, a un lado, un hombre de edad indefinida que resultó ser su padre también presentaba las mismas características. Si, un automóvil se desvió y fue a dar al fondo del barranco. Los subo a la ambulancia para atenderlos, aunque sus heridas no representaban un peligro para su vida, si necesitaban atención.

Ya arriba, veo que el padre del niño comienza a ponerse nervioso. Camina de un lado a otro, sin dejarme trabajar. "Nos venían siguiendo" se le escapó decir.

Líder del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Ayuntamiento de Culiacán David Alarid Rodríguez.

Sigo atendiendo al pequeño de sus heridas, había mucha sangre en su cara tenía que limpiar y suturar, pero no contaba con el equipo necesario para hacerlo. Había que trasladar a Culiacán o Quilá. El hombre se comienza a alterar y me pide que lo atienda a él, ahora con voz más amenazadora. Yo le digo que el niño debería ser prioridad, pero él se levanta la camisa y deja ver una pistola negra y reluciente en su cintura y dice: "sutúrame ya".

Uno sabe que esas situaciones se pueden presentar, pero nunca se está lo suficientemente listo para resolverlas. Volteo y obedezco sus órdenes. Empiezo a atenderlo a él, pero le explico que no tengo el equipo necesario para realizar saturación. El sujeto más desesperado aún me grita que atienda al niño y yo obedezco. Me giró y sigo con el menor. Así, por casi 40 minutos, pasando de un paciente a otro, sin avanzar realmente con ninguno y un potencial ataque por parte del hombre hace que todo sea más difícil.


NOS VIENEN SIGUIENDO

Cuando le repito al sujeto armado que es necesario trasladarlos a Culiacán para la situación se torna un poco más violento y se niega a entender, repite que tengo que atenderlo ahí mismo. El chófer sin saber qué pasa solo pregunta hacia dónde nos dirigimos, yo le digo que siga conduciendo.

"No me pueden llevar a Culiacán, nos vienen siguiendo y si algo nos pasa tú vas a responder", balbuceaba el sujeto.

Al final, logró convencerlo de que lleguemos a Quilá para que sean atendidos, pues el menor no paraba de sangrar. El sujeto vuelve a repetir que, si van por ellos, él iría por mí.

Cuando bajamos para entregar al niño a los médicos de la subestación de Quila, no alcanzó a decir nada pues el hombre estaba parado frente a mí tocando el arma por encima de su camisa. Me retiro y solo unos kilómetros después empiezo a llorar, toda la adrenalina y presión baja y mi cuerpo se desvanece en lágrimas. Jamás supe que pasó en la subestación, jamás pregunté y no volví a escuchar nada sobre aquel sujeto y su hijo, son de esas historias que crees que no pasaron, pero siguen estando presentes cuando suena la chicharra.




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