Culiacán, Sin.- "Ya déjame morir", le decía la anciana. Algo que en Jesús marcó su psique y le removió las entrañas por lo difícil que es y será ver a un ser humano rogar que su sufrimiento termine.
Jesús Domínguez es un joven de 21 años que apenas lleva 8 meses en ambulancia y 3 años en la institución. Es el paramédico con el mayor número de traslados Covid-19 en Culiacán. Desde el primero hasta el último paciente Él sabe que un error le costaría el contagio del peligroso virus.
Son 12 traslados hasta hoy. De todas edades y sexos. Uno más difícil que el otro pero con la constante del profundo miedo, dolor e incertidumbre. Algo que el cuerpo y la mente de Jesús están cargando noche a noche.
El protocolo marca uso de traje Tyvek, mascarilla N95, goggles, careta y guantes. En un tiempo no mayor a 15 minutos está listo. Cocinándose dentro del traje plástico con treinta y tantos grados afuera, con menos oxígeno por la mascarilla y aprisionado por la fuerza con la que apretó sus goggles.
Como mínimo los traslados toman entre 2 y 4 horas en el mejor de los casos. Pero Jesús cuenta que ha estado hasta 6 horas aprisionado por el traje y el miedo. Esperando junto a un paciente retorcido por las alucinaciones y dolor en una camilla.
Al paso de los servicios Covid-19 todos se comienzan a sentir iguales, pero Jesús tiene clavado en la mente el de una mujer septuagenaria de la colonia El Mirador. Le avisaron del traslado y fue hasta aquella difícil colonia.
Lomas de tierra le dificultaron la llegada y mucho más la salida. La mujer que tenía claros y notorios síntomas del Covid-19 fue subida a la capsula XE especial para bioseguridad. Entre alucinaciones y arcadas iba la mujer, luchando por conservar el conocimiento y el aire en sus pulmones.
El camino al hospital como siempre, fue largo. Sin más que hacer que proveer de oxígeno a la anciana, Jesús, miraba con una mezcla de compasión y temor como el virus se apoderaba de esa mujer, como llenaba sus pulmones de líquido mucoso que por más oxígeno que entrara no podía mantenerse.
Al llegar a urgencias no había un médico disponible para el triage respiratorio; para la evaluación sobre sus síntomas. Allí se quedó, más de 2 horas envuelto en el traje y escuchando a la mujer decir incoherencias por la fiebre.
Al final la anciana fue ingresada a terapia intensiva, Jesús se fue a la estación a limpiar y sanitizar la ambulancia; otras dos horas metido en el traje. Esa jornada terminó a la 01:00 de la madrugada. Se fue a dormir con la cabeza impregnada se esas palabras que clamaban morir y no sufrir. Así hasta las 06:00 horas cuando tiene que volver, a ponerse el traje y vivir ese infierno otra vez, y otra vez.
Van 12, tal vez 15 o 20 para cuando esta historia sea leída. Jesús describe esta tarea como dolorosa, inquietante, difícil. Los pacientes sufren, si. Pero ver los rostros desamparados de los hijos viendo a sus padres metidos en una cápsula por hombres en traje blanco es algo que le golpea el corazón.
En muchas ocasiones es esa la última imagen de su abuelo, de su padre o madre. Es ver ese familiar, que días antes reía y compartía la mesa con ellos, reducido en una bolsa de seguridad biológica, doblado por la insuficiencia respiratoria y ardiendo en 40 grados de temperatura.
De ese día hasta que la llamada de un médico les avisa que murió o mejoró, pueden pasar horas, días o semanas. Es la incertidumbre de una pandemia que nadie quería pero que nos está golpeando.
El paramédico lleva además de su traje y al paciente, una carga emocional que quebraría a cualquiera. Él cuenta que en ciertos traslados le avisan cuando apenas entregó al paciente que ya ha muerto. En otras ocasiones prefiere no preguntar.
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El rol de Jesús Domínguez en la pandemia es de los más difíciles y peligrosos. Y como el mencionó parafraseando algún cronista que no reconoció: "si no lo hacemos nosotros ¿quién lo hará?".
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Son los meses que lleva Jesús Domínguez como voluntario de la Cruz Roja.
En servicio
La Cruz Roja se mantiene en servicio y apoyando a las instituciones de salud en el combate de la pandemia.
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