Culiacán, Sin.- Eran las 19:00 horas cuando el llamado del servicio "cayó" a la base de Cruz Roja de Costa Rica. Juan Carlos estaba en guardia y la información que recibió de radio fue de un choque de una motocicleta contra una camioneta, algo normal para las guardias.
Era 16 de marzo, un viernes de mucha actividad en las calles de la sindicatura. Fiestas y reuniones desde temprano daban un aire caótico al pueblo que emanaba un ruido de motos y música de banda.
La ambulancia de Juan Carlos iba rumbo al accidente, a paso constante y presuroso. Con ligereza baja de la unidad y en la orilla mira a un joven adolorido junto a la motocicleta chorreando aceite y humo.
El paramédico que en ese entonces tenía 25 años, mediana experiencia de media vida que se puso a prueba al reconocer en ese retorcido joven el rostro de su primo, Sergio, de 18 años. Sus miradas se encontraron y del lado del herido creció la esperanza, y por parte de Juan Carlos; el miedo.
La peor pesadilla de cualquier paramédico es encontrar en servicio a un familiar. Como a muchos, Juan Carlos lo tomó por sorpresa el desespero de que sangre de su sangre muriera en la ambulancia.
Para fortuna de ambos, las heridas parecían superficiales; una fractura visible y quemaduras del asfalto en la piel, arriba de la ambulancia Sergio le dice a Juan Carlos que lo salve, que lo ayude. Tranquilos se sacan plática rumbo al hospital general de Culiacán.
Veintitantos minutos de camino a prisa, Sergio ya estaba estable, y Juan Carlos más tranquilo. Heridas limpias y la fractura inmovilizada, al parecer todo quedaría en un susto. Un evento fortuito que quedaría en una anécdota que contar en las reuniones familiares.
Ese viernes terminaba con el regreso a Costa Rica. Antes de partir, Sergio le dijo a Juan Carlos que lo veía después y le agradecía el servicio; palabras de camaradería entre primos. El paramédico salió más tranquilo, esperando volver a ver a Sergio en unos días con un yeso, quizás.
Juan Carlos se fue con el sabor del agradecimiento y victorioso por haber superado una de las pruebas más duras para los voluntarios de la institución, el viernes terminó y llegó sábado, y así los días corrían sin saber más del asunto.
24 de junio, una llamada de sus familiares inesperada; falleció el Sergio, le dijeron. ¿Pero cómo? Se preguntó. Una infección que creció a partir de una herida interna del talón, heridas en su cabeza invisibles y escurridizas para las tomografías.
Juan Carlos se tambaleó y su estómago se contrajo, era día del socorrista y no podía recibir noticia peor que esa. No podía celebrar nada, la pesadilla se cumplió en otro paramédico y la familia estaba sitiada por el dolor.
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Esa noche fue el sepelio, nadie lo culpó de nada, porque no había nada que culpar. En el fondo del dolor de Juan Carlos López encontró consuelo en su buen actuar durante el servicio y que de cierta forma su despedida con Sergio le dejó con más tranquilidad, quizás no lo encuentre otra vez, pero cuando lo necesito él estuvo ahí, y así seguirá al frente de sus guardias.
PERFIL
Juan Carlos López es un paramédico de Cruz Roja que tiene más de 13 años de experiencia en la institución de salud. Entró ahí decidido a ayudar a las personas y se mantiene en la lucha constante.
DÍA DEL SOCORRISTA
En México, cada 24 de junio se festeja a los socorristas mexicanos que han dado su vida en nombre de la humanidad y de una institución de ayuda.
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