/ sábado 13 de febrero de 2021

Crónicas de ambulancia: Palabras que marcan

Un paramédico sabe que se topará con escenas terribles, pero Manuel estaba listo para enfrentar los retos

Culiacán, Sin.- Faltaba poco tiempo para la media noche de ese domingo, por segunda ocasión la chicharra se hacía presente en la sala de descanso, Manuel sabía que un nuevo servicio se aproximaba.

El reporte indicaba un hombre apuñalado; las sirenas de la ambulancia se hicieron presentes, y con ellas el miedo e incertidumbre de que algo saliera mal; las luces rojas rompían en el viento otoñal del onceavo mes del año.

En la parte trasera de la unidad de socorros Manuel se preparaba, repasaba en su mente las páginas del manual médico.

La escena era aterradora, una mujer lloraba e imploraba por su hijo, el cual yacía abatido en el piso, de las heridas brotaba sangre, cual fuente en primavera.

El aprendiz se acercó temeroso para la exploración, volteó su mirada al tutor, y al unísono dijeron “Hay que trasladarlo ya”. Era un jovencito, no llegaba a los 23 años, Salido sintió una conexión, como si algo le llamara a hacer lo posible por salvar esa vida.

ADRENALINA

En una batalla campal los socorristas ingresaron al joven convaleciente en la ambulancia, su madre subió con ellos; las sirenas chillaron de nueva cuenta rompiendo el silencio de esa noche otoñal; se dirigían al centro de la capital en busca de atención especializada.

La adrenalina se apoderó de los ahí presentes, los golpes, arañones y mordidas evitaban la correcta atención, ahí en esa lucha con la muerte la mujer lloraba y suplicaba a su hijo. “Que se dejara tratar”.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

Puedes leer: Crónicas de Ambulancia: El primer inaudito servicio de Guillermo

El tiempo desapareció y un calor sofocante tomó su lugar, Salido maniobraba desde el vía aérea, un shock hipovolémico se apoderó del paciente, necesitaba el oxígeno, las heridas en el tórax habían perforado un pulmón, la pérdida de sangre era evidente.

Mientras una lucha de ficción ocurría dentro de la ambulancia, dos unidades motrices detenían en las avenidas principales los pocos coches que transitaban esa noche la ciudad capitalina.

Con ambas manos Manuel y su mentor intentaban poner gasas y vendas en las heridas; sin embargo, con la fuerza de un super héroe el chico convaleciente los levantaba y alejaba de su cuerpo, al mismo tiempo que mordía la mascarilla de oxígeno.

Las ropas rojas de quién en ese tiempo era su tutor se habían tornado de un color oscuro, casi negro y las manos que tanto luchaban poco a poco perdían fuerza.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

LA GUERRA

El corazón del paciente se apagaba de a poco; en el hospital un médico se preparaba para brindar las atenciones. Las llantas rosaron el piso del nosocomio, las puertas se abrían dejando atrás los recuerdos, las luces se volvían oscuridad.

El tiempo se detuvo

Sabían la atención era inmediata, no había nada qué pensar. Los ciclos de RCP fueron pocos, el corazón se detuvo y la muerte se hizo presente. Del otro lado del cristal en el que se reflejaba la angustia de la madre, un médico se preparaba para dar la peor noticia.

En las guerras hay quienes ganan y quienes pierden; esta vez todos habían perdido; la vida, un hijo y un paciente, ante sus ojos, Manuel vio esfumarse la primera vida.

“Efectivamente”, dijo el hombre de blanco parado al lado de la camilla roja. Un ventarrón de angustia y esperanza abrió las puertas de cristal.

Lo siguiente era dar la noticia, el médico se acercó a la madre; un grito desgarrador rompió el silencio del ir y venir de enfermeras. Al paramédico esta situación le causaba temor, cómo le dices a una mujer que no verá más esos ojos, cómo le explicas tus batallas contra la muerte; no podía asimilar lo sucedido.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

Mientras esperaban, afuera en la oscuridad los ojos de una mujer se clavaron en ellos. Salido pensó en que sería el final, la dama se acercó y con un cálido abrazo los cubrió; en forma de discurso les agradeció la lucha por la vida de su hijo, los alentó a seguir trabajando y a salvar todas las vidas posibles, evitando así el dolor a otra madre.

Los ojos del recién egresado del ENTUM se tornaron rojos, las palabras llegaron para endulzar tan amargo trago. ¿Cómo pasó?, ¿Qué se pudo haber hecho mejor?, ¿Se falló en algo?, intentaba encontrar alguna razón por la que no sacó al paciente de ese sitio.

“Pero algo que me dijo mi tutor y compañero fue siempre que, “a pesar de que demos lo mejor siempre, no vamos a poder salvar a todos”. Me dijo “tal vez te sientas triste, impotente, enojado, tal vez te sientas muy mal, pero es el primer paciente que pierdes, y así como este no es por desearte mal, pero vas a perder a muchos, y no es tu culpa, ni tampoco la de ellos, es que a veces no se puede hacer mucho por ellos, lo único que podemos hacer es mejorar día con día para salvar la mayor cantidad posible”.



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Culiacán, Sin.- Faltaba poco tiempo para la media noche de ese domingo, por segunda ocasión la chicharra se hacía presente en la sala de descanso, Manuel sabía que un nuevo servicio se aproximaba.

El reporte indicaba un hombre apuñalado; las sirenas de la ambulancia se hicieron presentes, y con ellas el miedo e incertidumbre de que algo saliera mal; las luces rojas rompían en el viento otoñal del onceavo mes del año.

En la parte trasera de la unidad de socorros Manuel se preparaba, repasaba en su mente las páginas del manual médico.

La escena era aterradora, una mujer lloraba e imploraba por su hijo, el cual yacía abatido en el piso, de las heridas brotaba sangre, cual fuente en primavera.

El aprendiz se acercó temeroso para la exploración, volteó su mirada al tutor, y al unísono dijeron “Hay que trasladarlo ya”. Era un jovencito, no llegaba a los 23 años, Salido sintió una conexión, como si algo le llamara a hacer lo posible por salvar esa vida.

ADRENALINA

En una batalla campal los socorristas ingresaron al joven convaleciente en la ambulancia, su madre subió con ellos; las sirenas chillaron de nueva cuenta rompiendo el silencio de esa noche otoñal; se dirigían al centro de la capital en busca de atención especializada.

La adrenalina se apoderó de los ahí presentes, los golpes, arañones y mordidas evitaban la correcta atención, ahí en esa lucha con la muerte la mujer lloraba y suplicaba a su hijo. “Que se dejara tratar”.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

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El tiempo desapareció y un calor sofocante tomó su lugar, Salido maniobraba desde el vía aérea, un shock hipovolémico se apoderó del paciente, necesitaba el oxígeno, las heridas en el tórax habían perforado un pulmón, la pérdida de sangre era evidente.

Mientras una lucha de ficción ocurría dentro de la ambulancia, dos unidades motrices detenían en las avenidas principales los pocos coches que transitaban esa noche la ciudad capitalina.

Con ambas manos Manuel y su mentor intentaban poner gasas y vendas en las heridas; sin embargo, con la fuerza de un super héroe el chico convaleciente los levantaba y alejaba de su cuerpo, al mismo tiempo que mordía la mascarilla de oxígeno.

Las ropas rojas de quién en ese tiempo era su tutor se habían tornado de un color oscuro, casi negro y las manos que tanto luchaban poco a poco perdían fuerza.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

LA GUERRA

El corazón del paciente se apagaba de a poco; en el hospital un médico se preparaba para brindar las atenciones. Las llantas rosaron el piso del nosocomio, las puertas se abrían dejando atrás los recuerdos, las luces se volvían oscuridad.

El tiempo se detuvo

Sabían la atención era inmediata, no había nada qué pensar. Los ciclos de RCP fueron pocos, el corazón se detuvo y la muerte se hizo presente. Del otro lado del cristal en el que se reflejaba la angustia de la madre, un médico se preparaba para dar la peor noticia.

En las guerras hay quienes ganan y quienes pierden; esta vez todos habían perdido; la vida, un hijo y un paciente, ante sus ojos, Manuel vio esfumarse la primera vida.

“Efectivamente”, dijo el hombre de blanco parado al lado de la camilla roja. Un ventarrón de angustia y esperanza abrió las puertas de cristal.

Lo siguiente era dar la noticia, el médico se acercó a la madre; un grito desgarrador rompió el silencio del ir y venir de enfermeras. Al paramédico esta situación le causaba temor, cómo le dices a una mujer que no verá más esos ojos, cómo le explicas tus batallas contra la muerte; no podía asimilar lo sucedido.

Foto: Melissa Ortiz │ El Sol de Sinaloa

Mientras esperaban, afuera en la oscuridad los ojos de una mujer se clavaron en ellos. Salido pensó en que sería el final, la dama se acercó y con un cálido abrazo los cubrió; en forma de discurso les agradeció la lucha por la vida de su hijo, los alentó a seguir trabajando y a salvar todas las vidas posibles, evitando así el dolor a otra madre.

Los ojos del recién egresado del ENTUM se tornaron rojos, las palabras llegaron para endulzar tan amargo trago. ¿Cómo pasó?, ¿Qué se pudo haber hecho mejor?, ¿Se falló en algo?, intentaba encontrar alguna razón por la que no sacó al paciente de ese sitio.

“Pero algo que me dijo mi tutor y compañero fue siempre que, “a pesar de que demos lo mejor siempre, no vamos a poder salvar a todos”. Me dijo “tal vez te sientas triste, impotente, enojado, tal vez te sientas muy mal, pero es el primer paciente que pierdes, y así como este no es por desearte mal, pero vas a perder a muchos, y no es tu culpa, ni tampoco la de ellos, es que a veces no se puede hacer mucho por ellos, lo único que podemos hacer es mejorar día con día para salvar la mayor cantidad posible”.



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