Culiacán, Sin.- “Se murió, se me murió el niño”, los ojos de la paramédica se tornan colorados y se transporta al 2014; entre lágrimas, María revive aquel 2 de mayo, un fin de semana largo y un aparente descuido familiar que terminó con la vida de un inocente.
Esa mañana de viernes, la socorrista de la Cruz Roja recuerda que “todo estaba tranquilo” en la sala de emergencia para ambulancias, hasta que el timbre los regresó a la realidad, un incendio había consumido una vivienda en la colonia Mazatlán, antes Benito Juárez.
De la casa salían llamaradas como si del infierno se fuera el mismo incendio; los bomberos luchaban contra el fuego; al personal de la Cruz Roja les dijeron que de ahí salió un niño caminando, después fue que supo que a él lo salvó un repartidor, de esos que van de tiendita en tiendita.
El cielo no era azul como las mañanas de primavera, se había tornado negro, la humareda estaba densa, sofocante, nadie habría sobrevivido dentro de la casa color ámbar.
DESESPERACIÓN
Un desespero se apoderó de la socorrista, al ver al infante con quemaduras en todo el cuerpo, su cara, y brazos apenas habían sido alcanzados por la flama, sus piernas se habían cubierto de costras. El niño que se llamaba Iván, no decía nada, estaba en shock, sus ojos se humedecieron, María supuso el llanto era de dolor.
Ya arriba de la ambulancia con un nudo en la garganta, recuerda:
“Traté de calmarlo, le dije que lo iba a llevar al hospital”, la voz de Iván se hizo presente “¡No!, saca a mi primo”, la angustia regresó a la voluntaria, el humo que emanaba de la vivienda y el olor era intoxicante, con la voz quebrada emanó un gritó “¡Comandante!, ¿sabes qué? ¡Necesito que saquen a un niño!”.
LA BÚSQUEDA
Los bomberos rastreaban de arriba abajo la vivienda de dos plantas, la paramédica atendía a Iván, le puso una solución en el cuerpo para calmar el dolor. Pasaban los minutos y la angustia no desaparecía, quería saber qué pasó con el niño, mientras que Iván con gritos desgarradores preguntaba por su primo, “decía, que no había sido su culpa”.
El viento era abrasador, María no sabía qué pensar, ni qué hacer, Iván se encontraba estable. Cuando de entre las chispas de los cables eléctricos y el hollín que caía de la madera quemada salió un bombero, en sus brazos llevaba el cuerpo convaleciente de un niñito que apenas sobrepasaba los cuatro años de edad. La paramédica alcanza a oír un “Ten” y grita “¡Vámonos al hospital!”.
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EL TRASLADO
El ruido de las sirenas se hizo presente de nuevo en esa mañana primaveral, las patrullas policiales se atravesaron en cada calle impidiendo el paso vehicular, en poco tiempo la ambulancia que recorría la ciudad capitalina se encontraba estacionada en urgencias del Seguro Social.
El transcurso al nosocomio duró un instante, mismo en el que Isabel ventiló y dio RCP al pequeño, él no presentaba quemaduras fue más bien que sus pulmones habían ingerido demasiado humo contaminado; María se repetía una y otra vez el nombre de su hijo que en aquel entonces tendría la edad del afectado, lo veía y en su rostro se reflejaba la imagen del pequeño que la esperaba en casa, el mismo que seis años después le dijera, quiere ser como ella.
La llegada al IMSS fue inmediata, las puertas de la ambulancia se abrieron y unas manos buscaban al pequeño, “Dámelo” dijo el chofer con una voz quebrada a Isabel, tomó al niño y lo aventó a los brazos de su compañero, quien a paso veloz se dirigió al área de choque en pediatría.
EL ADIÓS
Lo siguiente era transportar a Iván desde la ambulancia hasta donde sería atendido, la socorrista pensó en él y en las personas “morbosas” que se encontraban en la sala de espera; tomó una sábana de ahí de entre los utensilios y cubrió a Iván, ya con las costras de las piernas arrancadas.
En compañía de policías María se dirigía hacia la sala, las llantas de la camilla chillaban al rosar el piso del hospital, fueron pocos segundos cuando las puertas de cristal se abrieron y un hombre de bata blanca se acercaba, Iván “ya estaba en buenas manos”.
Ese día ver al niño, y ver a su hijo, reflejado la destruyó completamente; fue por un conocido, un doctor de ahí del Instituto que se enteró el pequeño había fallecido, y de Iván sólo supo se lo llevaron a los Estados Unidos.
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