Culiacán, Sin.- Un camión urbano que iba saliendo del taller mecánico, con pasaje y a exceso de velocidad perdió el control y cayó en unas zanjas donde se restauraba una calle del Centro de Culiacán... era el viernes 12 de septiembre de 1986.
Filiberto Lozoya salió en la ambulancia número 4 junto a sus compañeros de servicio rumbo al camionazo del Centro. Con 23 años, una carrera de medicina en ciernes y toda la actitud solidaria de un joven dedicado a salvar vidas.
Unos heridos salieron en pie, otros más con ayuda de curiosos pero sin mayor daño que surcos de sangre producto de raspones superficiales. Filiberto evaluó y ofreció llevar a revisión a cuatro personas que podrían necesitar una mayor revisión.
Se acomodan en la ambulancia los cuatro pacientes y los socorristas, parten rumbo a la estación sin prisa pero con la sirena activada. Los autos le ceden el paso y continúan; todo normal.
En el cruce de Obregón y Juan José Ríos la ambulancia número 4 recibió la embestida de un camión de pasajeros de la ruta Culiacán-Costa Rica. Un impacto seco por el lado del chófer volcó la unidad haciendo retorcer el acero en formas extrañas.
De costado y chirriando quedó la ambulancia y mientras los 4 pacientes salen en pie con un gesto de horror y sorpresa por haber sorteado la muerte dos veces en menos de una hora, al frente se oyen maldiciones y gritos; es Filiberto que quedó atrapado bajo la puerta y sus pies destrozados no pueden escapar del acero.
Sangre y gritos amenizan el macabro escenario. Mientras los pacientes corren en dirección contraria, un socorrista salió en busca de un poste, tubo o palanca para sacar a Filiberto. Algunos cuentan a modo de broma que ese socorro salió en busca de un baño y no de ayuda, y es que con los años las tragedias se vuelven anécdotas de supervivencia y ¿cómo no reírse de la muerte?
Tres días inconsciente, con fractura en ambas piernas, contusión y desprendimiento de cuero cabelludo; el Fili no iba a querer seguir en Cruz Roja, decían sus compañeros. De su carrera, ni hablar: 6 meses de recuperación hicieron perderse muchos exámenes y la facultad fue firme con eso.
Con tropiezos y dolor, Filiberto salió adelante. Los estragos del accidente se presentaban en las charlas informales con temas fuera de contexto. Con terapia y paciencia logró estabilizarlo y a partir del tercer mes ya acudía a la estación de Cruz Roja. Se sentía lleno y a gusto.
36 años después junto a su esposa, esa mujer que lo cuidó y enamoró durante su recuperación. El veterano paramédico hace fácil memoria de lo que pasó y cuando se le pregunta por qué no dejo de ser socorrista, él dice inflando el pecho y el orgullo: si me vuelve a pasar algo similar, otra vez regresaría a ser paramédico.
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VALENTÍA
Ni el peor accidente de su vida hizo que Filiberto dejara de lado su pasión por continuar en Cruz Roja.
33 años han pasado desde aquel servicio que marcó su existencia y en el que aprendió a resistir para continuar en esta noble institución.
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