Culiacán, Sin.- El llamado le llegó de una colonia al sur de la ciudad. Alejandra Grave, paramédico joven pero con amplia experiencia, le llegó también el nerviosismo de que era un parto. Esa sensación de que puede ser una experiencia fantástica o una tragedia inolvidable.
Iba con un compañero quien durante todo el trayecto le explicó el procedimiento en un parto, que hacer y qué no hacer. Todas las variables posibles se debatieron en un lapso de 15 minutos. Alejandra tenía aún ese sentimiento de incertidumbre.
La última loma antes de llegar al domicilio le dio mucha batalla a la ambulancia que, dando tumbos, logró superarla y llegar. Rápidamente entraron al lugar y se encontraron con un cuadro digno del renacimiento: en un sillón central una mujer joven con un pequeño bulto de carne morada saliendo de sus entrañas, a los costados su familia atónita bajo una luz amarillenta y un olor a humedad.
La nueva madre dijo que no sabía de su embarazo, que ella se levantó a ir al baño y salió sin pensarlo. Estaba envuelto en una bolsa de plástico y aun colgando el cordón umbilical; la mujer pensó que había muerto y por eso lo metió en una bolsa.
Alejandra toma al pequeño bulto de no más de 15 centímetros y lo prepara para echarlo a una bolsa especial para trasladarlo. Cuando su compañero lo tiene en sus manos a punto de dejarlo caer, el bebé exhaló y comenzó a dar señales de vida. Alejandra voltea y se miran atónitos, le dicen a la mujer que el bebé tiene pulso, que está vivo; la madre indiferente no dice nada, como si el feto fuera ajeno a ella.
CONTRA LA MUERTE
Rápidamente suben a la ambulancia a ambos pacientes y se dirigen al hospital. La madre es monitoreada pero no presenta gravedad, el bebé va en las piernas de Alejandra mientras le sigue dando maniobras de respiración se dio cuenta de que era una niña.
En el trayecto de unos minutos que parecieron horas, la madre cayó en paro, y necesitaba atención. Alejandra tenía que decidirse por atender a una de las dos. En su cabeza se libró una lucha donde no se decidía a dejar a la pequeña recién nacida que seguramente moriría o atender a la indiferente madre.
Al llegar al hospital entregaron a la mujer a quién rápidamente se le atendió y Alejandra con la bebé en brazos espero a que un médico la recibiera. Después de eso no supo más, dejó a los dos pacientes en la mejor condición que pudo y salió rumbo a la estación.
Alejandra Grave se quedó con un mal sabor de boca: la reacción desinteresada de la madre, la pasividad con la que actuó su familia, una bebé de seis meses a punto de caer en una bolsa de cadáveres exhalando en tono de auxilio. Una mezcla de dudas e impotencia la inundó hasta que llegaron a la estación
Dos días después, con el recuerdo fresco aún, llegó su compañero que la había acompañado a aquel servicio. Venía del mismo hospital donde habían dejado a las dos pacientes, el paramédico le dijo que la bebé había muerto, le dijeron que en urgencias.
Alejandra sintió ese dolor que ya no es ajeno, el recuerdo de la pequeña bebé apenas en formación en su mano, luchando por sobrevivir. Vivió dos días, pensó, apenas dos días.
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MEMORIAS
Uno de los servicios que más ha marcado a Alejandra fue el de la pequeña bebé que emergió a la vida y pronto murió.
UNA VOCACIÓN
A pesar de los difíciles servicios que pasa un paramédico, su vocación de permanecer es más grande que el miedo.
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