Culiacán, Sin.- Faltan más de 30 minutos para que den las 8:00 de la mañana y en la entrada lateral de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, don Felipe Meza Villa, retirado del tumulto, se pone al corriente con dos señores más que también están a la espera de que se abran las puertas del comedor comunitario y de paso, ponerse a disposición de Dios.
Desde hace dos años, los caminos de la vida pusieron a don Felipe, de 70 años, en una situación económica grave y sin más familia en Culiacán más que una hermana, por comentarios de amigos se enteró que en la iglesia del centro todas las mañanas de 8:00 a 9:00 se dan desayunos gratis a quien llegue, la mayoría adultos mayores que viven en indigencia.
De la colonia Guadalupe Victoria, se traslada para recibir la primera y la más importante comida del día, según los expertos en salud; algunas ocasiones llega en camión cuando se permite destinar unos cuantos pesos en este transporte y en otras, toma su mochila, se pone el cubrebocas y cachucha y sale a pie a caminar por 30 minutos para llegar al comedor.
A unos minutos de que los voluntarios de la iglesia los permita ingresar, Don Felipe comparte que es consciente de la gran labor humanitaria que realiza la comunidad, por el trato amable que reciben cada mañana y mediodía.
En los dos años que tiene visitando el comedor por unos cuantos días a la semana, se ha percatado que llegan personas con situación de calle, migrantes, hombres y mujeres que por diferentes razones no tienen acceso a un empleo y no les queda más que vivir de la voluntad de otros, es por eso que, cuando consigue trabajo en una obra, compra sus propios alimentos.
“A veces vengo, a veces no, cuando trabajo así no vengo aquí, nos va muy bien aquí, se portan muy bien aquí ellos con uno cuando tiene uno, que coman otros, ya sabe, pero cuando no tiene dinero, tiene que venir a comer”, comentó.
En su día a día, su rutina inicia desde las 5:00 – 5:30 horas, ese reloj biológico que adoptó por los años de trabajo en obras de construcción y que, ahora a sus 70 años, recuerda la época en la que contaba con mucha fuerza y después de decir que “ya se la pasó la vida”, cuenta que acude a obras a ayudar en lo que le permitan, para seguir sobreviviendo.
EDAD AVANZADA
“Yo ya estoy mayor, pero no me agüito, porque yo sea pobre, por lo que sea, yo nomas con que no me enferme y que se haga la voluntad de él (Dios) que él me proteja”, reforzó.
Pasaditas de las 8:00, las puertas del comedor que está habilitado en el patio de la iglesia del Carmen, se abren por uno de los 12 voluntarios que diario aportan con su granito de arena. Los hombres y mujeres ya conocen la dinámica: ingresar con tranquilidad, respeto y orden para ocupar cada una de las largas mesas que ya están listas para el desayuno de hasta 200 indigentes.
En la fila está don Felipe, quien en la mañana de un jueves le tocó sentarse en la segunda mesa del comedor y compartir los alimentos con hombres que se han convertido en una especie de amigos; las risas no se hacen esperar por “Cora”, un señor originario de Nayarit que les enseña algunas frases en inglés, el idioma que aprendió escuchando en su paso por otros estados.
En la misma mesa está un joven que se sorprende por las palabras en inglés que dice Cora y don Felipe solo se ríe y disfruta del momento, por ser el comedor para él, un espacio en el que se relaja y toma las energías suficientes para seguir con su día.
Desde las 6:30 llegan las cocineras, mujeres de la comunidad que prestan su servicio por unos días a la semana, preparando diferentes platillos, con alimentos que agricultores, empresarios, restauranteros y sociedad ha donado para ayudar a un hermano necesitado.
Una vez que todos están en su lugar y los platos están servidos en la cocina provisional, todos se ponen en pie, se retiran la cachucha o sombrero y se toman unos segundos para bendecir los alimentos, después, llega el momento esperado cuando otro grupo de voluntarios empiezan a entregar los platos de comida y bebidas. En ese momento se da un breve silencio por quienes están comiendo.
En el periodo crítico que causó la pandemia por Covid-19, don Felipe se quedó en confinamiento por unos meses y después tuvo que salir a buscar trabajo, sin importar el punto de la ciudad que se tenía que trasladar, ahora que ya recibió la primera dosis contra el coronavirus, la tranquilidad regresó.
“Si es para bien, Dios bendice las cosas que ponen aquí, primeramente, en el nombre de Dios uno y para delante, acordarnos primero de Dios y ya después de las cosas terrenales”, mencionó.
Aunque no se considera como un hombre religioso, las experiencias que ha enfrentado, lo han hecho consciente de la obra de Dios, cuando lo salvó de la muerte y a sus 70 años, dice que se va a bautizar en nombre de él.
EL PADRE SOTO
El encargado del comedor es el padre Miguel Ángel Soto Gaxiola, quien desde hace cinco años ha sumado esfuerzos para alimentar a indigentes, primero a 30-40 personas y ahora a más de 200. Desde hace meses, se dona también comida en mediodía, cuando empezaron a llegar ciudadanos desempleados; también envían 60 platillos a mujeres que acaban de dar a luz y que sus hijos quedaron internados en el Hospital de la Mujer.
En este pequeño comedor de Culiacán, no importa la religión, preferencia sexual, ideologías políticas y de más, solo el interés de nutrir a una persona que lo necesita, con una gratitud inmensa que queda por parte de quienes son beneficiados por un proyecto que ha sido empoderado por la comunidad.
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