Culiacán, Sin.- Jesús Manuel, es un joven que busca salir adelante, después de internarse en un mundo que lo dejó traumado, incluso, sigue en tratamiento después de que abandonó su trabajo: puntero.
Hijo de un padre alcohólico, una madre que a diario salía a trabajar para llevar el sustento a seis hijos, Jesús Manuel, uno de los mayores, terminó con trabajos la secundaria, ya no quiso estudiar con el pretexto de que quería ayudar a su mamá a sacar adelante a la familia.
Relata que empezó como limpia vidrios en los cruceros, sin embargo, quería ganar más dinero y compaginó la venta de utensilios , como espejos, recogedores, sin embargo, seguía inconforme, cuando mucho ganaba cien pesos al día.
“Sentía que esa no era vida, empezaba a las siete de la mañana en el crucero que sube a ciudad universitaria, limpiaba vidrios, vendía lo que podía, a veces, nadie me compraba, otras veces me iba bien con las propinas, cuando me iba bien, y no siempre eran cien pesos, por más de diez horas”, recuerda.
Cuenta que cuando descansaba sentado en una pileta, llegó un “compa”, platicaban, a veces le ofrecía un “cotorro” y así fue pasando el tiempo, se hicieron amigos, le platicó que quería ganar más y él le ofreció meterlo de halcón.
DROGA A LA SEMANA
Asegura que lo llevó con una persona al que le decían “mi líder”, él le explicó de lo que se trataba, el sueldo y una dotación de cristal a la semana “porque aquí siempre va a ver jales”, le prometió.
“Me quería hacer rico, me llegó la oportunidad, un compa me ofreció, un buen trabajo, y me explicó de qué se trataba, primero acepté vigilar el traslado de unos compas, me dieron motocicleta, radio, me entrenaron unos días y me pagaban 200 pesos al día y una dotación de cristal”, señala.
Dice que le adelantaron la semana: mil 600 pesos, a su familia le dio mil pesos y su padre lo felicitó “ya tienes buen jale, ahora me vas a dar para las chelas o te denuncio”, me dijo,” así que le pasaba una feria a diario para que se quedara tranquilo”.
MARCHA ATRÁS
Jesús Manuel señala que se arrepiente de todo, pero que sus tatuajes, le recuerdan cada paso de su vida, a la que califica de inútil.
Recuerda que la ruta que vigilaba era la calle madero, hasta la carretera Sanalona, sin embargo a veces lo movían a otros lugares.
“Éramos como diez halcones, vigilábamos los convoy del ejército, principalmente, me la pasaba a toda madre, la situación siempre estaba en azul –calma-, así duré seis meses, pero quería más, me entusiasmaba ser un día el jefe, pero sabía que para eso, tendía que hacer méritos, no sabía quién era el jefe, mucho menos el coordinador de la región, buscaba de todas formas llegar a él, mi ambición no tenía límites”, recuerda.
“Cuando empecé a ganar dinero, me dio por tatuarme, primero una calavera, luego, un diablo, porque así andaba endiablado, me quería comer el mundo, la adrenalina la traía siempre arriba, recuerdo que una vez nos mandaron vigilar una carga que iba a Hermosillo, un camión cargado de papayas y hierba, nosotros íbamos adelante, abriéndole paso, nos detuvo una patrulla federal, de arriba nos dijeron que le diéramos una clave, que ya no recuerdo, me sentía invisible, cómo nos habríamos paso sin ningún problema”.
Dice que poco a poco se fue adentrando más a las drogas: cristal, marihuanas, heroína, su vició lo hacía soñar en grande.
Dejó de ser puntero para dedicarse al narcomenudeo, ganaba un poco más, pero su deseo de llegar a los jefes, no lo hacía a un lado, al contrario, se obsesionaba más, le llegó la oportunidad, pero no para ser jefe, sino sicario.
Un buen día, el amigo que lo contrató la primera vez le dijo que requerían una persona “con huevos” que no le tenga miedo ni al mismo miedo.
“Así me enrolé, desde el principio fue difícil, llegué con el compa que me contrataba, nos llevaron a la sierra, caminamos como cinco horas para llegar a un campo de entrenamiento, lo primero que me dieron fue un palo de escoba, me dijeron que era el rifle que lo teníamos que cuidar hasta con la vida, porque el arma nunca se descuida, así pasaron como tres meses, era puro entrenamiento, ganaba muy bien”.
ENTRENAMIENTO MORTAL
Narra que lo primero que hicieron fue enseñarlos a aguantar el dolor, los azotaban, caminaban entre clavos todos los días, aprendieron a tirar al blanco a bultos colgados de árboles y ya para lanzarlos a la calle, se agarraron a balazos entre los que estaban en el entrenamiento.
“Murieron dos compañeros -no estoy seguro, pero creo que yo le quité la vida a uno de ellos, es un remordimiento que me persigue-, no conforme con eso, nos pidieron que para templar los nervios, teníamos que usar de blanco a gente en movimiento, así que un día en la madrugada, quise tirarle a un indigente, porque me dijeron que eso hacían los sicarios que empiezan, no pude, me tembló la mano… pensaba que pudiera ser mi padre porque por su alcoholismo está perdido”.
Jesús Manuel señala que en ese momento, decidió dejar todo, abandonar esa vida de perdición que llevaba y lo primero que hizo fue acudir a la Lomita, luego se fue de la ciudad.
EXILIO Y ENCUENTRO
Estuvo vagando, llegó a Tijuana, un sacerdote lo ayudó a cruzar la frontera porque lo andaban buscando y en San Diego empezó su tratamiento de desintoxicación.
“La lucha fue muy dura, eran más de diez años drogándome a diario, decidí cortar con todo, familia, amigos tóxicos, quería empezar una nueva vida, finalmente salí adelante, no podía quedarme en el otro lado porque era indocumentado, regresé a Mazatlán, allá conocí a una buena mujer, vivimos en unión libre, tengo dos hijos a los que amo, por ellos, estoy luchando”.
Ya rehabilitado Jesús Manuel fue agente de ventas, le iba bien, ahora trabaja en súper, gracias a las relaciones que hizo como agente, porque quiere llevar una vida estable para estar cerca de sus hijos, ya que dice que su vida anterior, es un mal sueño, que sólo le ha dejado pesadillas, porque todavía sigue en tratamiento sicológico.
Lee más aquí: