Culiacán, Sin.- Don Jesús Lamberto Escobar rebaja el cabello del último cliente de la mañana. Una radio ameniza con música de otro siglo y una sensación fresca parece serle indiferente al calor de afuera; la peluquería "Escobar" sigue operando después de más de 3 décadas frente a las ruinas de lo que fue el epicentro comercial de la ciudad.
Dos espejos grandes flanquean el cuarto azul, pósters de un Culiacán que solo recuerdan los mayores y pegados por todas partes billetes que perdieron su valor y monedas de otros países; un monumento a la nostalgia histórica.
Jesús era un niño de 12 años cuando decidió aprender el oficio de peluquero, trabajaba de bolero en el negocio de un familiar quien se ofreció a enseñarlo. Las clases eran de la vieja escuela: mira y aprende, si echas a perder; vuelve a intentar.
Comenzó a ganar más dinero y junto a las boleadas de sus trasquilados nuevos clientes, fue juntando dinero para pagarse sus gastos escolares. En medio año dominaba ya las artes estéticas y podía trabajar por su cuenta.
Durante 10 años trabajó por aquí y por allá, su vida seguía pero él había encontrado su oficio. Con 25 años cumplidos tenía los suficientes ahorros para comprar un local y comenzar por su cuenta como peluquero. Así se hizo dueño de la primera peluquería "Escobar" en la esquina de avenida Juan Carrasco y Cristóbal Colón.
Y la vida siguió, los clientes fluían bien, pero Jesús Lamberto había escuchado de una zona más prolífica; más al sur había una creciente económica que tenía fortuna para todos: eran los noventas y con la venta de su primer local, consiguió uno nuevo frente a la Central de Autobuses de Culiacán.
Los clientes se arremolinaban, dice don Jesús. Su nuevo patrimonio le servía a su vez de casa y peluquería, y con una ubicación privilegiada frente a la salida de la Central camionera; tenía un promedio de 60 clientes al día.
"Me faltaban manos para ganar más dinero, tenía 2 empleados y eran 3 sillones en total, y desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la noche no parábamos" asegura, el peluquero.
Una década de fortuna y bonanza lo ayudó a formar una familia, y junto a su mujer y dos hijos pudieron forjar un sólido proyecto de vida. Los niños jugueteaban en el local a la espera del carro de las nieves, y Jesús no podía negarles ese gusto; estaba viviendo en un sueño.
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Los hijos crecieron y tomaron caminos separados del oficio: una dentista y otro prefecto escolar. Lamberto sonríe al recordar sus intentos de adentrarlos en la peluquería como manera de ganarse la vida, pero aceptó la decisión de sus hijos y como siempre; los apoyó.
Llegó el nuevo milenio y una ruina inesperada para la zona. La Central de Autobuses se mudaba hacia el norte, y lo que fue una zona con vida propia se convertiría en restos estériles de un Culiacán ya extinto.
Jesús Lamberto resistió y lo sigue haciendo. 20 años de continuar contra las probabilidades y estadísticas, sus ojos han visto perecer sus vecinos negocios a causa del olvido económico del lugar y se dice afortunado por tener un patrimonio de respaldo.
La ruptura económica de la zona no logró apaciguar sus ánimos de trabajar, una pandemia; tampoco. Durante la cuarentena continuó trabajando a media cortina y con las debidas protecciones.
Ahora ya no son 60 clientes, ni tampoco 3 sillones. El aroma cálido del siglo pasado continúa ahí, la sensación de viajar en el tiempo al sentarte en el sillón de corte no tiene precio. El peluquero de 78 años continúa con su mano firme cortando el cabello de sus clientes fieles y acumulando historias en una ciudad que se empeña en acabar con sus tradiciones.
La peluquería "Escobar" es el testimonio viviente del paso del tiempo por Culiacán, un tesoro histórico que nos recuerda que nada superficial es para siempre; solo la voluntad y perseverancia logran trascender la hostilidad de la vida.
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