Culiacán, Sin.- Sin las clases presenciales, la motivación de haber entrado a la preparatoria se perdió para Alberto, cuando las materias empezaron a ser aburridas y la comodidad de moverse de la cama a la silla para jugar videojuegos fue más atractivo para pasar la pandemia.
A principios del ciclo escolar, su madre, Marlene priorizó el pago del internet para que su hijo no quedara rezagado en sus estudios, pero los cambios de humor que llegan en la adolescencia y la falta de socializar con amigos, causaron, en Alberto que se encerrara en su propio mundo, cambiara su estilo de vida y se volviera grosero hacía sus padres y hermano, lo que prendió las alertas de su madre para buscar ayuda profesional en salud mental.
Por respeto a la privacidad y proceso terapéutico del menor de edad y de su madre, en la historia se utilizará otro nombre para referirnos a ellos. Fue en la mitad del primer ciclo escolar que se iniciaba a distancia por la pandemia, cuando el joven tomó la decisión de dejar de estudiar y aunque Marlene le pidió ayuda al director para que convenciera a Alberto de permanecer, este solo le dio la espalda.
“Me dijo mire, si ya no piensa venir, venga por los papeles para darlo de baja, me dijo, y yo, ah ok, está muy bien director, entonces yo me salí del grupo de la prepa inmediatamente”, recordó.
Sin la preocupación de la escuela, el gusto de Alberto para permanecer en su zona de confort fue en aumento. Por la noche jugaba videojuegos y por el día dormía hasta las 4:00 de la tarde, si su hermano quería que le explicara algo que no comprendía del todo, él explotaba, al igual que cuando Marlene le pedía hacer un mandado.
“Yo lo veía a él muy encerrado, no platicaba con nadie, nada más metido en la televisión, lo que es el juego, de hecho, como que se le quitaron las ganas de estudiar y a mí me preocupaba, porque ya ve que hay mucho accidente cuando los niños están solos o se sienten solos, se hacen daño y yo no quería eso para mi hijo”, reconoció la señora.
Bajo una densa nube negra que nublaba el ver las cosas de manera positiva, Alberto solo respondía “ya no quiero estudiar, es algo que me aburre, es algo que ya no quiero hacer” y cada vez que Marlene intentaba alentarlo con que con una mayor preparación podrá tener un trabajo mejor remunerado, no lograba captar su interés.
Ajena al trabajo del Centro de Integración Juvenil (CIJ), pero segura de que no iba a permitir que la salud mental de su hijo empeorara, Marlene decidió confesarle su situación a una amiga por el temor que tenía a que Alberto se hiciera daño, un problema que cada vez ha sido más frecuente en los jóvenes. En ese momento, su confidente le agendó una cita con el director de la institución, Manuel Velázquez.
“No estoy loco”, fue la respuesta que el menor le dio a su madre el día que le dijo que iba a empezar a ir terapia, a regañadientes lo convenció y por dos semanas, la negativa de ir a las sesiones no cesaba. Fue después del tercer encuentro con su terapeuta cuando Alberto empezó a procurar las terapias de los martes y desde hace tres meses, su perspectiva de la vida se ha transformado.
“Yo le vi mucho cambio en el ya, o sea, yo le veo que ya no tiene el carácter que tenía, era un carácter fuerte y yo por eso más decidí llevarlo, porque no respetaba por ejemplo al niño más pequeño, le gritaba, lo insultaba y dije, esto no está bien”, explicó.
En ese momento de incertidumbre, Marlene recodaba cuando Alberto salía con sus amigos de la escuela y se mostraba más abierto para estudiar y aunque, quizás en ese momento su hijo empezaba a tener algún cambio en su salud mental, como madre no se percataba.
“Ahorita por la pandemia no hay amigos, como que todos los niños se aislaron a lo suyo”, reflexionó, al mismo tiempo que recordaba también que Alberto se había graduado de la secundaria porque los maestros “pasaron a todos los alumnos”, no por su esfuerzo de salir con buenas calificaciones.
Todo esto ahora es un recuerdo más para la familia, por el gran cambio que Alberto tiene en su comportamiento. Al salir de su zona de confort, ya acepta de buena manera los mandados que le pide su mamá y la convivencia con su hermano y padres.
Las sorpresas que la terapia ha traído para Marlene y que no esperaba que sucedieran tan pronto, fue que Alberto se “abriera” con ella para contarle sobre sus emociones y llegara a abrazarla como cuando era un niño.
“Yo lo veo con otra apariencia, ya no es su misma cara que tenía, ya no es la misma, tiene una sonrisa más, los ojos se le ven diferentes, primero se le veía ojo de enojón, así serio sin voltear a ver a nadie y ahora no, ahora él ha cambiado en ese aspecto”, celebró.
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Las terapias están funcionando para el menor de edad, quien ya ha retomado comunicación con amigos y aunque todavía no se decide por regresar la escuela, su madre no pierde la esperanza de que, con el trabajo de la especialista, las clases volverán a ser una opción para su hijo.
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