Sinaloa, Municipio. - ¡Puras raicesitas…y una liebre cuando se puede! exclama doña Gertrudis al dar a conocer el menú, mientras afanosamente con un palo y sus manos callosas saca raíces para alimentar a sus cinco hijos.
La falta de apoyos, de empleos y lo agreste del lugar donde vive un puñado de seres humanos, a veces se alimentan de raíces, de animales que cazan, cochis jabalí, conejos, liebres, y de algunas plantas silvestres, porque hasta la naturaleza los tiene olvidados y la sequía hace de las suyas.
Los Taramuris –grupo étnico que se desprendió de los Tarahumaras-, están asentados en la sierra de Sinaloa, cerca de Cuitaboca y otros en San José de Gracia, se niegan a desaparecer.
El hambre galopa en la sierra de Sinaloa, allá donde los gobiernos lo han llamado pomposamente Triángulo Dorado -la tierra sagrada del narcotráfico-, los Taramuris mueren lentamente de inanición, esperando la ayuda, porque Prospera la dejó de suministrar la Cuarta Transformación y que muy en ello se vanaglorian de decir “primero los pobres”.
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Los siervos de la nación, -emisarios de López Obrador que realizan el Censo de Bienestar-, nunca se han parado por estos lugares. El camino es intrincado. Para llegar a ese lugar saliendo de Sinaloa municipio, se hacen cerca de tres horas, pese a que está a unos cuantos kilómetros.
En un vehículo de doble tracción se recorre una carretera de dos carriles que a veces se vuelve de uno, por las piedras –lajas picudas-, y que constantemente caen al desgajarse los cerros, lo que provoca que en ocasiones se incomuniquen esas comunidades, entre ellas la de Tastes, Cañada Verde, Cuitaboca.
En Cuitaboca se gotean las casitas de cuatro paredes de carrizo o adobes con techo de plástico, trapos sostenidos con mecates o lámina negra, son los hogares de la gran mayoría de los Taramuris y de los que fueron desplazados por la violencia y que bajaron de más arriba de la sierra, ahora, viven en las colinas de los cerros. Algunas casas, pocas, han levantado sus muros por la ayuda del gobierno del Estado.
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Las humildes chozas con pisos de tierra y su menaje son una tarima, algunas cobijas, una hornilla, una mesa desvencijada, trastes y cartones con ropa. Las familias numerosas duermen en petates, hacinados.
La tierra agreste, todavía no se ven los hombres sembrando a piquete, porque no tienen utensilios de labranza.
Muchos de los Taramuris andan descalzos, otros como pueden, se calzan con pedazos de llantas, o se amarran chanclas viejas, aunque no sean iguales.
Prospera en su calidad de órgano desconcentrado, tenía para este año 20 mil 691 millones de pesos del presupuesto que llegaba a las comunidades más necesitadas, como Tastes, pero de un plumazo López Obrador desapareció este programa, perjudicando a esos seres humanos que ahora buscan entre los cerros raíces para alimentarse.
Otro apoyo que quitó el gobierno federal es el empleo temporal, les llegaba un recurso que a la vez mejoraban los caminos y resolvían su situación económica
Si bien es cierto que el gobierno del Estado a través de SEDESO, sube a esos lugares intrincados en la serranía, los esfuerzos, son grandes, pero no alcanza el presupuesto.
“A veces nos traen la despensita, pero no alcanza, los médicos vienen de vez en cuando”, lamentan.
Prospera le llegaba a la gente más necesitada vía alimentación, salud y educación; sin embargo, ahora ni alimentación, mucho menos la famosa beca Benito Juárez.
“Antes teníamos la ayudita de Prospera, pero que llegaron los malos y desde entonces todo se acabó. Ya hace meses que nada de eso se ve por acá, “en veces”, nos llega una despensa, pero no es igual, necesitamos a Prospera, nos daba mucho gusto cuando nos avisaban que fuéramos a la cabecera municipal a recoger la ayudita, igual nos brindaban apoyos de salud, pero ahora, ni jais del Prospera”, comenta doña Gertrudis.
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Si uno de estos indígenas sinaloenses se enferma, es un calvario llegar al centro de salud más cercano, piden raite o a lomo de caballo, lo importante, señala doña Gertrudis, es “no estirar la pata”.
Doña Gertrudis es una indígena menudita, con una anemia que apenas puede con ella, “me siento mal por las “priocupaciones” al no tener ni qué darle de comer a mis “tohuis” -niños-.
Ella dice tener 35 años, pero parece una señora de 50 o más, le faltan los dientes de enfrente, está enferma, dice que la gente ya se está acabando las chichimos –ardillas-, porque no hay qué comer.
Parir es otra historia, cuenta doña Gertrudis que ella, al igual que otras mujeres, parió a su Tohuis en medio del monte.
Al sentir que se aproxima su alumbramiento, se retiraban a un lugar apartado, primero porque los doctores no llegan a esos lugares, ella vivía más arriba de Cuitaboca donde de plano no hay caminos, luego “porque nos daba vergüenza” dar a luz en presencia de otras personas.
Recuerda que la última vez – su último de cinco hijos tiene seis años-, se amarró una cuerda en la cintura y parió sentada, agarrándose de la rama más alta de un árbol.
Así mientras López Obrador acaba con programas para “acabar con los corruptos”, acá en la sierra de Sinaloa, la gente, principalmente los indígenas que nada tienen que ver con la política, están viviendo el peor momento de hace muchos años “andamos “jajando” de hambre, antes con el Prospera, por lo menos teníamos los frijolitos y el maicito, ahora, hasta las liebres nos tienen miedo…”, lamentan.
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