Navolato, Sin. -Cuando la luna dibuja un cuarto creciente sobre el mar, a fines de septiembre, pequeñas lanchas zarpan de la bahía de Altata. Es en el amanecer cuando cada hombre echa andar su panga a 10 kilómetros del muelle.
Esperanzados, lanzan su atarraya a las mareas atraías por el satélite natural, que augura buena pesca de producto. Esta temporada es distinta, Jesús y sus compañeros de la cooperativa se aferran al trabajo del mar, como el sol a su piel tostada. A los 11 años comprendió que cuando la luna estaba saliendo del cuarto creciente, era hora de entregarse al mar, para llevar de comer a su hogar.
“Ya tengo 43 años trabajando en el mar. Todo lo que sé de la luna y el producto lo aprendí de mi papá, porque yo miraba que el trabajo se le ponía difícil y el darnos de comer a 10 hijos. Por eso decidí ayudarle”, dice Jesús Ramón Rivera, mientras la proa de la panga deja el puerto atrás.
La Bahía de Altata es compartida por otros campos pesqueros que asoman a la vista: El Tetuán, Las Aguamitas y El Castillo. Esta semana zarparon decenas de lanchas en pos del camarón.
Jesús cuenta que, a pesar de ser navegante, nunca aprendió a nadar. Eso sí, estas bahías le han proveído el sustento para él y sus hijos. Ellos prefirieron no seguir en este oficio. “El mar no es para todos”, refiere mientras mueve la manivela del motor fuera de borda.
“Mis hijos ya están grandes, uno trabaja en tienda como repartidores en Nuevo Altata y otro está en Tijuana. Ellos vieron que en la pesca no había futuro y yo les dije que le buscaran, ellos ya están grandes, ellos sabrán qué van a hacer”, asegura.
Jesús ha cambiado su puesto y ahora, de ser un pescador, se ha convertido en el vigilante de la cooperativa “Unión de Pescadores de Altata”. Esta temporada es distinta a las otras, pues por la pandemia retrasó los permisos, el dinero fluyó menos y los motores estuvieron apenas listos a tiempo.
Sin embargo, el optimismo no desfallece:
“Esperemos que sea una buena temporada. Días anteriores no detectábamos producto, cuando uno recorre en panga con motor, los camarones empiezan a brincar. Esperemos que haya producción, porque tanto esperar y que no haya resultados”.
VOCACIÓN
Jesús empezó su vida de pescador en el campo Las Arenitas, ubicado en la sindicatura de Eldorado, a una hora en lancha. Pero desde hace 14 años, luego de separarse de su esposa, fue adoptado por el municipio de Navolato y una hija que lo invitó.
Véngase, papá, para que no esté tan solo allá.
Jesús
El hombre relata que cuando se acaba la zafra, la cual dura seis meses, se van a pescar al estero. Lo hacen con anzuelos para sacar peces que le ayudarán a sobrevivir unos meses más. No pescan en la bahía para respetar la veda.
Sin embargo, con el Covid-19, aunque pescaran en otras aguas, no había a quien venderle el producto pescado.
Aunque el reto, esta vez, va más allá de obtener una cantidad mayor a 80 toneladas de camarón, Jesús sostiene que no dejaría el mar.
“Todo el tiempo hemos tenido esperanza y fe, trabajando en lo mismo para sacar el sustento de nuestra familia y salir adelante. Además, a esta edad, ya no hay donde trabajar en tierra”, comenta.
Para él no hay dificultad de trabajar en este oficio, porque está la naturaleza de su formación y su piel se ha acostumbradlo tanto a la sal, que no se percibe a él mismo sosteniendo otra herramienta que no sea una atarraya.
PAGAR DEUDAS
Pero dejando de lado los astros y la vocación, más allá de la fe, los pescadores son conscientes que este año deben saldar las cuentas o no habrá cheque para ellos.
“Conseguimos créditos con base al producto y lo vamos pagando a como se va vendiendo, si no sale nada, pues no vamos a pagar, nomás a abonarles poquito a las cuentas y ahí quedamos encharcados con deudas”, explica Jesús.
“Cada panga se lleva 3 mil pesos por tanque lleno de diesel, ¿imagínese que nomás se saque para la gasolina? ¿Dónde queda el que trabaja? Pues no va a ganar nada, no va a llevar a su familia nada”.
Aunque la actitud de los pescadores es positiva, la realidad es que se encuentran flotando en un mar de incertidumbre, pues el panorama les obliga a esforzarse el doble para poder llegar a doblar la meta del 2019: 80 toneladas de producto.
Además de la pandemia, los apoyos por parte del gobierno federal fueron casi eliminados. El único recurso federal que se dispersó entre los pescadores, fue el de Bienpesca, que constó de apoyos de 7 mil 100 pesos en el mes de mayo.
“El gobierno federal no nos ha apoyado. Fíjese, votamos por un cambio y nos quitaron los apoyos. Ya sabemos por qué partido no votar. En cambio, el gobierno del estado, sí nos ha ayudado con diésel y con motores para las pangas”, asegura Jesús.
Relata que, si el motor de una lancha se descompone, tiene un costo de hasta 20 mil pesos. Este año tuvieron que conseguir prestado para echarse a la bahía en pos del preciado camarón.
OTRO VETERANO
Juan Diego Medina Inzunza, presidente de la Cooperativa Puerto de Altata, expone que, al haberse detenido la economía y por ende la actividad turística, miles de pesos fueron perdidos, así como algunas actividades administrativas que causaron el retraso de permisos para salir a pescar.
Sin embargo, esto no preocupa a los colaboradores como lo hace el qué pasará si no se logra una buena temporada, o bien, si en la nueva manera de operar, el producto se pierde o llega a quedarse sin certificación de calidad.
El trabajo del mar cansa, así que después de muchas horas en el agua, el colaborador llega a la cooperativa y lo reciben mujeres para limpiar el producto y que este no se pierda.
Juan Diego
Normalmente, en los días de zafra, la rutina es la siguiente: desde las 4:00 horas, las mujeres de los pescadores comienzan a preparar el alimento que acompañará la jornada de sus hombres.
Antes del amanecer, salen las pangas y antes del atardecer, regresan al muelle donde las “descabezadoras” estarán aguardando el motín marítimo para limpiarlo y posteriormente congelarlo.
Además de recibir el camarón, algunas mujeres son parte de las actividades administrativas.
“La cooperativa se llena, hay hasta doscientas gentes. No cabemos. Pero con esto del Covid-19, debemos tener menos de la mitad de las personas que vienen a trabajar y, aparte, cambiar la manera de trabajar. Las mujeres que limpian el camarón deberán usar guantes, porque creemos que el uso de gel antibacterial podría afectar la calidad del producto”, indica.
El líder de la cooperativa, comenta que, cuando la gente se entera que la zafra camaronera ha comenzado, mucha gente de fuera del municipio acude a comprar el camarón fresco. Pero ahora, prevé que no será así.
LA NUEVA NORMALIDAD
No sólo en la fiesta que era la cooperativa las cosas serán distintas, pues Jesús Rivera dijo que, ahora, “con eso de la sana distancia”, ya no podrán salir por equipos en las pangas.
Antes salían tres por panga, ahora solo debe ser uno o dos y de lejitos. Claro, con todas las medidas de sanidad.
Juan Diego
Además, los compradores de otros estados, como Baja California o Chihuahua, pueden no asistir a surtirse de producto.
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“Los compradores ya piensan que no les convienen venir hasta acá por el poquito producto que va a salir. Generalmente vienen con hieleras para llevarse kilos de camarón y venderlos en otras partes del estado o México. Ahorita, con los trabajos que hagamos y cómo nos observe Protección Civil, podríamos incluir o no, este panorama porque, la prioridad ahora es tener sana distancia. Si no cumplimos, nos detienen”, expone.
Juan Diego sentenció que vigilarán el evitar aglomeraciones durante la jornada en la cooperativa, pues lo último que desean es que se les cancele el trabajo.
“Ahorita la meta principal es recuperar la economía que hemos perdido. Si la venta no es muy buena que digamos, pero es como la del año pasado, con eso. Con 80 toneladas, con que haya esa cantidad de producto, pasamos al otro lado”, declara.
LA HERENCIA DE JUAN DIEGO
Al igual que Jesús, empezó en la pesca por su padre. A los 19 años zarpaba con él y aprendió de lunas y mareas, de modo que, a donde miraba al agua, seguro picaban algo.
El camarón es un producto que todos los días tiene los comederos a la misma hora. Por eso debes saber de sus horarios, de las mareas y la luna.
Juan Diego
Cuando la luna está en cuarto menguante, la quietud que le produce al mar, genera que los pescadores tomen el producto al paso de la corriente natural, como si fuera un movimiento natural avanzar sobre el agua e ir recolectando camarones en la atarraya.
Toda la vida del padre de Juan Diego, la pasó en el mar. Aprendió a escuchar y sentir lo que las aguas susurran cuando golpean la panga.
“Cuando había mal tiempo ya sobre la marcha, mi papá aconsejaba quedarse varado, para no correr peligro y ya me tocó estar varado hasta cinco horas. Una vez, que buscábamos tiburón, a 100 kilómetros de acá, nos agarró mal clima. Una tormenta: vientos y aguas fuertes. Nos tuvimos que dejar venir a proa. Lo logramos, regresamos con bien”, recuerda.
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