Culiacán, Sin. - Eran mujeres, todas. De morado, de verde o de rosa, pero todas firmes, valientes y llenas de euforia. La esquina de la Obregón y Juárez comenzó a ser un caos, gritos y pancartas imperaban en el ambiente. Al fondo, un edificio blanco y obsoleto, de todos menos del pueblo; ahí donde el de los baches y balaceras tiene su trono de cartón.
Caras conocidas y desconocidas de mujeres luchadoras; las buscadoras, las que se cansaron de llorar y comenzaron a escarbar, adolecentes con pañuelos verdes y ojos llorosos, un cóctel de variedad femenina que desbordada energía y sed de justicia.
Es raro ver puro hombre trabajando, susurraba, el conglomerado. Es que si, puro fotógrafo y reportero, una que otra mujer que por la obligación profesional de un patrón insensato tuvo que ir a trabajar, eso sí, con el pañuelo morado de protesta.
La cita era a las diez de la mañana pero eran las nueve y media y ya estaban casi todas, listas y preparadas. Algunas discretas, otras retadoras pero con el mismo fin. Las cartulinas blancas rezaban mensajes dolorosos, no eran escritos en automático, sino del corazón.
Una organización precisa colocó a las más de tres mil mujeres en bloques y así salieron rumbo al otro palacio apócrifo de autoridad y justicia; el del #Quirino, el influencer de Twitter. Sí, el gobernador de las encuestas y los informes inflados.
"Pónganse a trabajar, huevonas. Nomas pa'cer el ridículo sirven... ¡quieranse!" gritó desde la banqueta una señora de cuarenta y tantos, llena de odio e ignorancia.
Una niña que traía una máscara del presidente de un México que no existe; el de la rifa y los gansos. Le gritó a la señora: que lo hacía por las muertas y desaparecidas, por ella y sus hijas. La mujer se río y le mentó la madre; un espejo de Culiacán y su idiosincrasia apática.
La marcha seguía, sorteando gritos de hombres y mujeres que prefieren la comodidad de la injusticia a salir y gritar por su vida. Algunas de las marchantes dejaban caer lágrimas de impotencia y rabia, porque nadie sabe la lucha interna que libra cada una. Cargar una foto de mil kilos con el rostro de una hermana que fue violada y asesinada. Una estaca en el corazón desde que llegó el mensaje de su hija, que decía que la venían siguiendo y después; nada.
Siluetas ligeras y sencillas dibujaban sombras en la explanada del palacio de gobierno, ecos de gritos trágicamente memorizados por niñas que no deberían sufrir por ser mujeres. Al fondo; risas y carcajadas de hombres sin rostro, burócratas al servicio del sistema, que bajo su simulado privilegio se toman la libertad de emitir juicios sumarios ante la urgente necesidad salir a gritar y quemar todo por las mujeres.
En el sitio, a la vista de los que se asomaron a grabar. Unos por respeto, otros para presumir en sus redes que reírse de una marcha es cuestión de estatus y de superioridad. Ahí las mujeres tomaron el megáfono y gritaron más; por justicia... por todo y por nada, porque el cansancio de verse ignoradas les duele.
Pintaron las paredes de rojo carmín, rayaron el suelo con siluetas de mujeres asesinadas, se quedaban cortan ante el dolor que supuraban sus poros. Cantaron y tocaron la guitarra, pero los hombres seguían riendo; es que esas no son las formas, decían, en silencio porque los cobardes siempre son anónimos. Al final las formas no son la molestia, en el fondo de la lucha
En otro punto de la ciudad, un grupo de mujeres era asediado por policías municipales: andaban vandalizando, dijeron los oficiales. Las intentaron detener, las intentaron disuadir pero el fuego de la lucha no se apaga. Aruñones y moretones pero nada más. Las chicas siguieron su camino y los uniformados, muertos de impotencia solo las escoltaron, vigilantes como perros de presa.
Muchas historias metidas en pancartas y cartulinas, lágrimas que marcan el camino de las que no están ni muertas ni vivas. Un dolor que vale más que todas las estatuas del mundo, que pesa más que todos los monumentos rayados y quemados.
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Alguien de la multitud preguntó: ¿para que hacer vandalismo? que protestesten y ya.
La respuesta está en el aire, está en la cobija donde fue encontrada aquella muchacha en un canal, está en Fátima, en Michelle y en Mariana. En todas las mujeres asesinadas, desaparecidas, violadas y acosadas. En las niñas que fueron abusadas y 50 años después rompen el silencio al ver que sus nietas salen a gritar: que arda Culiacán, dicen. Que arda México.
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