Culiacán, Sin.- Jesús Miguel Rangel Leyva, es un papá soltero que sufrió los efectos del Covid-19, y que hoy, después de tres meses de haberse sentido al borde de la muerte, puede contar con cierta dificultad porque todavía le cuesta trabajo respirar.
“Gracias a Dios, a mis dos querubines, a los doctores, a las enfermeras y al seguro social, puedo festejar el día del padre”, narra.
Fueron sus hijos quienes nunca lo abandonaron y siempre lo apoyaron, Rubén de trece años y Jesusa de diez años, trabajaban en la calle para poder comprar algunos medicamentos sin que su padre supiera, además, con el apoyo de su hermano que está en Estados Unidos, su padre pudo librar el virus.
Jesús, al igual que cientos de padres de familia en Sinaloa -con la diferencia de que él está convaleciente-, festejó su día en compañía de sus hijos, por la mañana, los niños le compraron un pequeño pastel, desayunaron tamales, jugo y café.
El padre orgulloso trata de hablar de la gran bendición que tiene al tener a sus hijos con él, después de haber peleado por su custodia.
A Jesús aun se le ve demacrado, delgado, el pelo se le cayó, y asegura que también los dientes se le están aflojando; “me siento mal, me da vergüenza que me vean así mis amigos, pero estoy vivo y el físico como quiera lo recupero”, señala.
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Nunca se casó con la madre de sus hijos; a diario salía a trabajar en un centro nocturno, era barman y asegura que su mujer lo engañó, lo pudo probar y logró la custodia, desde entonces, se ha dedicado en cuerpo y alma a cuidar a los niños.
Asegura que el miedo más grande que tuvo durante la enfermedad fue perder la vida y dejar abandonados a sus hijos, porque la única familia que tiene es su hermano que vive en Estados Unidos y que todavía está luchando por tener la residencia.
“Fueron días muy pesados. Un día amanecí muy cansado, pensaba que era porque había tenido mucho trabajo un día anterior, por la tarde me empezó a doler la cabeza. Pensé que era una gripe, pero a la vez, tenía desconfianza, por eso, preferí no ir al trabajo, no fuera a ser Covid y fuera a contagiar a mis compañeros”.
Recordó que por la madrugada empezó a sentir calentura y mucho dolor de garganta.
“Eso ya no me gustó, total, me recogí, no quería que mis hijos se acercaran, ellos dormían en el cuarto de la niña, porque antes Rubén estaba en mi recamara, finalmente me empezó a faltar el aire, situación que ya no aguante y gracias a un compañero de trabajo que me trasladó al Seguro y la buena suerte que me recibieron, empecé a luchar con esta enfermedad”.
Salió adelante porque nunca se dejó vencer, ya que asegura que es el miedo el que mata, no tanto la enfermedad.
“Yo veía a la gente que estaba hospitalizada, estaba asustada, por eso se morían, si le ganas al miedo, ya la hiciste, mis hijos siempre estuvieron en mi mente, por ellos, lo estoy contando, porque a veces sentía que ya no podía y es que yo me traté ya muy tarde”, lamenta.
Rubén estudia primero de secundaria, dice que él iba todos los días a preguntar cómo estaba y una enfermera le daba razón, porque por ser menor de edad y estar en una zona aislada era imposible verlo.
“Un día la enfermera me pidió el número de mi celular, porque me iba hacer una video llamada. Le pedí que no nos dejará, que nosotros nos íbamos a portar bien, que yo iba a cuidar a la Jesusa, y sí, a veces, la llevaba conmigo a vender nopales y verdura por las colonias, nos va bien y así hemos podido ayudar a mi papá”.
Ahora que están festejando el día del padre, con una picardía infantil festinan: “a mi apá lo dejó bien feo el virus, pero así lo queremos, se va a reponer, le estamos dando mucha agua de alfalfa”.
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