Culiacán, Sin.- Un desmayo que aparentemente llegó de la nada, llevó a Elizabeth Quiroz permanecer internada por tres meses por un cuadro grave de Covid-19 y aunque tenía que permanecer en la seguridad de su hogar, el hambre la orilló a salir de nueva cuenta a vender desayunos en el centro de Culiacán.
Cuando el coronavirus tenía apenas dos meses de haber llegado a Sinaloa, la señora Elizabeth de 48 años, tenía su puesto ambulante de burritos, tortas y sándwiches como su único sustento económico, con los mejores cuidados de higiene que podía tener en las inmediaciones de una oficina.
Pero una vez que el coronavirus tomó fuerza en Culiacán, se convirtió en una víctima más y para su sorpresa, no hubo señales que le indicaran la enfermedad, solo un desmayo repentino causado por una saturación baja de oxígeno.
En ese momento, el tener un familiar que ejerce como médico en el Hospital Ángeles, fue la salvación para Elizabeth por tener un espacio y una atención de calidad en un nosocomio que ella misma reconoce no hubiera podido solventar económicamente y que por esto posiblemente no seguiría con vida.
Después de tres meses de pasar el día y la noche encerrada en un hospital, mientras pasaba el periodo más crítico de la pandemia por el elevado número de contagios y muertes a causa del coronavirus, la opción de regresar a trabajar no era factible por las secuelas de la enfermedad.
Hasta que la crisis económica no le dejó más que salir de su casa y regresar al centro de Culiacán a vender sus desayunos caseros, volver a la rutina de despertar a las cuatro de la mañana para hacer primero las tortillas de harina, luego los guisos, sándwiches, tortas y agua de piña y jamaica.
“Yo le doy gracias a Dios porque de hecho yo me enfermé de covid-19, el segundo mes de eso y si me vi muy mal, muy grave, pero le doy gracias a Dios que estoy bien ya y que tengo otra vez ánimo y fuerza de trabajar y salir adelante y lo más importante que es la salud y estar bien”, reconoció.
Al principio la idea no era tentadora para su esposo y su madre de 89 años, por los riesgos de volver a contagiarse, pero Elizabeth convencida en que cuenta con la salud y la energía para trabajar y hace una semana volvió a sacar sus dos hieleras con comida.
La necesidad lo hace a uno, aunque uno no quiera tiene que salir a trabajar porque la comida no la regalan.
Elizabeth Quiroz
Hace 11 años, Elizabeth llegó con su mamá a la calle Rosales, entre avenida Álvaro Obregón y Ruperto Paliza, con un par de hieleras para vender esos desayunos caseros y exprés que cientos de personas compran “en una carrerita” antes de entrar a trabajar o ir a la escuela.
En ese entonces, el motivo de convertirse en una vendedora ambulante era similar al de ahora en medio de la pandemia, la necesidad de conseguir unos cuantos pesos para comprar alimentos, pagar deudas y, sobre todo, cubrir los gastos médicos de su padre que padecía cáncer.
Ahora el panorama es totalmente diferente a los años cuando en ese tramo del primer cuadro de la ciudad cientos de personas transitaban y por las mañanas, la vendedora ambulante solo ve unos cuantos ciudadanos y quienes eran sus clientes frecuentes ya no pasan por el lugar.
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“Ah de cuenta que volví a iniciar otra vez, porque ya ve que muchas partes han cerrado, mucha gente casi no viene, aquí los muchachos del cat Coppel son poquitos, pero gracias a Dios que ya empecé a vender otra vez, porque la economía está muy mal y aparte las deudas hay que pagarlas”, indicó.
De 8:00 a 12:00 horas, trata vender toda su mercancía del día: entre 10 y 15 burritos de machaca, chicharrón y todo lo que pueda hacer; 15 tortas y 10 sándwiches, cada uno empaquetado para una mayor higiene.
“No traemos mucho, es poco y lo poquito que traemos nos conformamos con venderlo y lo que nos quede, porque es comida y la comida no se puede vender otro día, tiene que ser nueva todos los días”, señaló.
En su día a día, las horas transcurren lento, son en esos momentos en los que inicia a hacer oración, pidiendo a Dios tener una recuperación en su economía y mantener un buen estado de salud como hasta ahora.
“Sí se desespera uno la verdad, sí hay desesperación, porque hay muchas necesidades en casa, hay que pagar agua, luz, todo y si no hay dinero te entra la desesperación y por eso es lo que hace a uno buscar la manera de salir adelante”, precisó.
Elizabeth sabe que su única opción es adaptarse a su nueva normalidad, aprender a convivir con el coronavirus y buscar todas las alternativas posibles para seguir trabajando, por su bienestar propio y el de su familia.
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