Culiacán, Sin. ¡Ya que otra cosa nos queda…!, dice Alberto Pérez, un muchacho que apenas se acerca a los 20 años, pero que sus sueños e ilusiones se los truncó el Covid-19. Pensaba estudiar gastronomía, ahora, sólo busca llegar al norte para rehacer su vida.
Con una mochila raída donde dice sólo lleva recuerdos y dolor, está listo para saltar un vagón del tren que lo lleve a cualquier lugar, porque en Sinaloa ya nada tiene que hacer, perdió a su familia a causa del Covid-19 y después de salir de ésta enfermedad, ya no le dieron su trabajo en una tienda de conveniencia.
Lamentablemente no es el único que está huyendo de la miseria, él mismo cuenta que en el tren carguero que tomaría, vienen de otras partes del país.
Vienen compas de Jalisco, Michoacán y de Puebla, porque al igual que yo, perdieron su trabajo a causa de la pandemia, aunque también vienen de Guatemala y Honduras, pero son los menos
Alberto
El tren carguero ya tiene tres días en Culiacán, de un momento a otro continuará su travesía al norte del país, mientras, los trampas se dedican a pedir en los cruceros ayuda para continuar con sus sueños.
La pandemia, en lugar de haber disminuido el flujo de migrantes, lo ha aumentado, “los techos de los vagones se saturan al momento de la partida”, explica Alberto..
ÉXODO
Como hormigas, agarrados de donde pueden, los trampas se aferran a los barrotes y a sus sueños que ni los robos, agresiones y asesinatos a los migrantes que tratan de llegar a Estados Unidos fracturan sus ilusiones.
Todos hacinados, sin guardar la sana distancia, mucho menos cubrebocas, y no se diga el lavado de manos está en su mente. A pesar de todo, muchos centroamericanos y mexicanos se arriesgan a cruzar un país al que muchos ven como una trampa mortal.
El oscurecer refleja en las nubes que cubren el cielo de Culiacán, y el tren que va hacia el norte no se decide aún a pasar.
Son casi las siete de la noche y en las vías a la altura del puente negro, los “trampas”, están nerviosos. Varias veces el ojo relumbrante de la locomotora asomó en la lejanía, emitió un lúgubre rugido que se pierde en el tráfago de la ciudad. Parece que los espía, que quiere hacerles una mala jugada…se burla de ellos.
También lee: “No hemos vuelto, los maleantes sí”: Desplazados de Bagrecitos
La espera ha sido larga, pero nada de eso, los desanima.
Alberto come un pedazo de pan con aguacate, otros dos compañeros, un poblano y un salvadoreño se hicieron sus amigos, se cuidan, porque saben que en la travesía pueden pasar muchas cosas.
“Todos los días es así, nos cuidamos, hay pleitos, tratan de robarnos, pero como te digo ya que otra cosa nos queda más que hacerle frente a los asaltantes nomás están esperando una ocasión para robar a un trampa, a mí me arrebataron mi mochila, me robaron un celular, 400 pesos y me golpearon en Mazatlán”, lamenta.
INCERTIDUMBRE
Alberto vivía en Culiacán con sus abuelos, pero en abril murieron de Covid, él también se contagió, pero salió adelante, al presentarse a trabajar le dijeron que habían desocupado a varios, ya sin nada que lo atara a la tierra que lo vio nacer, se fue a Mazatlán en busca de empleo, pero no lo logró, hasta que se encontró al Hondureño y lo invitó a ese viaje incierto.
“No sé qué va a pasar, yo estoy como los otros trampas, no sabemos que hay más adelante, bueno, sí sé, nos espera el Covid, los secuestradores, los asaltantes, pero a lo mejor más adelante la vida nos cambia y podamos entrar a gringolandia, ahí voy a buscar trabajar en un restaurante y un día sea un chef famoso”, dice mientras su amigo, lo chotea.
¡Por soñar no te cobran güey! Contesta.
“Estamos locos”, explica José, el poblano de ojos felinos. “Yo le tengo miedo al tren, cuando me trepo nomás pienso en la guadalupana, cierro los ojos, pero hay compas que se meten de todo, por eso después se cortan un brazo, una pierna, o mueren aplastados”.
Dice que él también perdió su trabajo, trató de emplearse en su estado, luego viajo de trampa a la capital del país,
“La competencia es mucha porque hay un chingo de desempleados y pos no hay de otra. Si logro pasar del otro lado, bien, si no me quedaré en algún lugar del norte. Ya no importa el destino sino tener trabajo”, señala.
Para él ser trampa, más que una necesidad, ya se está convirtiendo en un estilo de vida “ya le estoy agarrando a esto, si no te va bien, pos buscas otro lugar y así nos la vamos pasando”.
Ellos aseguran que no se cuidan de la pandemia, porque “uno se acostumbra a todo y como que el virus ya es parte de nuestros enemigos como es el calor, el estrés, el cansancio por irte agarrando, porque si te descuidas, no la cuentas porque también está el peligro de que el tren nos arrase cuando intentamos treparnos, con la posibilidad de perder un brazo, una pierna, de quedar parapléjicos o morir””, señala.
Aseguran que hay alrededor de ochenta personas esperando al tren. Los centroamericanos son la minoría.
“El tren a veces pasa recio y no podemos treparnos”, explica otro “trampa”. La mayoría son inexpertos es la primera vez que intentan llegar a Estados Unidos.
A diferencia de lo que sucedía hasta hace unos meses, casi todos son mexicanos, lo que refleja la precaria situación económica que atraviesa el país por la pandemia.
“Somos chavos que no sabemos que nos espera más adelante, algunos nos levantamos la moral mutuamente y, a pesar de todo, están agobiados por todas las vejaciones y las desventuras que han tenido que sufrir durante días de peripecias desde que salieron de sus lugar de origen,
El ánimo de Alberto está por los suelos, como la mirada, que levanta sólo de vez en cuando para checar si el tren deja de jugar con sus esperanzas de ir por un mundo mejor y regresar triunfador.
Lee más aquí ⬇