Culiacán.- Herlinda Pérez, Lindita para los que la conocen a sus 77 años, aún les hace la “quebradita” a hombrones que pesan más de cien kilos. Empezó a los 13 años en el oficio de sobadora (lleva 64 en el oficio), curando dolores musculares, torceduras de espalda, pies, cintura, rodilla, canillas “y desde esa edad, compongo de todo y enderezo pandos”.
Sobadores son una especie de quiroprácticos populares, que sin estudios formales, curan los dolores mezclando conocimiento del cuerpo, con medicina tradicional y herbolaria. Así Herlinda Pérez decidió convertirse en sobadora después de pasar su infancia viendo a su padre hacer masajes y curar personas.
Los masajes se convirtieron en una tradición familiar que ha convertido en Herlinda, una de las “masajistas” más queridas de la comunidad.
Cientos de casos han pasado por sus manos, que se han convertido en parte de su historia de vida, y por ello es reconocida como doña Lindita, la curandera prodigiosa. Un oficio en peligro de extinción pero que durante décadas fueron los que enderezaban “pandos”, ahora, la gente busca a los médicos quiroprácticos.
SU HISTORIA
Originaria de Badiraguato, donde tiene su centro de trabajo, doña Lindita tiene cientos de pacientes de Culiacán, la buscan, van por ella. Su fama se extiende por gran parte del país y ha traspasado fronteras.
No le puedo dar una cifra exacta de cuánta gente he atendido, porque llenaría su libreta, pero vienen de todo el país y del extranjero.
Lindita
Su clientela es diversa ya que atiende desde un trabajador humilde que busca a curar sus dolencias y lesiones, provocadas en su mayoría por trabajos como construcción, limpieza o jardinería, pero también soba desde políticos “hasta grandes señores, pero que en confianza no se pueden decir sus nombres”, señala.
Sólo lamenta que “al señor Chapo nunca lo toqué. Un día le dije a su mamá, oiga, yo quiero que se doble aunque sea un dedito”.
Dice que la mamá del Chapo, doña Consuelo Loera, ha sido su paciente, “pero mi más grande deseo es conocerlo, estuve cerca, pero no se logró y si me invitaran a verlo a la cárcel con gusto lo haría”.
Al hablar de su trabajo, advierte que las cuerdas son las que se entiesan y los huesos son la estructura.
Lindita mantiene su carácter bonachón, y se apasiona al hablar de su oficio: ser sobadora. Demasiados años sobando niños, jóvenes y ancianos, como para no saber distinguir lo que está bien y no, pero para no equivocarse demanda que al ver que no es una simple torcedura, pide radiografías.
Nunca atiendo si traen una astillada. Es irresponsable tocar a alguien fracturado, eso es de doctor definitivamente. Lo que más vienen en busca de ayuda son niños y jóvenes con sus brazos pandos y se los enderezo.
Lindita
¡Voy a darle unos pequeños jalones a su pie...! le advierte a su paciente.
PROFESIONALISMO
Cuidadosa de sus clientes, no se toman fotos, porque para ella la privacidad es lo primero en su trabajo.
Desde los 13 años de edad aprendió de su padre a curar las articulaciones, músculos, ligamentos y huesos, utilizando para ello dedos y palmas de sus manos; mismos que en forma rítmica, y con la fuerza que le dictan sus conocimientos ancestrales, va recorriendo el área dañada sobre el cuerpo de sus pacientes.
Esta tradición, va de generación en generación, por eso, lamenta que sus hijos ya no hayan querido seguir sus pasos. Sólo una hermana y un hermano se dedican a ejercer este oficio.
Lindita reconoce que su habilidad para sanar mediante el masaje es simplemente un don, pues nunca estudió para componer a “los pandos”.
Es técnica mezclada con fe, en partes iguales”, dice, palabras que se confirman con la imagen de Guadalupe al fondo de su “consultorio”, donde sólo se ve un camastro, donde los pacientes, gritan, hacen gestos, pero salen “derechitos.
Lindita
DEVOTA
Su fe es tan grande, que venera un madero seco, donde se aprecia la imagen de San Judas Tadeo. “Siempre he sido devota de San Juditas que se me apareció en este tronco y le hice su altarcito”.
“Sobar es como un albañil que endereza cosas, pero yo no uso pomadas, sino cremas para que no se me calienten las manos porque me puede hacer daño”, dice.
Lindita, la sobadora, señala que atiende de diez a quince pacientes; sobre todo, los domingos, sus servicios son más solicitados.
Aunque aclara que la concurrencia a su hogar, donde atiende a sus pacientes, se da por la tarde, llegan niños que se cayeron y se lastimaron. Igualmente se ha incrementado el número de pacientes por caídas de cuatrimotos “de la sierra me llegan muchos y a todas horas”, explica.
Hay días en que los pacientes son muchos y no la dejan descansar ni siquiera un rato; sin embargo, para la sobadora no es algo que le cause molestia, pues con ello está contribuyendo al descanso de las personas que buscan sentirse mejor.
“Sobar es como un albañil que endereza cosas, pero yo no uso pomadas, sino cremas para que no se me calienten las manos porque me puede hacer daño”. Lindita Pérez.
PACIENTES
De todo el país y hasta del extranjero llegan a su humilde hogar en Badiraguato, Sinaloa.
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