Culiacán, Sin.- El hambre y la pandemia van agarradas de la mano y desgraciadamente estos dos problemas no dan tregua, sobre todo, con los que menos tienen, lo que ha ocasionado que los comedores comunitarios como el del templo de la Iglesia del Carmen no se den abasto en donde a diario se atienden a más de 250 personas.
Pepenadores, indigentes, lava carros, vendedores ambulantes, costureras, niños, pescadores y migrantes, son los comensales que a diario se dan cita para desayunar y comer, son los pobres entre los pobres que callados, porque su suerte es la misma, esperan pacientemente a que se desocupe un lugar y poder saciar el hambre que los acompaña.
El padre Cristian Romero Félix, quien en ese momento atiende el comedor, advierte que quizá por la pandemia, cada día está creciendo la pobreza en nuestra comunidad, pero también gente de buen corazón, ya que pese al aumento de los alimentos, a diario, están donando para poder sostener a tanto hermano hambriento que se está haciendo presente.
La gente de Culiacán, es muy comprometida, no nos falta nada, incluso tenemos para compartir con otras instituciones.
Cristian Romero Félix
Da gracias a Dios que el Covid-19 hasta el momento no ha contagiado a los que asisten.
UN DÍA COTIDIANO EN LA MESA
La vida dentro del comedor es igual que cualquier otro día, se acomodan en tres largas mesas, no hay distancia de por medio, el desayuno al igual que la comida se sirve por tandas, en tanto los comensales hacen fila, se les da el alimento que se programó para el día, sin embargo, cada día están cocinando más, porque muchas veces llegan y ya se acabó.
“A todos los que vienen al comedor los conocemos, se nos van agregando más y de inmediato nos grabamos su nombre, su cara y gracias a Dios, ninguno se ha contagiado, los tenemos completos y no se infectan, simplemente porque no están angustiados, no han entrado en pánico”, explica el sacerdote.
“Está más perra el hambre que el contagio”, dice Pedro, mientras devora ansiosamente un pedazo de pastel con un café, pero antes desayunó huevo con salchicha y pimientos, frijoles puercos.
DEAMBULAR POR CULIACÁN
Para Pedro cualquier rincón de la ciudad es bueno para convertirlo en su hogar, a veces recargado sobre una cortina de metal, otras recostado sobre la banca de un parque o simplemente tirado sobre un cartón, se ha convertido en el mobiliario de la ciudad, porque no tiene familia.
Dice que es sinaloense, pero que la falta de oportunidades y la droga, lo han convertido en un paria, lava carros de día, pero no le alcanza para alimentarse, por eso, acude a diario a desayunar y a saludar a sus compañeros de infortunio.
“A veces nomás nos vemos, de qué platicamos, si la vida de todos es igual. Ni modo que yo le cuente que me fue bien…Lo que me regocija es la oración que aquí hacemos”, señala.
Todos los comensales tienen algo en común: viven el abandono y el olvido de una sociedad acostumbrada a darles una moneda a cambio de acallar su conciencia, y ellos, deambulan por la calle, algunos buscando trabajo, otros dejando pasar la vida.
Jorge, es otro convidado, pero contrario a Pedro, él si tiene aspiraciones, es de un campo pesquero de Guasave, le ha ido mal en la pesca, desesperado por no encontrar trabajo se vino a buscar mejores oportunidades a la capital del estado, a veces, se acomiden en la albañilería, otras veces, vende verdura en los cruceros, lo poco que gana, lo cuida como oro molido, porque es el sustento que le manda a su familia.
En lo que sí se parece a Pedro, es que la calle la ha hecho su hogar, por lo regular, busca acomodarse cerca del río, para bañarse, lavar su ropa, y da gracias a Dios que exista el comedor del Templo del Carmen, porque por lo menos hace sus dos comidas y así ahorra para sostener a sus dos hijos.
De la pandemia, no quiere hablar “no me gusta pensar en eso, sólo encomiendo a Dios a mi familia, no más”, señala.
COSTURERA EN APUROS
Paula, su oficio es costurera, cuando tiene “chamba” gana 50 pesos, no le alcanza para salir adelante, no quiere molestar a su familia, por eso, prefiere ir de vez en cuando a buscar el alimento al Comedor.
“Soy una mujer luchona, no me da vergüenza venir a pedir el taco, porque más vergüenza es robar, ahora, por ejemplo, tengo toda la semana que no me dieron trabajo porque está floja la chamba con eso de la pandemia, y eso, pues nos repercute a la gente que quiere trabajar”, dice.
A veces quiere explayarse, contar sus problemas, pero se contiene, sólo dice que es una mujer de respeto y que “el taquito que me como aquí con esta gente me sabe a gloria porque en la casa puros problemas”.
“Pedir no es nada fácil, la gente ya no quiere darle nada a uno, últimamente, por eso de la enfermedad que hay la gente se ha vuelto más díscola e insensible, nos saca la vuelta solo piensa en su propio bienestar. Yo quisiera trabajar, que alguien me ofrezca alguna ayuda, pero el gobierno no mira a nadie”, señala Humberto
Expresa con cierto resentimiento en la voz que cada día se le hace más difícil sostener a sus dos hijos, porque asegura que sus hermanos y otros parientes le dieron la espalda hace mucho tiempo.
José, otro abonado del comedor, reside en la colonia siete gotas, tiene 45 años de edad. Camina con cierta dificultad, pero así se levanta temprano para recoger botes, hurgan en la basura, a la hora del desayuno, a veces acude, porque dice que se le hace un nudo en la garganta, llevarse el taco a la boca y que sus hijos de 12 y 15 años no hayan comido.
“No los puedo traer porque el traslado me sale caro, entonces, con lo que gano, les llevo comida, ahí la vamos pasando, a veces mi desayuno lo guardo en la mochila para llevarles. Me siento agradecido con Dios que no nos ha soltado de la mano y estamos bien, sin problemas de enfermedad”, concluye.
Soy una mujer luchona, no me da vergüenza venir a pedir el taco, porque más vergüenza es robar.
Paula, Costurera
ALTRUISMO
La Iglesia del Carmen se caracteriza por ofrecer a personas necesitadas alimentos, por las mañanas y mediodías hay un plato para quienes se acercan.
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