Mazatlán, Sin.- Jesús de la Cruz Ortiz Guerra es originario de Manzanillo, Colima, pero vive y trabaja en Mazatlán desde hace 28 años, como proveedor o “alistador” de barcos en los preparativos de cada zafra camaronera.
Él, al igual que sus demás compañeros, ha visto cómo la pesca ha ido en decadencia en los últimos años, pero nada comparado a lo que enfrentará esta temporada: sin apoyos, con un mercado incierto y los efectos del Covid-19. Prácticamente, se navegará sin rumbo fijo.
Se estima que el 50% de la flota camaronera no saldrá este año por falta de financiamiento y subsidios para costear el gasto de un millón de pesos por embarcación, en el que el combustible absorberá el 70 o 75% del costo.
Recuerda que años atrás la pesca de camarón tenía capturas de 35 a 40 toneladas por barco en cada temporada, actualmente son entre 10 y 20 toneladas.
Para colmo, este año, el impacto negativo de la pandemia del coronavirus podría dar al traste con la actividad, al paralizar por los riesgos de contagio el principal mercado del camarón de exportación: la industria restaurantera de Estados Unidos.
TRABAJO EN EL MUELLE
Ortiz Guerra incursionó por primera vez en esta actividad en una empresa originaria de Manzanillo, Colima, que operaba en el puerto de Mazatlán, y en la que permaneció 24 años, al final ésta vendió sus barcos, y pasó a formar parte del personal de la empresa Jusajeli, en la que trabaja desde hace cuatro años.
De 46 embarcaciones con las que cuenta esta empresa, él funge de proveedor o “alistador” de 13 barcos, en las tareas de preparación, mantenimiento y avituallamiento.
“Me dedico a proveer los insumos y materiales para que el barco se aliste para la salida, soy el proveedor de checar los trabajos de mantenimiento, que estén bien y se apliquen los materiales para estar listo el día que se determine la salida”, expresó.
La fecha de apertura está programada para el 29 de septiembre, y en el muelle se trabaja a marchas forzadas en los preparativos, con reparaciones menores de pintura, soldadura, mantenimiento al sistema de refrigeración, revisión de equipos de comunicación y el avituallamiento de productos y materiales.
Prácticamente es lo que se está haciendo, no hay trabajos mayores, porque la actividad está descapitalizada, no hay recursos suficientes para materiales, motivo por el cual no va a salir toda la flota.
Ortiz Guerra
Comenta que antes, en tiempos de veda, se contrataba a todos los tripulantes (7 por barco) para realizar las tareas de mantenimiento, pero por la crisis económica en la que se encuentra la actividad, ahora sólo trabajan entre 6 y 12 personas para 13 y 46 embarcaciones.
Cada barco es avituallado con combustible, alimentos, agua potable y purificada, suficientes para 40 días de viaje.
La lista incluye verduras, carnes, productos secos, una pipa de agua potable, entre 400 y 500 galones de agua purificada.
Entre los pedidos de cubierta se encuentran costales, canastos, agujas, piola, grilletes y tensores; los de máquina, filtros, aceite, herramientas y anticongelantes.
Y el que más gasto absorbe es el combustible, ya que cada barco requiere entre 30 mil a 40 mil litros de diesel, que representa un costo de hasta 600 mil pesos.
REPARACIONES EN ALTAMAR
Además del trabajo preparativo para la zafra, el proveedor también atiende las necesidades de los barcos que regresan a puerto o se quedan “ponchados” en altamar con problemas mecánicos o de cualquier tipo, acudiendo con personal especializado para reparar las fallas.
“Cuando se daña un barco hay que salir a llevar al técnico, el mecánico o el especialista, según sea el problema, si es de winche o de refrigeración, si es de máquinas, equipo de comunicación, dependiendo de la situación. Vamos a donde esté en puerto o altamar, si está cerca”, indicó.
La pasada temporada, Jesús tuvo que salir del puerto en cuatro ocasiones por problemas en el sistema de refrigeración, cuestiones de soldadura y mecánica que presentaron las embarcaciones, y atendió entre 4 y 5 barcos que regresaron.
BAJAS EXPECTATIVAS
A diferencia de otras temporadas, Jesús asegura que esta se presenta como la más complicada de los últimos años, ya que empresas pequeñas, medianas y grandes han tenido que recortar el personal, los sueldos y el número de embarcaciones que saldrán a la zafra.
Y añade que el impacto de la alerta sanitaria por el Covid-19 sobre la actividad pesquera no se podrá conocer, sino hasta el regreso del primer viaje, pues la pandemia inició y se desarrolló en lo que fue el tiempo de veda.
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Actualmente lo que más afecta a la actividad son las alzas en el precio del diesel que dependen de la oferta y demanda que tiene a nivel mundial el petróleo y que los pone en desventaja con otros países, donde se mantienen los apoyos y subsidios.
Jesús añora los años en que la temporada incluía entre 5 y 6 viajes con capturas de 35 a 40 toneladas por barco, tiempos en los que nunca imaginó que llegaría la hora en que se batallaría tanto para preparar un solo viaje, como en esta zafra.
“Hoy podemos decir: voy a costear el diesel, voy a pedir prestado, voy a salir, pero a lo mejor la pandemia del Covid-19 o el mercado nos dice que no, voy a pescar, pero no voy a poder vender y me voy a tener que quedar en un viaje y se va a parar la flota, vemos que no hay estrategia y no tiene para donde ir la pesca. Navegamos sin rumbo fijo”, concluyó.
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