CULIACÁN.- Las fechas se hacen borrosas cuando la impresión es tan fuerte, solo recuerdo de manera clara que ese servicio fue el más impactante y doloroso que he tenido, pues uno nunca está preparado para ver un escenario tan horrible...
Estaba en mi habitual guardia junto a mis compañeras socorristas a la espera de cualquier servicio, los radio operadores nos avisan de un accidente rumbo al conocido cerro de La Campana, sin más información nos dirigimos a toda prisa al lugar.
Mi adrenalina sube cuando los operadores de radio nos informan con más detalle que al parecer hay seis personas lesionadas y que otra unidad más va en apoyo de la sub delegación de Pericos, señal de que el accidente es algo fuera de lo ordinario, claro, ordinario para un paramédico. Tengo la imagen clara de que al llegar veo a los paramédicos de Pericos atendiendo a una persona en el suelo, a simple vista y desde la distancia es claro que esa persona está muerta, pero no fue eso lo que me impactó.
Tomamos rápido el control de la situación y elaboramos nuestra evaluación de emergencias, subimos una pareja a nuestra unidad y dos más en la de apoyo rumbo al Centro de Salud más cercano. Llegamos a la clínica y nos recibió el médico del lugar, con pena nos comentó que no había material para tratar esas heridas y nos pusimos a improvisar. El entrenamiento que recibimos es esencial en estos casos, con muy poco hacemos mucho y pudimos estabilizar a la pareja que teníamos; la ambulancia parecía zona de guerra, nunca había visto tanta sangre y vendas regadas.
"Oye ¿qué voy a hacer con esto?". Me preguntó con voz quebrada una enfermera del Centro de Salud. Yo no me había percatado de que un automóvil particular también trasladó un paciente que no habíamos contado. Un bebé de pocos meses de edad estaba tendido en una toalla, las formas imposibles de su pequeño cuerpo y toda la sangre derramada hicieron un agujero en mi estómago. Uno nunca está listo para ver esto.
Después entendí la gravedad del accidente, seis pasajeros venían por la carretera Culiacancito-Limón de los Ramos en una camioneta de pasajeros tipo Van, el chófer perdió el control y comenzó a golpear de costado la ladera del cerro, esto hace que la puerta corrediza de la unidad se abra y en una espantosa serie de hechos fortuitos los pasajeros quedan atrapados entre la camioneta y la roca de cantera del cerro, saliendo disparados envueltos en sangre y fracturados hacia la carretera.
El bebé fue el primero en salir disparado de la camioneta y aplastado entre el cerro y el metal retorcido. Uno como paramédico tiene que aclarar su mente, tragarse las lágrimas y el dolor para poner las vidas de los demás a salvo... Darle prioridad a la vida fue mi carga en esta ocasión. Ya preparados los dos pacientes en la unidad, dejo el cadáver del pequeño en el Centro de Salud para que servicios forenses se encarguen ahora y salimos aprisa rumbo a Culiacán para internar a la pareja de heridos que trasladábamos. A mitad del camino la mujer despertó de repente y comienza a gritarme: "¿Dónde está mi hijo? ¿Qué le pasó a mí bebé?". Mi compañera socorrista voltea con un semblante que no puedo identificar y me dice: "Juan ¿Qué hacemos?" los gritos de la madre desesperada no cesan y la imagen del pequeño cuerpo retorcido se clava en mi mente como cuchillas; yo no sé qué hacer.
El protocolo de Cruz Roja nos dicta no declarar fallecimientos, y siempre priorizar la vida. Con poco convencimiento y voz quebrada le digo a la madre del pequeño que por el momento no se preocupe por él, que se enfoque por mantenerse con fuerzas para llegar al hospital; es inútil, ella sabía y sentía por mi semblante que había perdido a su hijo. Días después me informaron que la señora falleció en el hospital, dicen que fue a causa de las heridas y fracturas sufridas en el accidente, pero estoy seguro que murió de dolor, ninguna herida es tan fuerte como perder de esa manera a un hijo. En mis 6 años de servicio y con experiencia en muchos servicios, aún no puedo llegar a la noche sin recordar el macabro escenario que presencié ese día. Ver a la muerte azarosa y despiadada burlarse de nosotros.
Cada cierto tiempo y sin quererlo, recuerdo lo sucedido junto a mis compañeras socorristas, nos queda el sabor agridulce de haber salvado 3 vidas. Tres personas tuvieron una oportunidad más y a veces, solo a veces, esa pequeña victoria suaviza el dolor punzante de recordar al pequeño bebé y su desconsolada madre.
Juan D
Paramédico
“Uno como paramédico tiene que aclarar su mente, tragarse las lágrimas y el dolor para poner las vidas de los demás a salvo... Darle prioridad a la vida fue mi carga en esta ocasión”.
MEMORIA
En mis seis años de servicio y con experiencia en muchos servicios, aún no puedo llegar a la noche sin recordar el macabro escenario que presencié ese día. Ver a la muerte azarosa y despiadada burlarse de nosotros.