/ jueves 6 de enero de 2022

Recordando a Enrique Peña Gutiérrez, el gran médico y escritor de Mocorito

A 108 de su natalicio, se conmemora a Enrique Peña Gutiérrez por la gran aportación cultural y médica que dio a Sinaloa

Mocorito, Sin,. Hace 108 años que vino al mundo un niño al que sus padres pusieron por nombre Enrique, quien vio las primeras luces de su vida en el pueblo que tanto quiso: Mocorito. En aquellos tiempos, era conocido como La Atenas de Sinaloa por la proyección cultural que le dieron dos hombres que trascendieron el tiempo y le espacio: El doctor Enrique González Martínez -prefecto político que años después fuera postulado al Nobel de Literatura- y Sabás de la Mora, que hicieron de una pequeña imprenta el recurso material para materializar sus pensamientos y llevarlos allende las fronteras nacionales.

No cabe duda alguna, el crecimiento y desarrollo intelectual de Enrique estuvo influido por la actividad cultural que estos hombres impulsaron en una villa que gozaba de la tranquilidad porfiriana que sostenía regionalmente el gobernador Francisco Cañedo.

El niño se hizo joven y el joven alcanzó la madurez temprana del hombre que entendió que la formación académica y cultural que podía alcanzar en aquel pequeño mundo tenía un límite, y en busca de mejores oportunidades llegó a la vieja casona rosalina, a la Ciudad de México y a Guadalajara para cursar la carrera de medicina y volver a Mocorito a servir a sus semejantes desempeñando la profesión más humana que pudo encontrar: salvar vidas de todo aquel que se acercara en busca de sus conocimientos.

Enrique fue un médico atento a las necesidades de su pueblo, de su gente, del villorrio y de las comunidades rurales que se encontraban en la geografía mocoritense, y supo ganarse la atención y el agradecimiento de sus pacientes que cumpliendo con las indicaciones recuperaron la salud, fuese como director del Centro de Salud o como responsable de su consultorio que, como buen practicante, mantuvo abierto las 24 horas del día.

No tardó mucho tiempo para entender que el médico, un médico como él, además de velar por la salud de sus coterráneos, también tenía otra obligación: Coadyuvar al mejoramiento y al desarrollo social, y sumó sus fuerzas a otros ciudadanos para empezar a construir la pirámide educativa que con todo derecho disfrutaron las nacientes generaciones y que continúan haciéndolo las actuales: el Jardín de niños, la escuela primaria que ya existía completó su nivel superior, los egresados de ésta hicieron evidente la necesidad de organizarse para fundar la escuela secundaria y al concluir su ciclo la preparatoria, alcanzando la cúspide años después con la inscripción a las carreras universitarias que se ofrecen en su campus académico donde el auditorio, en su honor, lleva su nombre.

Su actividad profesional, su trato serio, duro en ocasiones, pero siempre amable y servicial, no tardaron en llevarlo por los rumbos de la política, participó codo a codo, junto a Enrique Félix Castro, Antonio Nakayama, Epifanio Sáinz, Enrique Max Gómez Blanco y muchos otros jóvenes que aspiraban a crear un mundo mejor, organizando el Instituto de Estudios Económicos y Sociales -algo inédito en Sinaloa- que pretendió armar un programa de trabajo para el próximo gobernante; fue electo presidente municipal y dejó el cargo porque el juramento de Hipócrates se antepuso a las órdenes del gobernador, y retomó con pasión una vereda que lo condujo de lleno al camino de la cultura, unió sus inquietudes a otros intelectuales para dar vida a la Academia de la Cultura que homenajeó a Alejandro Hernández Tyler -el poeta consentido de Sinaloa- y a base de utilizar las palabras con elegancia, corrección y precisión, conquistó un lugar en el ámbito académico regional que después se amplió al estatal, hasta llegar al máximo espacio al que un sinaloense podía aspirar: Presidente de la Junta de Gobierno de la Universidad de Sinaloa.

Enrique Peña Gutiérrez. Foto: Facebook | Instituto Municipal Sinaloense

Con la palabra como ladrillo y la imaginación como cemento, construyó una obra literaria que materializó en Fueron cinco de a caballo, entregándonos cinco semblanzas biográficas, una de ellas de Enrique Félix Castro, su entrañable amigo y sin lugar a dudas el intelectual más lúcido del medio siglo pasado, y cuatro militares que trascendieron por su obra de gobierno; En el Viejo Mocorito, también publicada por COBAES, recoge casa por casa y calle por calle anécdotas y personajes de su pequeño mundo; en Bitácora de un sinaloense nos comparte momentos que dejaron huella en ese espíritu que hizo de él un hombre batallador, solidario con las causas sociales, rebelde ante las injusticias y un político que pensaba en un mañana mejor para los sinaloenses; La revolución recuperada es una bonita ilusión que nos ilustra sobre el asalto al poder con el menor derramamiento de sangre, pero a lo largo de las páginas de los periódicos y revistas fue dejando una amplia colección de cuentos y relatos que llegaron a miles de lectores que supieron de su calidad como escritor, y si leerlo era aleccionante, escucharlo, con esa voz de trueno de que hacía gala, pronunciar los discursos que hilvanaba en su memoria, era cautivante, porque te atraía con su verba elegante cuando le daba vida a la palabra.

Murió cuando la naturaleza puso fin al latir de su corazón, más su imagen y ejemplo perduran en sus hijos, nietos y amigos, y aunque ellas no lo sepan, también están presentes en las generaciones de niños y jóvenes que acuden a las escuelas de Mocorito, en los libros que dictó, en los artículos publicados y en las páginas de la revista Brechas, una aventura literaria que nació al calor de su propuesta visionaria para difundir la grandeza cultural de la región del Évora.

Hoy que se cumplen 108 años de su nacimiento, acordarnos del doctor Enrique Peña Gutiérrez nos permite decir que la razón de su ser y sentir por Sinaloa, y de su pequeño mundo en particular, a través de la fundación que constituimos hace veinte años y que lleva su nombre, sigue latiendo, sigue cabalgando en su rocinante lanza en ristre enfrentando los molinos de viento, por los sinuosos caminos de la cultura sinaloense.



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Mocorito, Sin,. Hace 108 años que vino al mundo un niño al que sus padres pusieron por nombre Enrique, quien vio las primeras luces de su vida en el pueblo que tanto quiso: Mocorito. En aquellos tiempos, era conocido como La Atenas de Sinaloa por la proyección cultural que le dieron dos hombres que trascendieron el tiempo y le espacio: El doctor Enrique González Martínez -prefecto político que años después fuera postulado al Nobel de Literatura- y Sabás de la Mora, que hicieron de una pequeña imprenta el recurso material para materializar sus pensamientos y llevarlos allende las fronteras nacionales.

No cabe duda alguna, el crecimiento y desarrollo intelectual de Enrique estuvo influido por la actividad cultural que estos hombres impulsaron en una villa que gozaba de la tranquilidad porfiriana que sostenía regionalmente el gobernador Francisco Cañedo.

El niño se hizo joven y el joven alcanzó la madurez temprana del hombre que entendió que la formación académica y cultural que podía alcanzar en aquel pequeño mundo tenía un límite, y en busca de mejores oportunidades llegó a la vieja casona rosalina, a la Ciudad de México y a Guadalajara para cursar la carrera de medicina y volver a Mocorito a servir a sus semejantes desempeñando la profesión más humana que pudo encontrar: salvar vidas de todo aquel que se acercara en busca de sus conocimientos.

Enrique fue un médico atento a las necesidades de su pueblo, de su gente, del villorrio y de las comunidades rurales que se encontraban en la geografía mocoritense, y supo ganarse la atención y el agradecimiento de sus pacientes que cumpliendo con las indicaciones recuperaron la salud, fuese como director del Centro de Salud o como responsable de su consultorio que, como buen practicante, mantuvo abierto las 24 horas del día.

No tardó mucho tiempo para entender que el médico, un médico como él, además de velar por la salud de sus coterráneos, también tenía otra obligación: Coadyuvar al mejoramiento y al desarrollo social, y sumó sus fuerzas a otros ciudadanos para empezar a construir la pirámide educativa que con todo derecho disfrutaron las nacientes generaciones y que continúan haciéndolo las actuales: el Jardín de niños, la escuela primaria que ya existía completó su nivel superior, los egresados de ésta hicieron evidente la necesidad de organizarse para fundar la escuela secundaria y al concluir su ciclo la preparatoria, alcanzando la cúspide años después con la inscripción a las carreras universitarias que se ofrecen en su campus académico donde el auditorio, en su honor, lleva su nombre.

Su actividad profesional, su trato serio, duro en ocasiones, pero siempre amable y servicial, no tardaron en llevarlo por los rumbos de la política, participó codo a codo, junto a Enrique Félix Castro, Antonio Nakayama, Epifanio Sáinz, Enrique Max Gómez Blanco y muchos otros jóvenes que aspiraban a crear un mundo mejor, organizando el Instituto de Estudios Económicos y Sociales -algo inédito en Sinaloa- que pretendió armar un programa de trabajo para el próximo gobernante; fue electo presidente municipal y dejó el cargo porque el juramento de Hipócrates se antepuso a las órdenes del gobernador, y retomó con pasión una vereda que lo condujo de lleno al camino de la cultura, unió sus inquietudes a otros intelectuales para dar vida a la Academia de la Cultura que homenajeó a Alejandro Hernández Tyler -el poeta consentido de Sinaloa- y a base de utilizar las palabras con elegancia, corrección y precisión, conquistó un lugar en el ámbito académico regional que después se amplió al estatal, hasta llegar al máximo espacio al que un sinaloense podía aspirar: Presidente de la Junta de Gobierno de la Universidad de Sinaloa.

Enrique Peña Gutiérrez. Foto: Facebook | Instituto Municipal Sinaloense

Con la palabra como ladrillo y la imaginación como cemento, construyó una obra literaria que materializó en Fueron cinco de a caballo, entregándonos cinco semblanzas biográficas, una de ellas de Enrique Félix Castro, su entrañable amigo y sin lugar a dudas el intelectual más lúcido del medio siglo pasado, y cuatro militares que trascendieron por su obra de gobierno; En el Viejo Mocorito, también publicada por COBAES, recoge casa por casa y calle por calle anécdotas y personajes de su pequeño mundo; en Bitácora de un sinaloense nos comparte momentos que dejaron huella en ese espíritu que hizo de él un hombre batallador, solidario con las causas sociales, rebelde ante las injusticias y un político que pensaba en un mañana mejor para los sinaloenses; La revolución recuperada es una bonita ilusión que nos ilustra sobre el asalto al poder con el menor derramamiento de sangre, pero a lo largo de las páginas de los periódicos y revistas fue dejando una amplia colección de cuentos y relatos que llegaron a miles de lectores que supieron de su calidad como escritor, y si leerlo era aleccionante, escucharlo, con esa voz de trueno de que hacía gala, pronunciar los discursos que hilvanaba en su memoria, era cautivante, porque te atraía con su verba elegante cuando le daba vida a la palabra.

Murió cuando la naturaleza puso fin al latir de su corazón, más su imagen y ejemplo perduran en sus hijos, nietos y amigos, y aunque ellas no lo sepan, también están presentes en las generaciones de niños y jóvenes que acuden a las escuelas de Mocorito, en los libros que dictó, en los artículos publicados y en las páginas de la revista Brechas, una aventura literaria que nació al calor de su propuesta visionaria para difundir la grandeza cultural de la región del Évora.

Hoy que se cumplen 108 años de su nacimiento, acordarnos del doctor Enrique Peña Gutiérrez nos permite decir que la razón de su ser y sentir por Sinaloa, y de su pequeño mundo en particular, a través de la fundación que constituimos hace veinte años y que lleva su nombre, sigue latiendo, sigue cabalgando en su rocinante lanza en ristre enfrentando los molinos de viento, por los sinuosos caminos de la cultura sinaloense.



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