Culiacán, Sin. - En los 90’s todo era diferente, la tecnología como la conocemos ahora apenas y se asomaba tímidamente, esto también era igual para los socorristas de Cruz Roja, Alonso Arnold, quien ha estado en el ambiente de rescatistas desde entonces hace una comparación de cómo el corazón y el instinto eran suficientes para salvar vidas, y como de relámpago se le forma una sonrisa al recordar aquella madrugada calurosa, allá cerca de El Salado.
Era un llamado común para esas horas; un accidente automovilístico en la carretera rumbo a El Salado. Alonso y dos socorristas más acuden a prisa, en cosa de minutos ven el tumulto de curiosos que sin importar la hora y el lugar siempre aparecen. Era un sólo automóvil a la orilla de la carretera, las placas desconocidas llamaron la atención de Alonso, que no alcanzó a identificar de dónde eran y acudió rápido a auxiliar al herido.
Cuando se acercaron a ver al joven herido notaron que cuando él los vio se desmayó, Alonso dice que eso pasa seguido, pues la relajación de sentirse a salvo los hace bajar la guardia. En tres minutos realizaron las maniobras de rescate del joven prensado, sin herramientas ni dispositivos especializados, sólo con las manos llenas de experiencia.
El traslado era un problema ¿A dónde llevar a un ciudadano extranjero? Sin pensarlo demasiado se dirigen al Seguro Social. Durante el trayecto estabilizan sus heridas y con las esperanzas de que no haya sufrido hemorragias internas, pues en ese entonces eran indetectables por no contar con la tecnología actual. Al llegar al hospital se presenta una dificultad más; el médico que lo recibió se oponía a tratarlo, Alonso no comprendió entonces qué pasaba, y con insistencia lo internaron, un extranjero sin nombre, sin patria e inconsciente, nadie quería ser responsable.
Antes de retirarse del hospital, los socorristas firmaron la responsiva de las pertenencias del joven herido que entregaron al centro médico; cosas personales, un reloj y no más. Arnold se retiró junto con sus compañeros con una sensación de haber dejado algo incompleto. Por lo general, él no le daba seguimiento a casos así, por salud mental los dejaba ir y continuaba con su vida normal, pero éste era un caso excepcional.
Días después recibió una llamada, para el reclamo de las pertenencias del joven que habían rescatado y por mero trámite va y realiza las diligencias necesarias, para que dichas propiedades sean devueltas a su dueño. El joven a quien nunca preguntó su nombre se mostró agradecido y les felicitó por su gran labor pues gracias a ellos él pudo cumplir su misión que lo traía a México; se iba a casar con una mujer de Michoacán y por razones circunstanciales se accidentó en Sinaloa.
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Pasa el tiempo y Alonso recibe nuevas noticias de aquel joven, autoridades extranjeras acudieron al consulado en Mazatlán para recoger a su ciudadano, en un evento formal él vuelve a completar el proceso de recuperación a su país natal, para poder reunirse nuevamente con su futura esposa y poder consumar la ceremonia pausada por las circunstancias.
Alonso cuenta su anécdota con gran satisfacción, pues dice que estas pequeñas situaciones son las que hacen valer su trabajo, salvar una vida es la prioridad, pero cuando salvas una vida y eso repercute a su alrededor de forma tan poco probable es mayor satisfacción aún. Nadie pensaría que aquella madrugada calurosa, allá cerca de El Salado, Alonso le otorgaría una oportunidad más de vida a ese joven extranjero, de idioma extraño y corazón enamorado, esa oportunidad de ser feliz.
CUMPLIR SU MISIÓN
La víctima se iba a casar con una mujer de Michoacán y por razones circunstanciales se accidentó en Sinaloa
TRABAJO
En los años 90, en los rescates no contábamos con herramientas, ni dispositivos especializados, sólo con las manos llenas de experiencia.
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