Sobrevivir a la horca: La vida después de Malasia

A dos años de haber regresado del país asiático, los tres hermanos González Villarreal se abren brecha por “el camino del bien”

Nallely Casillas | El Sol de Sinaloa

  · sábado 31 de julio de 2021

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

Culiacán, Sin.- Dicen que en la cárcel de Malasia aprendieron a rezar, biblia en mano, cada vez que pasaba un condenado a muerte, era inevitable no pensar en los suyos, allá tan lejos, al otro lado del mundo, en Culiacán, Sinaloa.

Ahora, los hermanos Luis Alfonso, Simón y José Regino González Villarreal, hacen su vida en la Loma de Rodriguera, el barrio que los vio nacer y en el que todavía trabajan en la pequeña ladrillera familiar. Dicen también que saben que regresaron por una tercera oportunidad de vivir y la están aprovechando. Han encontrado a Dios y luchan por reencontrarse con su familia a diario.

Sobrevivir a una pena capital no es fácil. Los 11 años en diferentes prisiones malayas les dejaron secuelas emocionales fuertes, llegaron a un país cambiado, a una ciudad transformada por más de una década de violencia y a una colonia que sigue asediada por el crimen organizado.

Pero lo que más les pesa, dicen, es que cuando se fueron, dejaron a sus hijos pequeños y a su vuelta de aquel infierno, los encontraron grandes, estoicos, pero no dejaron de ser desconocidos.

“Me volví un completo desconocido para mi esposa y mis hijos”, dice Luis Alfonso.

Los tres siguen laborando en la ladrillera que hace décadas echó a andar su padre, atizando el horno con leña, dando forma cuadrangular al barro para formar los tabiques. Los dejan a buen precio, sonríen, y ellos solos se dan buena promoción.

A 13 años de aquel viaje en el que se vieron atrapados, los hermanos González Villarreal y su familia, ahora se muestran abiertos, dispuestos a abrir la memoria, para contar un poco de esta historia que hace años le dio varias vueltas al globo.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

15 MIL KILÓMETROS

En 2008, los hermanos viajaron más de 15 mil kilómetros, desde Sinaloa hasta la ciudad de Johor Bahru en Malasia; iban en busca de una oportunidad laboral, pues aunque contaban con un trabajo en la ladrillera familiar, el dinero no era suficiente para sacar adelante a la familia.

En la versión que ahora cuentan, ellos realizaban la limpieza de una de las bodegas de la fábrica Senain, cuando fueron interceptados por la policía malaya; fueron detenidos junto a otros dos chinos que laboraban allí.

De antemano sabían que serían castigados por un delito mayor, pues aunque no era parte de sus actividades, aseguran que en esa bodega y esa fábrica, se producían drogas sintéticas y ellos lo sabían.

"Nos encontraron en la bodega de la fábrica Senain cuando nos detuvieran éramos cinco, dos chinos y nosotros", recuerda José Regino como si hubiera sido ayer.

Tras la detención, los cinco fueron llevados a los separos y torturados a golpes; por no saber hablar inglés fueron imputados y juzgados bajo el régimen malayo, ése donde no se defienden los derechos humanos y donde delitos como narcotráfico, posesión de arma de fuego, homicidio y violaciones, son castigadas con pena de muerte.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

SOLOS EN UNA PRISIÓN MALAYA

No sabían mucho del idioma malasio, eran tres hermanos que habían quedado solos a miles de kilómetros de su familia, fue sin duda un calvario el encarcelamiento, pues no había quien les ayudara, no podían trabajar dentro de la prisión y tampoco tenían recursos para comprar lo esencial del aseo personal.

"Fue muy duro, no teníamos ni para el jabón, los reos nos regalaban ropa o pasta dental, a veces cositas que necesitábamos, pero hubo días en que no teníamos nada", subraya Regino.

La prisión era tan precaria, que los servicios de salud no eran destinados para los reclusos; en una de las cinco prisiones que recorrieron, donde cumplían condena personas de otras regiones y donde las vacunas no son un derecho, José Regino enfermó de tuberculosis, y así con esa enfermedad, se presentó a los primeros juicios, hasta que el embajador Carlos Félix, apeló para que recibiera atención médica.

Para el 2012, los hermanos ya sabían que recibirían la pena de muerte, en su caso, serían enviados a la horca.

Los González Villarreal comentaron, que sabían cuando uno de los reclusos iba a ser ejecutado, pues varias ocasiones vieron a algunos caminar por el pabellón sin salida cargando sus pertenecías en lo que era un viaje sin retorno.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

"Nunca nos tocó ver una ejecución, pero sí los veíamos pasar, algunos llevaban sus cosas, otros sólo caminaban y un afanador les cargaba sus cosas, sabíamos que cuando los iban a ejecutar, en ocasiones les permitían reunirse con la familia, para que tuvieran la última cena o comida juntos, pero cuando eso pasaba, todos nos poníamos tristes, no comíamos, y si nos llegó a pasar por la cabeza que seguíamos nosotros", relata Luis Alfonso.

Para Simón, el tiempo en prisión y vivir a sabiendas de que moriría ahorcado, fue una situación que le hizo recobrar la fe, aprovechaba cada día para leer la palabra de Dios.

"Antes de irnos había comprado una Biblia, siempre quise aprender a leer una, y el tiempo que estuve allá, lo aproveché, esa era mi distracción y eso me mantenía con fe", dice a El Sol de Sinaloa.

Pasaron por incertidumbre y desesperación, podían comunicarse mensualmente con sus familiares mediante cartas, pero en ocasiones la correspondencia se hacía tardar, era una ironía que estando juntos los tres hermanos, se sintieran tan solos en esa prisión.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

SENTENCIA A MUERTE

Fueron 11 años el tiempo que los hermanos González Villarreal lucharon por conseguir su libertad, sin embargo, luego de 8 meses de prisión como inculpados, se les juzgó por el delito de narcotráfico y fueron sentenciados a morir en la horca en agosto de 2013.

Su juicio fue uno de los más televisados en aquella época, con una trama digna de una novela: el momento en que el llamado “juez soga” emitió su sentencia y las lágrimas de una familia que no querían saber de ese destino. Se les avisó que a partir de ese momento, la sentencia podría cumplirse.

Desde entonces fue un vivir el infierno de la incertidumbre.

Cuentan que las primeras dos apelaciones fueron desechadas durante el proceso. Aunque en el 2015 confirmaron la pena capital, fue un par de años después en que, con otro juez, se encontraron irregularidades en la evidencia, algunas de las cajas con droga que habían sido incautadas para culparlos, no tenían sellos de seguridad, otras más se habían perdido. Aun así, la pena era la misma.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

Su última esperanza, era un indulto y lo consiguieron. En 2018, el sultán del estado de Johor, Ibrahim Ismail Ibni Almarhum Iskandar Al-Haj, les perdonó la vida pero no el delito, por tanto, fueron enviados a otra prisión, fuera de la comunicación y la sociedad, donde cumplirían 30 años más de sentencia.

Sin embargo, la difusión del caso en medios de comunicación, donde se dio a conocer sobre las irregularidades en el manejo de la evidencia, ayudó de nueva cuenta para que el sultán Ibrahim, les perdonara la prisión, siendo su única condición, que los hermanos jamás regresaran a Malasia.

Finalmente, los hermanos sinaloenses fueron dejados en libertad el 30 de abril del 2019, un año después de que se les había perdonado la vida y la condena de prisión.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

LIBRES POR FIN

Tras quedar en libertad, fueron puestos a disposición del consulado por 10 días, eso, por haber viajado indocumentados y no contar con pasaporte e identificaciones.

Durante ese tiempo, los hermanos planearon a través del embajador Carlos Félix, su retorno a Sinaloa para reunirse con los suyos, donde su hermana Alejandrina, fue el contacto que los llevaría a ver de vuelta a sus padres.

Arribaron al aeropuerto de Culiacán, el 10 de mayo del 2019, siendo ellos, el regalo sorpresa del día de las madres de la señora Carmen Villarreal, y de cada una de las esposas que habían dejado antes de irse. Con asombro y en con la primera impresión, nadie creía que fueran ellos en carne viva.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

ELLOS, LOS AUSENTES

Para los González Villarreal, salir de la prisión tan sólo fue el primer paso para reincorporarse a una familia.

Al llegar al que un día fue su hogar, se encontraron con un panorama distinto, ellos ahora eran unos desconocidos para sus familiares, para sus hijos, eran unos simples hombres que no tenían autoridad; para las esposas, fueron amores lejanos que el tiempo fue desmoronando y para sus ocho hermanos restantes, eran sólo un recuerdo vivo en la memoria.

En cambio, para su madre, doña Carmen, eran los mismos de siempre, sus hijos, los inquietos de las ladrilleras.

"Cuando regresamos el primer día nos recibieron muy bien, pero al pasar los días me volví por completo un desconocido para mi esposa y mis hijos, ellos ya tenían su vida, su rutina, yo no podía llegar a imponerme, tenía que adaptarme a ellos y eso fue difícil, imagínate, encontré a mi hijo ya titulado, me perdí toda su infancia, su adolescencia", relata Luis Alfonso.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

En su caso, José Regino encontró a su hija en la etapa de niña a mujer, pues apenas dos días después de su llegada, la joven estaba cumpliendo los quince años.

"Llegamos y a los días mi niña cumplió los quince años, no pude hacerle su fiesta, pero la llevamos a comer, le compramos un cambio y salimos con ella. Estaba feliz, como cualquier niña que no tiene a su padre ese era su anhelo", narra.

EN BUSCA DE UNA NUEVA VIDA

Iniciaron una nueva vida similar a la forma en la que se fueron, regresaron al trabajo en aquella ladrillera que se encuentra por el camino a Tepuche, esa que se encuentra bajo el paisaje de los cerros y donde el calor del mediodía quema hasta lo más profundo.

Emprendieron de nuevo la producción de ladrillo junto a su padre, don Héctor González, sin embargo, la vida les pondría diversas pruebas de supervivencia.

A un año de luchar por estabilizarse, la pandemia del Covid-19, golpeó de nueva cuenta a los Gonzales Villarreal, está vez, disminuyendo el trabajo a raíz de la crisis económica y sanitaria.

Luis Alfonso, tuvo que salirse de la ladrillera para buscar el sustento de la familia, se fue a un racho allá en el cerro del Hípico donde actualmente se desenvuelve limpiando y supervisando ganado.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa

Simón y Regino “se quedaron hechándole talacha” a los ladrillos, pero bajo ganancias menores. Por día, los hermanos hilan entre dos mil y tres mil ladrillos, ofertando el lote de mil ladrillos por tres mil pesos.

El trabajo es completamente manual, se apoyan de un horno de piedra, de un molde de tres en tres y de un serro de adoquin y agua, ahora así se ganan el pan de cada día.

"Es pesado, llegamos aquí a las 4 ó 5 de la mañana, todo es manual, con carrucha, cubeta y palas", resaltan.

-¿Tienen metas?, se les pregunta.

Claro que sí, responde Regino.

“Yo quiero emprender un negocio, no ahorita exactamente pero sí quiero tener algo que sea mío, donde pueda emplear a gente y pueda administrar mi sustento”.

Foto: Karla Mendívil│ El Sol de Sinaloa


Para Luis Alfonso, su principal meta es sacar adelante a sus hijos pues tiene ya un varón titulado y otro más que cursa la carrera.

"Primero que se titule mi otro hijo, ya después pues estudiar yo alguna carrera técnica, algo de limpieza de aires o mecánica", expone.

Por su parte, Simón prevé llevar la palabra de Dios a través de su predicación, no en las iglesias como ministro pero sí como buen ciudadano que desea llevar “las buenas nuevas”.

Luego de 13 años en los que 11 fueron tormenta, hoy en día la familia está de vuelta reunida, en aquel porche en el que la vida transcurre, la vida después de Malasia.




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