Culiacán, Sin.- La solidaridad en época de pandemia, se está haciendo presente en muchos lugares de la capital sinaloense, hay quienes apoyan con medicamentos, con dinero, con alimentos, con su trabajo y hasta con una palabra de aliento.
Lupita Ruiz Sánchez, una mujer que pasa desapercibida en Culiacán, pero que su bondad, no se puede esconder, siempre pensando en los demás, en cómo ayudar, y más ahora que el Covid-19 está haciendo de las suyas, dejando a gente sin trabajo y por consiguiente con hambre.
Desde hace años, con una sonrisa de oreja a oreja, a diario se levanta a las cinco de la mañana, para estar a las seis preparando desayunos para menesterosos, todo, sin recibir una paga, más que el agradecimiento de quien recibe su comida hecha con amor.
A ella no le importa ser una persona más en Sinaloa, a ella, quizá nunca le otorguen uno de esos premios que le dan a personajes reconocidos, pero que la mayoría son por compadrazgos, amiguismo, compromiso, pero no porque quien lo recibe lo merezca, es más a doña Lupita ni siquiera le ha pasado por la cabeza ser recompensada por lo que hace, porque su trabajo es voluntario.
A las seis de la mañana en punto, se ve una pequeña silueta parada en el Templo del Carmen, esperando que abran el portón para ingresar al comedor comunitario y con toda la energía que le da el servir a los demás, empieza a preparar primero el desayuno, luego la comida que degustarán cerca de 300 gentes, la mayoría indigentes.
“Lo hago con mucho gusto practicando el precepto de dar de comer al hambriento”, señala mientras corre de un lado a otro, sus comensales, ya están en espera de que les sirvan y se han retrasado un poco.
CONCIENCIA DE CLASE
Dice que todo ser humano está llamado a ser solidario con los que menos tienen, es decir, tener conciencia de las carencias de otros y la voluntad de ayudar para cubrir esas necesidades.
“Es un valor que se debe enseñar tanto en el ámbito familiar como en la escuela”, dice observando con amor cómo un par de indigentes saborean el desayuno que minutos antes preparó.
¡Ahí está mi recompensa! exclama.
Lo que más le da satisfacción es ver, como llegan los indigentes, sucios, con la mirada suplicante y el hambre que se refleja en su semblante, pero que al sentarse y comer lo que le preparó, le dan una gran alegría y las ganas de volver otro día a seguir dando de comer al hambriento.
Loa único que lamenta, es que muchos de los que apoyaban de manera voluntaria, cuando se presentó la pandemia se fueron.
“No los critico, porque están en todo su derecho de cuidarse, pero quien tiene amor a Cristo, es tener amor a los demás, sin ningún temor”, indica.
Asegura que su familia nunca le ha prohibido que acuda a diario a revolverse entre la gente, pese a que tiene 74 años, se siente una mujer útil, con muchas ganas de seguir sirviendo.
“Me siento millonaria tener fuerzas para apoyar a quienes me necesitan, para muchos de ellos, soy su madre, a veces me encuentran en la calle y me gritan Madre, eso, no sabes cómo me alimentan”.
LIBRE DE COVID
Asegura que nunca se ha contagiado, “ellos tampoco se nos han enfermado porque Dios es muy grande y nos protege”.
Lupita acude al comedor de lunes a viernes y dice que los sábados y domingos se la pasa pensando qué comerán éstos pobres menesterosos.
“A todos los conozco por su nombre, cada uno trae su propia historia, una historia que lastima, pero que en cada uno de ellos está Cristo”, dice.
Le lastima ver a los inmigrantes que dejan sus familias, se aventuran a buscar tiempos mejores, encontrándose muchas veces en el camino dolor y sufrimiento.
“A ellos es a los que debemos de apoyar, nosotros a veces, cuando vienen en caravana, les preparamos comida nada más para ellos, porque vienen hambrientos”.
Señala que para que el mundo cambie es necesario ayudar a cualquier ser humano en cualquier momento, en especial, en situaciones de desamparo.
Luego invitó a recordar la parábola de Jesús: “les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
APOYAR DE CORAZÓN
Vivimos una situación extrema y las personas reaccionan de formas muy distintas. Están quienes sacan lo mejor de sí mismas, como es el caso de Lupita que se solidarizan con los que menos tienen, donan dinero o de manera voluntaria acuden a prestar sus servicios para ayudar a los que lo necesitan, pero también está la otra cara de la moneda donde aparece el miedo, la rabia, la soledad el aislamiento.
Manuel Alejando, es un hombre que no frisa los 40 años, es la primera vez que acude al comedor, pero llega tarde, se acabó la remesa del desayuno, molesto, se retira, pero no conforme con eso, los ofende.
“Gente buena para nada, dicen que tienen compasión por los pobres, yo no tengo trabajo desde hace dos meses, tengo hambre y no son ni para darme un taco”.
También esta doña Silvia Manjarrez, una mujer de 70 años que llega a orar al templo, admira el trabajo de los voluntarios, pero asegura que ella ni por un puñado de dinero prestaría sus servicios en el comedor.
“En primer lugar, no apoyaría por el riesgo de contagiarme, mis hijos no me lo permitirían y aunque me siento sola, aislada por la pandemia, no apoyaría en esta labor, ni en otra, porque mi edad no me lo permite”, dijo.
Sin embargo, doña Lupita quien también es una asidua lectora de la Biblia porque “nos enseña a amar y a servir a los demás” sonriente, después de que terminan la jornada de dar el desayuno, empieza a preparar la comida, recita un versículo: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros.
Me siento millonaria tener fuerzas para apoyar a quienes me necesitan, para muchos de ellos, soy su madre.
Lupita Ruiz, Voluntaria en Iglesia del Carmen
CÓMO AYUDAR
Para cualquier persona que quiera apoyar la causa de los necesitados, la Iglesia del Carmen recibe donativos económicos y en especie en la esquina de Andrade y Francisco Villa.
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