Irene Medrano Villanueva
Culiacán, Sin. Doña Guillermina, unavez más, como todos los años desde que perdió a su hijo, con sualma enlutada, ahora con las rodillas que apenas la sostienen,camina lentamente, conoce el camino, dando tumbos llega a unatumba, la que sea, porque para ella, todas son sagradas.
Día de muertos, de recordatorios, de oraciones… de llanto yolvido. Los panteones llenos de gente, deoraciones, visitando la tumba de la madre, del padre, del hijo, delamigo, pero, hay un lugar, sí un lugar, abandonado, como apestado,donde nadie, o por lo menos casi nadie, ni por curiosidad seacerca, hasta la tierra amontonada quisiera gritar que ahítambién hay seres humanos.
Es en el panteón 21 de marzo, donde se vivendos contrastes. Por un lado, la tradición, la visita, lasflores y a unos cuantos pasos de los camposantos, lasfosas comunes, la tierra agreste, cruces negras, sin nombre, dancuenta que ahí yacen dos y tres cadáveres, sin nadie que losrecuerde, porque aparentemente no tienen familia, son totalmentedesconocidos.
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Y ahí va una mujer, sola, –parece fantasma-, sin dueña deuna tumba, pero todas suyas a la vez; se para en la que sea, quémás da, suelta un rezo, se santigua y nuevamente, caminalentamente, de manera salteada, llega a otra cruz que se estácayendo y otra vez el responso fúnebre.
El ritual ha sido desde hace cinco años, desde que perdió a suhijo, doña Guillermina, no ha dejado de ir ni unsolo dos de noviembre a las fosas comunes, “no sé si mi hijoestá vivo o muerto, pero si fuera esto último, no tiene quien lerece una oración, porque nadie sabe dónde está…”,lamenta.
Asegura que su hijo, así nada más desapareció.
Ahora su devoción cada año es llegar a las fosas comunes yorar “por él y por los que están aquí y que sus familias no losaben”, dice, mientras juega con las cuentas del rosario.
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En Culiacán en el panteón 21 de marzo hay cientos de tumbasolvidadas, porque al no ser identificados, hasta ahí llega elmanejo final de restos humanos que son depositados en panteonesoficiales, pero que de acuerdo a números que tienen las cruces, enun momento dado, después de estudios genéticos pudiera serrescatado algún cadáver por sus familiares.
Guillermina es el vivo retrato de los cientos de madres quebuscan afanosamente a sus hijos, porque en Sinaloa ya se estáhaciendo común y se ha perdido el asombro de ver y saber de casosde los miles de desaparecidos que hay en el estado.
Tiene la esperanza de que su hijo, algún día regrese a casa,pero mientras eso sucede, ella se alimenta de la oración, laesperanza y de visitar “a miles de hijos que están aquí bajoesas negras cruces”,
El polvo suelto sólo permite ver negras cruces, sin ningúnepitafio o nombre sólo números, mientras a unos pasos, otrastumbas lucen flores frescas, ramos de rosas, crisantemos,veladoras, oraciones, pulular de gente, música y acá, unsilencio, nadie que los recuerde, que les ponga por lo menos unaflorecita y hasta ahí se encamina Guillermina.
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¡A lo mejor mijo ahí está…y no me lo han identificado! dicecon un largo suspiro.
La señora Guillermina, no sabe si llorar o rezar ante lasoledad que la invade, se para en medio del área destinada paralos cadáveres que no fueron reclamados y con un largo suspiro yuna lagrima que rueda por su mejilla suelta lentamente: Dios teSalve María….
La letanía es larga, como larga es la fila de cruces negras quehablan del triste destino que les tocó a los que ahí reposan,sean jóvenes, adultos o mujeres.
Después de orar, guarda su rosario, ahora, llega sola, nadie laacompañó como en otros años, pide a un taxi que la trasladeahora al panteón del Barrio, porque tiene la costumbre acudir eldía de muertos a las fosas comunes o a las tumbas olvidadas dealgunos panteones, para llevar una oración, porque tiene laesperanza de que su hijo también reciba una ofrenda de gentepiadosa.
¡Dales señor el descanso eterno…! concluye en una de tantastumbas que visitó… guardó su rosario para el año siguientepara continuar con su viacrucis, como una más de los miles demadres sinaloenses que no encuentran a sus hijos.