Culiacán, Sin. De haber tenido prácticamente una soga en su cuello para morir ahorcados, en un país tan lejano que tan sólo en avión les llevó todo un día y su noche para poder regresar a su hogar, los hermanos Simón, José Regino y Luis Alfonso, todos de apellidos González Villarreal, hoy conversan libremente, sin ninguna amenaza y con la convicción de trabajar duro para continuar aquí una vida normal
Ellos estuvieron en el país de Malasia. Por allá en el 2008 fueron sorprendidos en un laboratorio donde se procesaba droga, y la autoridad les dictó la sentencia de morir ahorcados, que es una pena que allá si se permite.
La intervención diplomática de México les salvó de la soga, pero no de la cárcel. Vivieron más de 10 años tras las rejas en ese país, donde recuerdan que hay una disciplina muy estricta para todos los internos, donde no se permiten lujos, y donde ningún familiar les visitaba, precisamente por la lejanía.
Cuando finalmente reciben el perdón, la embajada de México prepara su regreso y en respeto a una de las tradiciones más fuertes del país, que es festejar el Día de las Madres, las cosas se hicieron para que llegaran justo en este festejo: el 10 de mayo.
La señora Carmen Villarreal Espinoza, ya entrada en años y con su pelo cubierto de canas, confiesa que siente una “alegría abundante” al poder ver de nuevo a sus hijos.
“Quería abrazarlos”, dice, y aclara que a pesar de que se les sentenció a muerte, “yo sí tenía esperanzas que vinieran, más desde que les perdonaron la vida. Primeramente, Dios. Él nos ayudó.
Fueron 11 años de espera, de rogar que no les hicieran daño porque no lo merecían. Ellos han sido buenos hijos. Espero que sigan adelante.Carmen Villarreal Espinoza
El padre, el señor Héctor González Ríos también se muestra gustoso de tener sus tres hijos de vuelta, pero es menos emotivo al hablar. “Lo que es bueno, es bueno. Fue una buena noticia que nos dijeran que ya venía en camino, pero no teníamos la certeza, hasta que los vimos”.
Cuenta que tampoco perdió la esperanza de volver a verlos porque a sus hijos les dieron la garantía de que estuvieran hablando cada rato para acá, por su comportamiento se ganaron la simpatía y más derecho.
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Lo que sí tiene muy presente es que sus hijos estuvieron “entre la vida y la muerte. Es una cosa penosa para uno mismo. Pero cuando nos dieron la noticia de que les perdonaron la vida, ya fue otra cosa favorable. Y le pedíamos el apoyo al nuevo gobierno para que los trajeron y nos pidieron que esperáramos.
Ahora que están aquí vamos a trabajar haciendo ladrillos. A ellos les lavaron el cerebro, pero ya agarraron experiencia y no se van a arriesgar a esas cosas.Héctor González
La familia González Villarreal vive en una de las colonias más marginadas de Culiacán, Loma de Rodriguera. Está ubicada al extremo norte de la ciudad y se ubica en un sector donde hay muchas ladrilleras.
El padre recuerda que por su misma condición económica no hicieron fiesta para recibir a sus hijos. “La alegría era que ya estuvieran aquí”.
De los tres hermanos, Simón se mostró más abierto. Recordó que el 30 de abril pasado les comunicaron que les concedieron el perdón y entonces el área de emigración de la Secretaría de Relaciones Exteriores se encargó de todo para trasladarlos de Malasia a Japón, de Japón a la Ciudad de México y de ahí a Culiacán.
Recuerda las penurias que pasaron en la cárcel, pero aclara que “me siento fortalecido en muchas cosas, como paciencia. Estamos en cero, pero ya es ganancia estar aquí”.
Aclara: “volver a lo mismo sería defraudar a toda la gente que nos ayudó”.
Él y su hermano José Regino, traen colgados rosarios. Los portan sobre sus playeras para lucirlos, y aseguran que son un regalo de El Papa.
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